En 2021 se estrenó una nueva saga de la serie animada de los años ´80, He-Man, hoy llamada “Amos del Universo. Revelación” seguramente por cuestiones legales que nos son ajenas. Dos temporadas disponibles en Netflix que van a contar la historia del camino del Héroe de Eternia y su lucha por controlar los poderes de la naturaleza contra el maligno Skeletor y sus secuaces. Por Valentín Ibarra, para AIM.
La serie original fue un producto de 1983, ideada como una curiosa publicidad para una línea de muñecos guerreros articulados. Ambos productos tuvieron un éxito arrollador por aquel entonces y hasta hoy en día cuando legiones de fanáticos coleccionan la más variada gama de artículos además de trenzarse en intensos e insólitos debates en foros y ferias de comics y animé.
La vigencia de estos personajes es inoxidable y representan un viaje hasta el pasado más inocente. Cuando niños en los ya lejanos años ´80, fuimos espectadores de una forma de animación novedosa en la que, si bien existían “Scooby Doo”, “Snoopy” y “la Pantera rosa” o “Autos locos”, predominó la impronta militarista ciberespacial de universos distopicos, plagado disputas entre la naturaleza y la máquina, el hombre y la bestia que trazaron buena parte del sentido, la forma de narrar nuestros juegos y una visión del futuro. Hablamos de animaciones tales como: “Calabozos y Dragones” de 1983, Robotech de 1985 glorioso año en el que además se estrenaron “ThunderCats”, “Jason y los guerreros rodantes”, “Gi-Joe”, “Caballeros del zodíaco” y “Transformers”. Volver al futuro.
Ya en 1986 llegaron las “Tortugas ninja” y los “Halcones galácticos” pero no todo fue animé, también por aquellos años se estrenaron “Terminator” y “Robocop”, en 1984 y 1987 respectivamente. Al mismo tiempo, pero en un espacio completamente distinto, Donna Haraway publicó su “Manifiesto Cyborg” donde argumenta que el hombre actual es un organismo biotecnológicamente modificado, que emerge desde los escombros de la ilusión de progreso irrestricto, que trajo consigo la modernidad.
1.21 gigawatts. La interrupción de la cadena evolutiva.
El salto evolutivo que nos separa de nuestros antepasados primates, aun con eslabones perdidos se despliega a partir de una sucesión de hechos mediados por la adaptabilidad o no de las subespecies con el entorno; sin embargo, el proceso que se inicia en nuestro tiempo histórico rompe con esta lógica sumando al cuerpo componentes tecnológicos que ofrecen cambios hasta acá, insospechados.
El cuerpo del siglo XXI es un territorio en disputa donde no hay soplo creador ni regreso al polvo, ni lamentos por el paraíso negado, el cyborg emerge (para bien o para mal) y es la distopía. La ciencia ficción está plagada de criaturas que son simultáneamente hombre-animal-máquina y que viven en mundos ambiguamente naturales, artificiales y fatalistas y, por su parte, la ciencia actual, crea y monitorea estos organismos de acoplamientos entre lo viviente y el artefacto, cada uno de ellos concebido como un objeto codificado, una ficción que atraviesa nuestra realidad social y corporal en todas sus dimensiones. Entonces ya no hay fronteras entra la ilusión y la realidad.
Se dice que desde finales del siglo XX todos somos una quimera que según el diccionario tiene al menos dos acepciones. La primera es “sueño o ilusión que se persigue pese a ser de muy improbable concreción” mientras que la segunda dice: “monstruo fabuloso que se representa con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón” es decir un ser apocalíptico que irrumpe entre la vigilia y el sueño; entre lo posible y más allá.
El hombre en la fase actual de su proceso evolutivo, representa la versión más acabada de la cadena pero nos preguntamos: ¿qué tan seguros estamos de ser cien por ciento homo sapiens según la definición canónica?, ¿acaso no somos el producto de monitoreos prenatales, píldoras, complejos vitamínicos, mediciones, protocolos, estadísticas, sueros? Nuestro cuerpo, está atravesado por “máquinas, productos, instrumentos, aparatos, trucos, prótesis, redes, aplicaciones, programas, conexiones, flujos de energía y de información, interrupciones e interruptores, llaves, leyes de circulación, fronteras, diseños, lógicas, equipos, formatos, accidentes, mecanismos, usos, desvíos, planillas...”, exclama Paul B. Preciado desde su departamento Urano, en las crónicas del cruce (2019).
En la actualidad el cuerpo individual funciona como una extensión de las tecnologías globales de comunicación, es una plataforma tecnoviva y el resultado de una implosión irreversible del sujeto y el objeto, de lo natural y lo artificial, de lo humano y lo animal. Las imágenes, los programas informáticos, los virus, usuarios, los fármacos, los embriones congelados, las células madre, no presentan en la economía global ningún estatus como seres vivos o muertos sino más bien en relación a su capacidad de ser integrados o no a la tecnovida.
Modo de producción / exclusión.
Estas nociones están fuertemente vinculadas al modo de producción capitalista a partir de una lógica excluyente con arreglo hacia la productividad, son los cuerpos que le importan al mercado.
Según la tradición científica y política occidental subsidiarias de un capitalismo racista y esclavista dominado por la idea de progreso, de apropiación de la naturaleza como recurso ilimitdo, la relación entre máquina y organismo vivo fue y es una relación de guerra, la idea de progreso moderno se derrumbó junto a los sueños de paz duradera cuyo punto máximo fue (posiblemente) la II Guerra Mundial con las atrocidades de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y el Holocausto, huellas imborrables de los alcances de la razón.
Estos organismos híbridos que somos nosotros mismos, hijos ilegítimos del militarismo, nos arroja al lugar donde habita la barbarie.
Las máquinas pre-cibernéticas ofrecían un dualismo tal que articulaba el diálogo entre el hombre y la cosa, una discontinuidad insalvable donde las máquinas no decidían, ni eran autónomas. No podían lograr el sueño de lo humano a lo sumo imitarlo mecánicamente como el Frankenstein de Mary Shelley. Las máquinas de nuestra era se convirtieron en algo fluido, nuestros artefactos están inquietantemente vivos y nosotros, aterradoramente inertes afirmó Donna Haraway.
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