La gordofobia significa estigmatizar a las personas con exceso de peso. La pregunta no es banal. Pocas personas reconocen abiertamente no aceptar a las personas que viven con obesidad. Sin embargo, con mucha frecuencia, quienes no se ajustan a las tallas “normales” reciben críticas y sufren el rechazo, la repulsión o, simplemente ser ignorados y subestimados por su sobrepeso.
Giuseppe Russolillo, presidente de la Academia Española de Nutrición y Dietética, define la Gordofobia como “el odio o el maltrato que hay hacia las personas que viven con sobrepeso y obesidad”.
Este término no debe confundirse con la obesofobia que define el terror a ganar peso.
Durante muchos años ha imperado el modelo de clasificación atendiendo al IMC (índice de masa corporal), una fórmula matemática que asocia la talla y el peso. Hoy en día, la Organización Mundial de la Salud sigue usando el IMC como indicador de obesidad. Por encima de 25, hay sobrepeso. Por encima de 30, obesidad.
Esas dos cifras aparentemente asépticas caen como una losa sobre quienes a diario sienten la presión social por no estar en un normopeso. Un término, por cierto, que intrínsecamente les deja claro que ellos se salen de la normalidad.
Las medidas del perímetro abdominal que delimita la frontera con la obesidad, 88 centímetros para mujeres y 102 en hombres, tienen el mismo efecto demoledor.
Por esta razón, el presidente de la Academia Española de Nutrición y Dietética prefiere esta vez no entrar en cifras. “Lo hacemos siempre. Pero este artículo quiero que sirva para tomar conciencia y acabar con los prejuicios ante las personas que viven con sobrepeso u obesidad como un elemento de xenofobia o racismo”.
Menos discriminación, más comprensión y respeto
Russolillo considera la gordofobia como una forma más de discriminación que condiciona el bienestar emocional de quienes sienten que, a ojos del resto, no son personas como los demás. Son personas “gordas”, término que en sí mismo ya es discriminatorio.
La Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición, tras reconocer la obesidad como un grave problema de salud pública, prohíbe expresamente en su artículo 37 la discriminación directa o indirecta por razón de sobrepeso u obesidad. “No se pueden menoscabar las capacidades intelectuales o las posibilidades de las personas por razón de sobrepeso u obesidad”.
Con ese amparo, quienes sean discriminados en su trabajo u ofendidos en la calle por razón de obesidad, pueden denunciarlo y la ley les protege “para corregir situaciones patentes de desigualdad”.
Salud a primera vista
Las situaciones discriminatorias derivadas de la gordofobia implican una enorme cantidad de derechos vulnerados y experiencias violentas que atraviesan la vida de las personas gordas: durante la infancia en la escuela; durante la adolescencia, en los boliches; durante la juventud, en la dificultad de conseguir trabajo; el disfrute de una obra de teatro en salas con sillas pequeñas; bares con baños estrechos; tomógrafos solo para personas flacas; consulta médica en un camilla angosta y podríamos describir muchos más ámbitos, momentos y dimensiones de la vida en los que el estigma se hace presente. Las situaciones son múltiples y están profundamente naturalizadas.
Cuando estas situaciones son problematizadas, suele aparecer como pretexto la preocupación por la salud de la persona que tiene sobrepeso: a la persona responsable de la infancia se le sugerirá mejorar la alimentación de su hijo; a la persona joven o adulta que vaya al gimnasio o se alimente distinto. El comentario suele basarse en el peso e implica que la persona debe cambiar. Aun sin que la persona haya pedido un consejo, la razón que habilita a darlo es una pretendida búsqueda del “bien” respecto de su salud. Sin embargo, debemos aclarar que no todo el “sobrepeso” se funda en razones alimentarias, ni se disminuye mediante dietas restrictivas. La pregunta es, entonces, ¿cómo sabemos que la persona gorda está enferma? ¿Estar delgado/a/e es sinónimo de ser o estar sano/a/e? ¿Podemos afirmar esta asimilación? Este vínculo discursivo tan estrecho entre el peso y la salud termina exigiendo a todas las personas que se ajusten a un (único) formato corporal que no solo es ideal – y por lo tanto, inalcanzable–, sino que en muchas ocasiones implica restricciones y sufrimientos peores que los que podrían acarrear esos kilos “de más”.
El círculo vicioso se conforma por este pensamiento simplista-reduccionista de la salud: su discurso, su estigmatización, su fundamentación de la violencia simbólica y, finalmente, su habilitación o naturalización de prácticas discriminatorias y violentas sustentan la gordofobia. Así, si lo que realmente interesara fuera hablar de parámetros de salud, podríamos tener en cuenta otras definiciones, como por ejemplo la definición de la OMS que afirma que “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Esto implica que la salud de una persona no puede ser evaluada a primera vista, con la presunción de que su tamaño o peso de por sí indican algún tipo de enfermedad. Por lo mismo, es importante señalar que una persona que bajó de peso o se encuentra “flaca” no necesariamente se encontrará más sana, sino que incluso la delgadez puede deberse a alguna situación que afecte su salud.
La importancia de desarmar este prejuicio tan instalado no solo reside en la necesidad de desarticular las prácticas discriminatorias gordofóbicas, sino también en poder liberarnos como sociedad de la atadura de la delgadez como mandato. Un obstáculo que todos, todas y todes enfrentamos, y que puede determinar el acceso a los derechos humanos y su cumplimiento.
Es realmente inmaduro menoscabar o poner en tela de juicio las capacidades intelectuales o las posibilidades de las personas por razón de sobrepeso u obesidad
Un pequeño cambio en el nombre significa mucho
La propia Ley 17/2011 de Seguridad Alimentaria y Nutrición advierte que esa protección es especialmente importante ya que “socialmente el problema del sobrepeso o la obesidad afecta en mayor medida a las clases socialmente más desfavorecidas”.
Un primer paso para romper de ese bucle de rechazo es cambiar la nomenclatura. “Es muy feo hablar de gordos u obesos, ya que se trata de una enfermedad. Deberíamos decir “personas que tienen sobrepeso u obesidad” o “personas con sobrepeso u obesidad”, indica Giuseppe Russolillo.
Lo siguiente implica no prejuzgar. Y mucho menos, criticar y condenar. “Muchas veces no es por falta de buenos hábitos alimentarios o de cuidado personal. Tampoco porque son unos vagos y no hacen ejercicio. Son seres humanos que viven con esta enfermedad por cuestiones metabólicas, genéticas, psicológicas o emocionales, del entorno familiar y social…”.
Es más, luchan toda su vida subidos a una balanza, “porque el 90 por ciento de las personas que pierden peso lo recuperan en un año y, casi el 100 por ciento en año y medio”. Esta situación los convierte en víctimas fáciles de las dietas milagro y los falsos gurús que clasifican alimentos entre buenos y malos.
Kilos y salud en el punto de mira
Discriminar por razón de talla es inmoral y, como hemos visto, jurídicamente punible. Pero ¿son compatibles obesidad y salud? La pregunta tiene dividida a la comunidad científica, pero lo cierto es que hay personas sobrepeso que son metabólicamente sanas.
La mayoría de las personas con obesidad empeoran sus valores metabólicos (resistencia a la insulina, hígado graso, colesterol alto en sangre, tensión arterial alta…). Sin embargo, hay personas obesas metabólicamente sanas que pueden tener su mismo peso, porcentaje de grasa e IMC, sin que sus perfiles metabólicos salgan de lo que se considera como adecuado
Esta circunstancia trae de cabeza a los estudiosos. Se cree que podría deberse a que, por la propia biología de su tejido adiposo, estas personas tienen una grasa corporal de que se almacena sobre todo a nivel subcutáneo, es decir debajo de la piel, y más localizada en brazos y piernas y no en órganos vitales o entre vísceras, donde se ha visto que la presencia de grasa es más dañina metabólicamente hablando, es decir, trae peores consecuencias metabólicas como las que acabamos de nombrar.
¿Es suficiente como para considerar que la obesidad no es problema? En absoluto. Ese exceso de peso acaba causando complicaciones articulares, cardiovasculares, dificulta pruebas diagnósticas como las ecografías, aumenta el riesgo de algunos tipos de cáncer, genera dificultades durante el sueño, entre muchas cosas más.
Lo que sí hay que combatir es el estigma de la gordofobia. Es prioritario no juzgar a nadie por su cuerpo y entender que es posible tener gustos por otras imágenes corporales al margen de los cánones de belleza establecidos en nuestras sociedades.
Hacer comentarios sobre el cuerpo de otras personas puede causarles problemas de autoestima. Es algo que ya se trabaja en la escuela para que desde pequeños los niños acepten a todos por igual, independientemente de su talla.
Fuentes consultadas: Revista Nutriendo, La Vanguardia y Revista Incluside (Inadi, Argentina)
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