La manera en que el cerebro del niño se desarrolla, madura y aprende está influenciada fuertemente por las experiencias del pequeño con los adultos de referencia más cercanos.
A diferencia de lo que se pensaba hasta hace poco, el cerebro es maleable y cambia en respuesta a cada experiencia, a cada nuevo pensamiento, con cada nuevo aprendizaje. Esto se denomina neuroplasticidad, es decir, toda experiencia queda grabada en forma de conexiones neuronales.
Esto lo convierte en un órgano muy sensible a los factores ambientales que van cambiando su estructura y su función. Es importante conocer este hecho para utilizar la neuroplasticidad en aras a perfeccionar el cerebro de los niños, favoreciendo la creación de redes neuronales adecuadas y evitando las dañinas.
La teoría de los tres cerebros
El cerebro es el órgano por el cual registramos e integramos los aprendizajes de nuestro día a día. Entender el funcionamiento del cerebro es precisamente la clave para saber por qué nuestro hijo, alumno o niño se comporta cómo lo hace y reacciona a cualquier estímulo de una forma determinada.
Profundizando en este órgano tan misterioso y fascinante, nos encontramos que podemos dividirlo en tres subpartes para comprender cómo procesa la información que recibe del exterior y así emite una respuesta a dicha acción:
El cerebro intuitivo o primario: implica el cinco por ciento de la capacidad del cerebro y está activo desde que nacemos. Emite las respuestas automáticas e instintivas. Las neuronas que lo conforman no aprenden, reaccionan.
El cerebro emocional o secundario: implica el 15 por ciento de la capacidad cerebral. En él, se registran las emociones, la memoria y el aprendizaje. Es el cerebro dominante en la niñez y la adolescencia, por ende, podemos decir que las emociones tienen un papel relevante en el aprendizaje que se da en estas etapas de desarrollo.
El cerebro cognitivo o superior: implica el 80 por ciento de la capacidad cerebral y se desarrolla en su plenitud hacia los 25 años de edad. En él se encuentran las funciones ejecutivas y se desarrolla la inteligencia. Las redes neuronales integran el aprendizaje para que se convierta en almacén de información, que posteriormente puede ser usada.
Entender este circuito ascendente es el punto de partida para poder comprender desde qué lugar responden los más pequeños a un estímulo externo, teniendo en cuenta también el fenómeno de la neuroplasticidad.
Asimismo, el adulto también juega un papel importante como facilitador del despertar y maduración del cerebro cognitivo del niño y así, acompañarlo mejor en la correcta gestión de los dos cerebros inferiores.
La neuroplasticidad cerebral
Toda experiencia, todo factor ambiental, puede dejar una huella en el cerebro del niño en forma de red neuronal. Este proceso se denomina neuroplasticidad positiva. Por un lado, toda experiencia repetida en el tiempo se traduce en la potenciación de esa red, dando lugar a un patrón de conducta automático.
Por otro lado, toda red neuronal no utilizada en el tiempo se acaba debilitando, incluso extinguiendo. Este proceso se denomina neuroplasticidad negativa. Podemos afirmar, entonces, que la neuroplasticidad está en la base del aprendizaje.
El adulto de referencia para los niños (padres, familiares, profesores…) es creador de redes neuronales en el cerebro del niño. Por ende, educar consiste en crear conexiones valiosas entre neuronas, en evitar conexiones neuronales poco favorecedoras para el niño y en eliminar conexiones inadecuadas.
Algunos de los factores ambientales a tener en cuenta como educadores son la imitación, el vínculo afectivo, el lenguaje y las expectativas.
La vulnerabilidad del cerebro a los estímulos externos
La neuroplasticidad explica la potencialidad de la experiencia para producir cambios en nuestro cerebro a través de la formación de nuevas conexiones neuronales. Hay dos momentos clave del desarrollo a destacar: el primero, en los primeros 6-8 años de vida y el segundo, durante la adolescencia.
En los primeros seis a ocho años de vida se produce un importante aumento en el número de sinapsis. Esto explica la especial permeabilidad y vulnerabilidad del cerebro de los niños de esas edades a los factores ambientales.
¿A qué estímulos (televisión, videojuegos…) están sometidos los niños de esas edades? ¿Qué rutas neuronales se están creando? ¿En cuáles somos responsables los educadores (profesores, padres, familiares, médicos)?
Durante la adolescencia se produce una poda de las conexiones neuronales menos estimuladas hasta ese momento. Aquellas sinapsis que frecuentemente se han activado en base a las experiencias vividas tienden a permanecer, mientras que las que no se han usado lo suficiente, tienden a desaparecer. Se trata de un momento idóneo para favorecer la extinción de redes neuronales poco favorecedoras.
¿Qué sucede con las conexiones mentales inútiles?
Sí, se puede, pero requiere un trabajo consciente y persistente de debilitamiento de la red neuronal ya preexistente y de reconstrucción y consolidación de un circuito neuronal alternativo. Si no se consolida ese nuevo circuito, a base de estimularlo de forma repetida, la persona vuelve a funcionar con el que ya tiene construido.
El neuropsicólogo Álvaro Bilbao compara los cambios en el cerebro infantil con el proceso de abrir un nuevo camino sobre la hierba:
“Ese momento en el que el niño pone un pie fuera de su camino antiguo es decisivo, por mucho que después tenga que recorrer muchas veces la ruta nueva para que quede bien marcada en la hierba”.
El papel del adulto: el aprendizaje por imitación
¿Cómo influyen los adultos que educan al niño en su desarrollo cerebral y en la creación de redes neuronales? Gran parte del aprendizaje se realiza a través de la observación y la imitación. En este punto la comunicación no verbal (gestos, actitud…) se convierte en la protagonista. Cuando se produce incoherencia entre el lenguaje verbal y el no verbal, el cerebro se cree lo no verbal.
El cerebro dispone de un circuito de neuronas denominadas “neuronas espejo”, que están en la base de la tendencia automática a imitar que nos caracteriza a los seres humanos. Fueron descubiertas en 1991 por el grupo de investigación dirigido por Giacomo Rizzolatti al estudiar el cerebro de monos macacos. Así, cuando el niño ve a su padre enfadarse, su cerebro se imagina igual de enfadado y se activan las mismas redes neuronales.
El educador ha de convertirse en un referente válido que permita adquirir al niño conductas adecuadas a través de la observación. Todo educador debe mirarse al espejo del autoconocimiento para convertirse en la mejor versión de sí mismo y ofrecer así buenos modelos de conducta.
El poder de las palabras
Las palabras dejan huellas en el cerebro del niño. Cada vez que decimos al niño cualquier frase que empiece por “eres”, el cerebro del niño guarda esos datos en una estructura del cerebro límbico llamada hipocampo.
Todos estos mensajes, tanto positivos (“eres valiente”) como negativos (“eres vago”), acerca de sí mismo quedan grabados en esta memoria y conforman su “autoconcepto” (el concepto que el niño va creando de sí mismo). El niño se ve entonces abocado a actuar en la vida en relación con esta información. Se convierte entonces en una pesada losa que dirige inconscientemente muchos de los comportamientos del niño.
Claves para favorecer un desarrollo cerebral sano
Para evitar que las palabras sean dañinas para el cerebro del niño, existen unas sencillas reglas de oro:
Es preferible hablarles en término de conducta: evitar el término “eres” y usar “estás”, “haces”, “tienes” (“con lo que estás haciendo ahora mismo, estás siendo muy valiente”).
Evitar también hablar de “siempre” o “nunca”: estas palabras tampoco dan opción al cambio.
Prohibido comparar: a través de las comparaciones, el niño forja su “autoconcepto” en relación al otro, perdiendo así su identidad única. No se trata de ser mejor que nadie, sino de convertirse en la mejor versión de uno mismo.
El error debe entenderse como oportunidad y no como fracaso: del error se aprende. Los niños necesitan fracasar y aprender a convertir el fracaso en una motivación para perseverar. ¡Nunca castigar el error! En cambio, sí fomentar un aprendizaje.
Muchos comentarios van cargados de culpa: la palabra culpa nos coloca en una posición de malestar que no invita al cambio y sí al resentimiento. La responsabilidad, en cambio, nos impulsa hacia delante, es un motor de motivación. El niño debe sentirse responsable y no culpable de sus actos y de sus consecuencias.
El poder de las expectativas: el efecto Pigmalión
El efecto Pigmalión hace referencia a cómo las expectativas de un educador sobre el niño pueden condicionar su comportamiento. Estas expectativas se convierten en realidad. La idea que el educador tiene respecto a la capacidad del niño para afrontar un problema influye de forma decisiva en la idea que tiene el niño respecto a su capacidad y en su compromiso y perseverancia.
La función del educador es contribuir a que los niños tengan expectativas de logro al transmitirles confianza, reconocer el esfuerzo y no solo el resultado y enseñar que el error forma parte del proceso de aprendizaje
En definitiva, la neuroplasticidad transforma el significado del término “educar”. Aunque existen condicionamientos genéticos, la neuroplasticidad permite la influencia de los factores ambientales sobre la estructura y la función del cerebro.
Esta posibilidad de configuración tiene consecuencias directas sobre la educación. Cualquier cosa que le enseñemos a los niños produce una huella en su cerebro en forma de un grupo de neuronas interconectadas entre sí. Si estas redes neuronales se van reforzando por la repetición del estímulo, van construyendo entonces patrones de comportamiento automáticos, hábitos de conducta.
Por lo tanto, educar consiste en crear conexiones valiosas entre neuronas, en evitar que se establezcan conexiones neuronales poco favorecedoras para el desarrollo del niño y en eliminar conexiones inadecuadas o inútiles ya establecidas. Se trata, por lo tanto, de utilizar la plasticidad cerebral para perfeccionar el cerebro en aras a ser más felices.
Fuente: La Mente es Maravillosa
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