Pasar de un resfriado a otro, sentir fatiga constante o sufrir infecciones repentinas. Estos son indicios de un sistema inmunológico debilitado, afectado por un desencadenante psicológico: la ansiedad.
Existe una conexión estrecha, y a menudo perjudicial, entre la ansiedad y el sistema inmunitario. Tanto los periodos prolongados de estrés como los trastornos de ansiedad provocan desequilibrios hormonales y alteran las defensas del organismo, afectando la respuesta inmune. Esto es evidente, por ejemplo, en quienes padecen resfriados recurrentes y enfrentan agotamiento extremo.
En estos casos, los suplementos vitamínicos o el consumo de jugos ricos en vitamina C pueden no ser suficientes si no abordamos el problema psicológico subyacente. La ansiedad no solo provoca taquicardias, dificultades respiratorias, mareos y alteraciones del sueño, sino que también tiene un impacto significativo en la salud. A menudo subestimamos la influencia de estos estados mentales en nuestro bienestar físico.
Pocos estados mentales resultan tan destructivos como la ansiedad excesiva, la ira desmedida o el miedo intenso. Hoy, además, enfrentamos la angustia causada por la incertidumbre, lo que contribuye al aumento de problemas de salud mental, como ya anticipa la Organización Mundial de la Salud (OMS) para los próximos años.
Es el momento de tomar conciencia de cómo la ansiedad nos afecta y qué medidas podemos tomar para controlarla.
Ansiedad y sistema inmunitario: relación, síntomas y enfoques terapéuticos
Saber que la ansiedad incrementa el riesgo de enfermedades puede generar frustración. Sin embargo, es importante aclarar que ni la ansiedad ni el estrés son peligrosos por sí mismos; de hecho, actúan como mecanismos de supervivencia que nos ayudan a adaptarnos y afrontar los desafíos diarios. El verdadero problema surge cuando estos estados se mantienen en el tiempo, lo que provoca importantes alteraciones bioquímicas que se manifiestan en dolencias comunes, como resfriados, fiebres o alergias.
Un estudio de la Escuela de Medicina Mount Sinai en Nueva York ha demostrado que las situaciones estresantes, la depresión y la ansiedad crónica generan desequilibrios en los sistemas neuroendocrino y neurotransmisor, lo que afecta directamente al sistema inmunológico.
¿Cuáles son los síntomas?
Cuando atravesamos periodos prolongados de ansiedad y estrés, nuestro cuerpo tiende a debilitarse. Entre los síntomas más comunes destacan:
· Resfriados recurrentes.
· Mayor predisposición a gripes.
· Cansancio y debilidad.
· Problemas dermatológicos, como irritaciones y eccemas, debido a los altos niveles de cortisol, que estimulan la liberación de histamina.
· Mayor riesgo de infecciones.
¿Qué lo provoca?
El cortisol es la clave de esta relación. El estrés y la ansiedad prolongados elevan los niveles de esta hormona, junto con la adrenalina, en el torrente sanguíneo. Estos químicos afectan la resistencia y salud del sistema inmunitario, y además aumentan la producción de glucosa, lo que también interfiere con la capacidad del cuerpo para combatir patógenos.
Mejorar el manejo de la ansiedad para fortalecer las defensas
¿Qué debemos priorizar, mejorar nuestras defensas o gestionar la ansiedad? Lo ideal es adoptar un enfoque multidimensional que abarque tanto la salud física como la mental. Para ello, es recomendable contar con el apoyo médico y psicológico adecuado.
Estrategias para combatir la ansiedad:
1. Entender la ansiedad y su funcionamiento
La ansiedad es una reacción normal ante situaciones de estrés o incertidumbre. Si no se gestiona correctamente, puede deteriorar la calidad de vida, afectando nuestros pensamientos, emociones y comportamientos.
2. Reestructuración cognitiva
Esta técnica nos ayuda a identificar y modificar patrones de pensamiento negativos que influyen en nuestras emociones. Es esencial detectar estas creencias disfuncionales para trabajar en ellas.
3. Autocontrol emocional
La ansiedad está compuesta por una serie de emociones que debemos aprender a reconocer y gestionar. Comprender el mensaje detrás de estas emociones nos permite tener mayor control sobre ellas.
4. Hábitos saludables
Para fortalecer el sistema inmunitario, es fundamental adoptar hábitos de vida saludables, como una dieta equilibrada y una vida activa. Evitar alimentos procesados y optar por aquellos ricos en magnesio y fibra es clave. Asimismo, la actividad física diaria, como caminar o practicar deporte, ayuda a reducir la ansiedad.
5. Descanso adecuado
Dormir entre siete y ocho horas diarias es vital para la salud física y mental.
En conclusión, aunque cada persona experimenta la ansiedad de manera diferente, sus efectos siempre son debilitantes. Es fundamental conocer cómo nos afecta para poder gestionarla de manera más saludable. No podemos eliminar la ansiedad, pero sí aprender a convivir con ella de forma que no comprometa nuestro bienestar.
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