A lo largo de la vida afrontamos pérdidas una y otra vez, a veces tan sutiles que ni nos damos cuenta. Porque cada movimiento que hacemos implica dejar atrás algo. Mudarnos, separarnos de una pareja, la muerte de un ser querido, no juntarnos más con amistades, hijos o hijas que crecen, cambiar de trabajo, recibirnos, dejar un deporte, incluso expectativas o proyectos que no salieron como esperábamos… la lista es infinita.
Pero ¿a toda pérdida le sigue un duelo?
Con mayor o menor intensidad, la respuesta es sí. El duelo es ese momento de procesar algo nuestro que ya no está y preguntarnos «y ahora qué.» Porque sea la pérdida que sea, a ella le sigue una gran incertidumbre. Nuestro sentido de identidad tambalea porque el mundo como lo conocíamos ya no está, y no sabemos cómo es lo que viene: Nuestras tardes sin esa mascota o esa persona, las mañanas lejos del barrio o sin ir corriendo a fichar en el trabajo, casarnos sin la presencia de nuestro papá, noches sin leer apuntes…
Y qué trabajo tan enorme. Hacer un duelo no solo implica despedirse de algo externo que ya no está. Sino, sobre todo, despedir una parte nuestra que también se va. Es perder algo íntimo, un lugar muy propio… y quizás por eso duele tanto.
Podemos sentir un vacío y una angustia enorme que nos toma el pecho, que nos ahoga, que nos bloquea… y estamos convencidos de que esa sensación va a ser eterna. Que nunca vamos a dejar de sentir dolor. Que nuestro psiquismo nunca va a estar preparado para elaborar eso que perdimos.
Pero para traer un poco de calma, todo proceso tiene un principio, un desarrollo y un final. Y aunque en el momento pensemos que será para siempre, podemos transitar sus etapas y salir de él.
¿Cuáles son las cinco etapas de un duelo?
1. Shock, negación: Creemos que es un sueño, que no está pasando. Tenemos miedo, no podemos creer lo que perdimos. Hay dificultad para aceptar lo que la realidad evidencia.
2. Enojo: Sentimos bronca, injusticia, nos culpamos o culpamos a otros. Estamos irritables, ansiosos, nos cuesta dormir y comer, perdemos la capacidad de disfrutar cosas que antes disfrutábamos, tenemos recuerdos constantes.
3. Negociación: Queremos recuperar el control de la situación, y nos llenamos de preguntas del estilo “¿Qué hubiera pasado si hacía otra cosa?”, en un intento de evitar algo que ya sucedió.
4. Tristeza: Empezamos a asimilar la pérdida y aparece mucha tristeza, desmotivación, falta de esperanza. Es como la tormenta justo antes de la calma.
5. Aceptación: Hacemos las paces con nosotros mismos después de animarnos a atravesar el dolor. Sentimos paz.
Claro que nada en salud mental es tan lineal. No son etapas que sí o sí se dan de manera cronológica. Podemos ir y venir unas cuantas veces, porque cada duelo es único e irrepetible.
Y claro que además cada tipo de duelo tiene sus características particulares: no es igual el dolor de una ruptura que la sensación de pérdida tras migrar
Pero lo que sí se repite en todos los casos es que resistirnos solo sirve para prolongar el proceso de sanación. Porque, aunque intentemos evitarlo, eso va a seguir allí. Y poder hacerle frente es súper importante.
Claves para atravesar saludablemente un proceso de duelo:
· Darnos tiempo para sanar. Como una herida que se va curando de a poquito hasta convertirse en cicatriz… y así como la piel no queda igual que antes, nosotros tampoco. → Obsesionarnos con que aparezca algo que nos haga sentir exactamente como antes es un pasaje asegurado a la frustración, porque es básicamente imposible…ya no somos las mismas personas que antes.
· Buscar apoyo social y refugio en otras personas de confianza.
· Escuchar nuestras emociones. No negarlas, hacerles espacio, transitarlas, expresarlas. Llorar todo lo que haya que llorar. La escritura puede servir.
· Aceptar la realidad de la pérdida, asumirla. Pueden hacerse rituales simbólicos de despedida o de cierre.
· Reconectar con metas propias a corto, mediano y largo plazo.
· Aprender qué nos dejó eso que perdimos.
· Saber que siempre podemos pedir ayuda profesional. Puede hacer el camino mucho más liviano.
Y de a poquito, ir llenando ese «vacío» que sentimos con nuevos ingredientes: nuevos proyectos, nuevos vínculos, nuevas rutinas. No, no van a reemplazar a lo anterior, porque no se trata de intercambiar una pieza por otra, sino de entender que, como ya lo dijo Drexler:
«Nada se pierde, todo se transforma».
Se trata de ir integrando de a poco todo lo nuevo que aparece a lo que solíamos ser. Mezclar lo que muere con lo que queda y lo que se transforma en algo nuevo.
Asumir que somos movimiento y que siempre podemos encontrar nuevas formas de sentirnos bien. Que podemos reconectar con la vida y el deseo, ese que nos da nuevas razones para seguir caminando. Que atravesar y superar las pérdidas no implica olvidar, sino simplemente seguir.
Fuente: psimammoliti
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