Artículo escrito por Luis Ignacio Hojas Hojas, Profesor Titular del Área Tecnologías del Medio Ambiente de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Civil de la Universidad Politécnica de Madrid (España).
Hace 30.000 años, el ser humano vivía en un entorno muy peligroso. Era nómada; estaba constantemente buscando lugares para descansar que le proporcionaran seguridad y que, por otra parte, le permitiesen un acceso lo más eficiente posible al agua y los alimentos.
Aunque solemos asociar la inteligencia a nuestra destreza para jugar al ajedrez o al Go, es un concepto mucho más complejo: el intelecto humano engloba muchos factores que nos permiten tomar las mejores decisiones en un entorno cambiante.
En este sentido, una de las capacidades más importantes es la geolocalización, que nos permite reconocer el lugar donde estamos, determinar los elementos más característicos y planificar trayectorias para cubrir nuestras distintas necesidades. Gracias a la inteligencia, analizamos de forma continua el nivel de riesgo en el entorno, valoramos las áreas más seguras y podemos establecer las pautas necesarias para minimizar posibles peligros.
Estas habilidades no son exclusivas de las personas. De hecho, muy pocas de nuestras capacidades intelectuales son exclusivas del ser humano. Todos los animales realizan estas tareas para poder sobrevivir.
Una inteligencia tecnológica superior
Hoy en día, la tecnología nos proporciona soluciones para la mayor parte de los problemas de geolocalización y movilidad. Para muchos de nosotros, estas herramientas son ya imprescindibles para llevar a cabo los quehaceres cotidianos.
El conjunto de herramientas disponibles, como los sistemas de posicionamiento, los sistemas de información geográfica, la realidad aumentada y los sistemas de aviso y alarma, son extraordinariamente útiles.
Los sistemas de posicionamiento GPS de Estados Unidos, Galileo de la Unión Europea y GLONASS de Rusia sirven de base para desarrollar, por ejemplo, los servicios de logística y de movilidad que usan la mayoría de empresas de reparto, los profesionales en sus desplazamientos y para la optimización de flotas, y los servicios de seguridad y salvamento.
Muchos de los programas que empleamos son incluso más eficientes en la realización de ciertas tareas que los humanos y sus propias habilidades naturales: los sistemas informáticos actuales nos superan en todas las actividades que gestionan datos mediante algoritmos. Hemos desarrollado incluso herramientas de inteligencia artificial que funcionan como una externalización de las capacidades intelectuales humanas que proporcionan ayuda a nuestro sistema cognitivo
Sin embargo, aunque los sistemas ligados al conocimiento sobre nuestro entorno son muy útiles (y por eso su implantación ha sido espectacular), su empleo puede provocar problemas asociados a nuestro desempeño cognitivo. Nos informan con gran precisión sobre el medio que nos rodea, pero nos hacen cada vez más dependientes de su uso.
El proceso que tiene lugar es doble: por una parte, nuestras capacidades cognitivas se atrofian en lo relacionado con ciertas áreas de trabajo, como la movilidad y el análisis del terreno. Por otra parte, la tecnología aumenta de forma extraordinaria la eficiencia en la gestión de los recursos.
Ncyt.-
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