Luisa Michel vivió de niña en el de castillo de Vroncourt-la-Côte, en el Marne, en el noreste de Francia. Era hija del señor del castillo, el terrateniente Etienne Demahis, con una de sus sirvientas. Allí fue educada en las ideas republicanas de Voltaire y Juan Santiago Rousseau. Pero después de morir su padre cuando ella tenía 15 años, Luisa fue expulsada del castillo por sus hermanastros con la prohibición de usar el apellido Demahis. Usó entonces el de su madre, Mariana Michel.
Fue institutriz en París, donde la denunciaron como republicana durante el reinado de Napoleón III. Fue detenida y enviada a la cárcel varias veces.
La comuna de París
En 1871 participó activamente de la comuna de París, un gran movimiento revolucionario que pretendió prescindir del Estado y fue masacrado sin piedad, al precio de 30.000 muertos, buena parte de la clase obrera parisina. El nombre de "comuna" era el mismo que tomó el gobierno de la ciudad entre 1789 y 1795. Luisa consiguió armas para los sublevados y pudo liberar a su madre, que iba a ser fusilada como castigo contra su hija.
Durante la comuna, Luisa fue presidenta del Comité de Vigilancia del distrito XVIII, encabezó la manifestación de mujeres que impidió que los 200 cañones comprados por suscripción popular pasaran por orden de Thiers a manos de los "versalleses"; es decir, de los que habían establecido en Versalles una asamblea de aristócratas contraria a la "ciudad roja", y logró que los soldados confraternicen con los guardias nacionales y el pueblo parisino, según sus biógrafos. El presidente Adolfo Thiers dio orden de sacar subrepticiamente los cañones de París, pero olvidó los medios para transportarlos, lo que dio tiempo para reaccionar a los revolucionarios.
La comuna sufrió disensiones ideológicas internas que la debilitaron. Fue el autogobierno de París durante casi tres meses, después de las penurias impuestas a la población por el sitio prusiano. En ese tiempo dispuso la igualdad de sueldos entre los obreros y los funcionarios; eliminó el ejército regular, que fue sustituido por una guardia nacional; devolvió las herramientas a los trabajadores; perdonó los alquileres impagos; abolió las deudas de los pobres y creó guarderías para cuidar a los niños de mujeres trabajadoras. Los bienes de la iglesia fueron expropiados y debieron mantenerse disponibles para las asambleas populares.
En Sédan, durante la guerra francoprusiana, el ejército de Bismarck capturó a Napoleón III con 100.000 soldados. Entonces, en París, los revolucionarios exigieron el fin del imperio y una república democrática.
Cuando se declaró la república, Thiers envió tropas que con apoyo de las prusianas cercaron París; pero la comuna defendió la ciudad con las armas.
Para los prusianos y los franceses de Versalles el peligro era la insurrección y se unieron contra un enemigo común de mucho mayor importancia que las diferencias entre ellos. Los trabajadores armados eran para los capitalistas franceses una amenaza peor que los prusianos, por lo que capitularon ante ellos tan pronto como fue posible.
Cuando las tropas asaltaron París en 1871, Luisa combatió con su fusil en las barricadas al frente de un batallón femenino muy frecuentado por la muerte. En la derrota se entregó a los versalleses para evitar el fusilamiento de su madre, con el que la chantajearon para hacerla prisionera.
“No me quiero defender. (...)Ya que, según parece, todo corazón que lucha por la libertad sólo tiene derecho a un poco de plomo, exijo mi parte. Si me dejáis vivir, no cesaré de clamar venganza y de denunciar, en venganza de mis hermanos, a los asesinos de esta Comisión” les dijo a los chantajistas.
La deportación
Un consejo de guerra la condenó a deportación perpetura en Nueva Caledonia, colonia francesa en el Pacífico, en 1871. El viaje forzado al Pacífico duró cuatro meses. En Nueva Caledonia se entusiasmó por el estudio de la vegetación y la fauna, improvisó una escuela para los hijos de otros deportados y aprendió el idioma y la cultura de los nativos canacos de uno de ellos.
Aprendió cosas que cambiaron su concepción europea de los pueblos "primitivos" y le revelaron una visión armónica de la vida ausente de Europa.
La concepción de los canacos
Entendió que entre los canacos el cuerpo toma las categorías del cuerpo vegetal; es inseparable del universo, su existencia está enlazada con la de los árboles, los frutos y las plantas. La palabra "Kara" designa al mismo tiempo la piel del hombre y la corteza del árbol. La unidad de la carne y los músculos se refiere a la pulpa de las frutas.
Luisa supo que para los canacos no hay fronteras entre estos dos terrenos. La división que nos parece evidente es cosa de la conceptulización occidental, que tiende a establecer una reducción etnocentrista de las diferencias. Para los canacos, el vínculo vegetal no es metafórico sino expresa identidad de sustancia.
La noción occidental de persona, la de Voltaire que había aprendido de niña en el palacio de su padre, no tiene ninguna consistencia en la sociedad melasiana. El cuerpo está ligado al universo vegetal, no hay fronteras entre los vivos y los muertos; la muerte no es una forma de aniquilamiento sino que marca el acceso a otra forma de existencia, en línea con la sabiduría de todos los pueblos tradicionales.
El cuerpo (Karo) se confunde con el mundo, no es el soporte o la prueba de una individualidad, que no está fijada, ya que la persona está basada en fundamentos que la hacen permeable a todo lo que provenga del entorno. El “cuerpo” no es una frontera sino el elemento indiscernible de un conjunto simbólico. No hay asperezas entre la carne del hombre y la carne del mundo ni hay lugar para el individualismo egoísta liberal.
Contrariando los puntos de vistas de otros deportados, participantes como ella de la comuna de París, Luisa se mostró partidaria de la revuelta canaca de 1878, que consideró una lucha de liberación;
Trato con caníbales
Eduardo Galeano narra en uno de sus libros que en el destierro quiso hablar con los nativos, pero fue desaconsejada porque no eran de fiar y eran caníbales.
—Quiero saber lo que saben – insistió
Sus compañeros de destierro le advirtieron que esos salvajes no sabían nada más que comer carne humana:
—No saldrás viva.
Pero Luisa aprendió la lengua de los nativos, se metió en la selva y salió viva. Ellos le contaron sus tristezas y le preguntaron por qué la habían mandado allí:
—¿Mataste a tu marido?
Y ella les contó todo lo de la Comuna, el éxito inicial, la derrota, la deportación:
—Ah –le dijeron–. Eres una vencida. Como nosotros.
Esta respuesta da otra clave del problema. Los “antropófagos” y salvajes de la selva, los “indios” de Nueva Caledonia, revelaron a Luisa lo que sabían, como ella pretendía, y le dieron una clave que ella ya conocía: el destino de los vencidos.
De vuelta a París, indultada, rechazó las tendencias parlamentaristas que ya apuntaban en el declive del socialismo. En ocasión de una de sus muchas visitas al calabozo, se negó a abandonar la celda, indultada por las autoridades que temían a sus seguidores, si uno solo de sus compañeros presos seguía en prisión.
De sus memorias, "Historia de mi vida", tomó Galeano la definición esencial que dieron los canacos: las diferencias quedaban subsumidas en una condición: por encima de cualquier otra diferencia, ella y ellos eran vencidos.
Viva en la muerte
Hay en Francia calles y aulas con su nombre; además el albañil nonagenario vasco Lucio Urtubia llamó "l´espace Louise Michel" a su casa en París, donde se reúnen militantes de todo el mundo para asistir a charlas, conferencias, debates, exposiciones y proyecciones cinematográficas.
Urtubia se hizo famoso hace años por haber obligado a transar al City Bank, tras inundar Europa con cheques de viajero falsos que pusieron en crisis al banco. Dice que no fue un robo, sino una "recuperación de dinero" para ayudar a los necesitados y respaldar la lucha. También lo conocieron por sus frases: "nunca hubo una persona decente en el poder"; "somos albañiles, pintores, electricistas, no necesitamos el Estado para nada"; o ésta, paráfrasis de otra de Emma Goldman: "si el paro y la marginación crearan revolucionarios, los gobiernos habrían acabado ya con el paro y la marginación».
De la Redacción de AIM.