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Salud y Bienestar
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Estrategias para controlar el exceso de estrés: Aprendizaje integrativo del cambio  de estilo de vida

Para empezar, es importante aclarar qué se entiende por estrés, y lo peligroso que resultaría eliminarlo de las vidas; así como también qué significa hiperestrés y el daño que hace a la persona que lo sufre. Por las Lic. en Psicología Mailén Barreto, Mariela Garabello y Melody Varisco.

Por estrés se entiende a la reacción de tensión física y psíquica provocada por estímulos o situaciones que demandan cierta exigencia y la puesta en marcha de determinados mecanismos para salir airoso de la situación que la genera.

El estrés es totalmente funcional al organismo, ya que sirve para alertar de algo. Funciona como una especie de alarma cuya tarea es avisar que se debe atender o responder a una situación determinada. El eliminar por completo el estrés significa renunciar a una importante fuerza impulsora en el mecanismo de la vida, así como también implicaría renunciar a la función que cumple. Por lo tanto, el estrés no es ni malo ni bueno, sino que resulta o no funcional al ser vivo.

En las personas, el estrés que origina esa especie de excitación interna anterior al comienzo de la realización de cualquier tarea importante resulta indispensable a la hora de resolver problemas, cuando se trata de demostrar de lo que uno es capaz. En este sentido el estrés es funcional ya que contribuye a motivar y preparar para resolver o lograr determinada tarea. Si termina apabullando o paralizando, entonces, se torna disfuncional.

Ahora bien, el exceso de estrés sostenido a lo largo del tiempo, casi como si se estuviera sobre adaptado a él, viviéndolo en modo automático, este tipo de estrés es totalmente nocivo al organismo, y se llamará hiperestrés.

El hiperestrés es causado por la exposición a largo plazo a factores estresantes, tales como convivir en una relación tóxica, experiencias traumáticas, situaciones crónicas de incertidumbre y desconfianza, pobreza o problemas económicos frecuentes, conflictos de relaciones, acoso o hiperexigencia laboral, familias disfuncionales, etc.

Estas situaciones estresantes parecen ser interminables y muy frecuentes, y el estrés acumulado que resulta de la exposición a ellas puede llevar a una persona volverse agresiva, y hasta violenta, sentir agotamiento crónico, anhedonia, incluso depresión. Accidentes, enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT) y problemas psicológicos como la depresión clínica y el síndrome de estrés post-traumático pueden tener una relaciona más o menos significativa con el hiperestrés crónico.

Por consiguiente, la gran tarea es la siguiente: es importante que aprender a convivir con el estrés de manera que estimule, pero no destruya. ¿Cómo? A continuación, algunas sugerencias:

Para controlar los factores favorecedores y desencadenantes del hiperestrés se pueden realizar tareas muy diversas:
Respecto del estilo de vida en relación con el trabajo, la adaptación a las normas sociales o laborales es sumamente importante reducir el ritmo de la actividad, es decir, llevar todo a ritmo lento, y concederse algún que otro placer. No todo tiene que ser urgente (salvo alguna excepción, claro). Caer habitualmente en la emergencia de responder “demandas” de forma inmediata cuando en realidad se necesita de tiempo para resolver adecuadamente una situación, termina generando aún más problemas e incluso agravando el que se intenta resolver. Ser austeros, mantener la templanza y desarrollar la virtud de la prudencia evita la ansiedad por conseguir, complacer o actuar de forma inmediata y contribuye a resolver asertivamente los problemas que se presentan.

Asimismo, realizar cambios de ritmo ayuda a descargar la energía nociva acumulada luego de una jornada estresante, como, por ejemplo, optar por dormir la siesta, tener un descanso de calidad reparador; realizar actividad física, hacerse el tiempo para realizar actividades artísticas, reunirse con amigos, reír y disfrutar de los detalles de la vida. Ante la vorágine de la rutina diaria, poder detenerse y reubicar prioridades de acuerdo con nuestra escala de valores, ayuda a poner todo en eje, en su justo lugar, y nos reubica ante lo importante de la vida.

Ser humildes y pedir ayuda. No se tiene por qué ser autosuficientes u omnipotentes queriendo resolver todo solos. Se ha comprobado que, el hecho de tener una red de contención y pedir ayuda debilita de manera notable los efectos patógenos del estrés.

Prevención y preparación. La posibilidad de prever una situación desagradable, anticiparse y prepararse para afrontarla, atendiendo a todas las formas de afrontamiento eficaces posibles, disminuye notablemente las consecuencias del estrés, ya que se aumenta el sentimiento de autoeficacia.

La reacción mediante un acto sustitutivo. Se ha comprobado que esto es mucho más eficaz que, por ejemplo, agredir, huir, o “no hacer nada”, quedar paralizados, anestesiados, sin reaccionar ante la situación estresante. Por ejemplo, ante una situación estresante como por ejemplo un conflicto laboral, un conflicto de pareja, siempre es mucho más funcional expresarlo mediante una comunicación asertiva, o bien, sublimarlo a través del arte o la actividad física, que utilizar la agresión o la desacreditación, paralizarse o simplemente complacer por temor al conflicto.

Es más, si a través del diálogo no se logran calmar las aguas, es sabio y prudente retirarse físicamente del área de conflicto (oficina, habitación), y, si es posible, dar una caminata a paso acelerado, con el objeto de eliminar las hormonas que el estrés hizo llegar al torrente sanguíneo, mientras circulen en el organismo, y así minimizar el daño.

Alimentarse de forma sana y equilibrada. Desde el área psicológica, se recomienda una alimentación saludable y no saltarse ninguna comida con el objeto de reducir riesgos que pueden llevar a favorecer el desencadenamiento de conductas tales como sobreingestas y/o atracones por canalizaciones disfuncionales sumadas al hambre.

Si ocurrió eventualmente que se salteó alguna ingesta, es crucial poder diferenciar cuándo se tiene hambre fisiológica y cuándo es puramente emocional. Es decir: la tarea de autoconocerse y distinguir cuándo el hambre es física y cuándo una reacción al estrés que provoca una emoción que intenta aflorar.

Autoconocimiento y manejo funcional de las emociones. Todas y cada una de las emociones son necesarias ya que existen para llevar a cabo una función. Son las encargadas de darnos un mensaje, como una especie de alerta o alarma sobre algo que nos está afectando. No hay emociones malas ni buenas, en cambio las hay displacenteras o placenteras. Aparecen en la psique y cuerpo guste o no; y es decisión propia y responsabilidad expresarlas, o bien, negarlas y evitarlas. Las emociones no desaparecen. Como si se tratara de un líquido, se acumulan y quedan enquistadas como pensamientos o síntomas físicos, entre tantas otras formas. Cuando alguien se restringe la posibilidad de hacer contacto con una emoción, restringe junto con ello la función que esa emoción aporta.

Evitar los “vicios” o hábitos perjudiciales. Evitar el consumo frecuente de estimulantes como el tabaco, alcohol, gaseosas, cafeína, o en su defecto, minimizarlos al máximo, evitando consumirlos a diario, ya que, si bien algunos forman parte de muchos encuentros sociales, afectan al buen descanso, inflaman y estresan al organismo, y son nocivos para la salud.

En este punto es muy importante autoconocerse y ser prudentes con relación a los “vicios”. Prestar especial atención a si las “ganas” (o impulso) de fumar, comer, beber, en definitiva, de consumir, surgen tras ciertas situaciones, o como reacción a un estímulo o contingencia, como, por ejemplo, a una emoción displacentera que se intenta aplacar con una sustancia. Los vicios y la dependencia se construyen y se fijan cual hábitos, de esta forma:
· por asociación de un estímulo (situación/emoción),
· a una reacción a ese estímulo (una conducta, como p.ej. fumar, beber, comer en demasía, etc. … consumir en general)
· y una consecuencia placentera que se obtiene (circuito de recompensa).

El sistema de recompensa es un circuito cerebral responsable de regular funciones básicas como el consumo, la alimentación o la reproducción en los seres humanos. El objetivo último del circuito es perpetuar aquellas conductas que al sujeto le proporcionan placer. La activación de este circuito facilita el aprendizaje y el mantenimiento de cualquier conducta, sea nociva o saludable para el organismo. De alguna manera, el consumo de sustancias nocivas, tales como el tabaco, alcohol, drogas, comida chatarra, no hace sino “hackear” o corromper dicho circuito del placer, consiguiendo que la persona aprenda y tienda a realizar conductas de consumo, así como a mantener en su memoria estímulos contextuales que posteriormente pueden servir de desencadenantes de ese consumo.

Este tipo de consumo supone un incremento del neurotransmisor básico de este circuito, la dopamina, por lo que el efecto hedónico o placentero aparece amplificado. Esta sensación placentera es la que hace que el sujeto tienda a volver a consumir. Cuando el consumo se cronifica aparece la necesidad de un mayor consumo de la sustancia para lograr un mismo efecto, generando así lo que se conoce como tolerancia a esa sustancia.

Por lo tanto, es de suma importancia detenerse a pensar y analizar todo el circuito: qué conductas nocivas se sostienen y cómo forman parte de este circuito, es decir, qué beneficio, placer o recompensa brindan; así como también identificar qué estímulos o contingencias las desencadenan. Y aquí está el verdadero trabajo de introspección y autoescucha: identificar qué emoción hay detrás de esa conducta nociva que se intenta callar con comida (p.ej. en el picoteo o el atracón), y qué beneficio o recompensa se obtiene.

Una vez identificada la emoción, es tarea y responsabilidad escuchar qué tiene esa emoción para decir ¿Cómo? Conociendo la función que cada una de ellas aporta.
Enojo: alerta que hay un límite que está siendo cruzado sin el consentimiento (invasión al espacio personal, falta de respeto, desubicación), por ende, se necesitará trabajar en la puesta de límites. Quién trunca la posibilidad de hacer contacto con el enojo, éste se acumula, y tarde o temprano el sujeto terminará reaccionando ante una nimiedad con una reacción sobredimensionada y explosiva, totalmente incoherente con el estímulo que la desencadenó.

Miedo: avisa que existe algún estímulo o situación con capacidad para hacer daño o excluir del “clan”; y demanda la puesta en marcha de recursos para evitar estos desenlaces. En este caso, se deberá trabajar en identificar a qué se teme y evaluar los recursos con los que contamos, y prepararse para afrontar la situación lo mejor posible. Quien acumula esta emoción por impedir entrar en contacto con ella, tarde o temprano desarrollará síntomas como pánico o distintas clases de fobias, como formas amplificadas y sobredimensionadas del miedo primitivo.

Tristeza: alerta que se debe readaptarse ante una realidad que muestra que ha habido una pérdida (cualquiera fuera), por lo que se deberá trabajar en la aceptación y la elaboración del proceso de duelo, de forma tal de poder tramitar eficazmente la ausencia de eso que ya no está, la impotencia que genera, y evitar mantener ese sentimiento latente. Quien evita hacer contacto con esta emoción, tarde o temprano, por acumulación, desarrollará síntomas depresivos.

Alegría:? su función es el aumento en la actividad de un centro cerebral que se encarga de inhibir los sentimientos negativos y de aquietar los estados que generan preocupación, al mismo tiempo que aumenta el caudal de energía disponible, tendiendo a la acción. Favorece el pensamiento flexible y positivo. No hacer contacto con ella nos impedirá proporcionarle al cuerpo la tranquilidad, confianza, entusiasmo y disponibilidad necesarias para afrontar cualquier tarea, así como la consecución de una amplia variedad de objetivos.

Amor:?su función principal es ayudar a entrar en contacto con las demás personas, de relacionarse y crear vínculos con el exterior, lo cual contribuye a mejorar la autoimagen. También hace ser más solidarios, altruistas, y aumenta la sensación de bienestar. No hacer contacto con el amor privará de generar vínculos afectivos reales tanto con otras personas como con uno mismo.

Por ende, es de vital importancia recordar que cada emoción que una persona no se permite sentir, es una función menos con la que cuenta. Y que, no existen las emociones malas ni las buenas. Todas son igual de necesarias, ya que nos envían un mensaje, y es nuestra responsabilidad escucharlas y actuar en consecuencia.
NdR: Artículo publicado en el Material Educativo de Icarus Centro de Salud & Longevidad correspondiente a abril de 2023, y cedido para su publicación en AIM.

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