Siempre tenemos la posibilidad de sonreír y hacer de nuestro día una oportunidad para encontrarnos con aquellos aspectos que, aunque mínimos, nos darán grandes satisfacciones al irnos a dormir. ¿Te animás a conectar con el lado luminoso de la vida?
Maravillosa, subjetiva, nómada, así la percibimos. Y la añoramos cada vez que nos damos cuenta de su ausencia. Dicen que la felicidad es un estado pasajero, pero también que se trata de una colección de momentos eternos porque, aunque finitos, provocan impresiones que duran en nosotros para siempre.
Dicen que nadie puede vivir feliz demasiado tiempo, por un lado, debido a los dolores que todos sufrimos a lo largo de la vida y, por el otro, porque no es tarea sencilla canalizar positivamente la gran cantidad de vivencias que experimentamos a diario.
Decimos que vamos por el mundo en busca de la felicidad, pero muchas veces la tenemos al alcance de la mano y, sin embargo, no alcanzamos a vislumbrar siquiera ese valioso potencial con claridad. ¿O no somos felices cada vez que descansamos bajo la sombra de un gran árbol, cuando posamos nuestros pies descalzos sobre la hierba o esas veces que echamos a andar sin rumbo, aunque a consciencia, para tomar dimensión de nosotros mismos y de todo aquello que nos rodea?
Y aun sabiendo el bienestar que nos reportan tales experiencias, con sinceridad: ¿cuántas veces por día las practicamos?
Aprender a llevar adelante prácticas concretas para el buen vivir fue uno de los grandes temas sobre los que reflexionaron todas las civilizaciones, particularmente los filósofos griegos. Dijo al respecto Platón: "No es sino el conocimiento de sí mismo lo que lleva al hombre a la felicidad", poniendo de manifiesto la necesidad de integrar la razón con el alma y en esa misma línea fue su discípulo, Aristóteles, cuando expresó: "La felicidad solo depende de nosotros mismos", en un abordaje que representa la puerta de entrada a la conexión profunda y al autoconocimiento.
Epicuro también hizo suyo el tema pero, para él, además de tratarse de una búsqueda personal había que poner en marcha un mecanismo universal: retener al máximo posible sus destellos y no temer la llegada de la oscuridad, esa visitante siempre inesperada que aguarda con sigilo, agazapada, aun en los momentos más luminosos a la espera de entrar en escena. “La verdadera felicidad consiste en el dominio del miedo”, fue su reflexión.
¿Qué es lo que puede hacernos más felices?
Cristopher Peterson y Martin Seligman, padres de la Psicología Positiva estudiaron el vínculo entre la felicidad y la espiritualidad y concluyeron que creer en algo mayor que uno mismo brinda un marco moral que se convierte en un sostén emocional firme, porque permite crear significado, propósito y esperanza. Un estudio de la Universidad de Columbia Británica, Canadá, concluyó que los niños que crecen en la espiritualidad son más felices, aun cuando no la practiquen da la mano de una religión determinada ni vayan a ningún templo: “Cuando creen en el valor de la vida, del amor familiar, de la amistad y de la alegría, los chicos tienen menos tendencia a la tristeza”, aseguran sus autores.
La alegría profunda del corazón es como un imán que indica el camino de la vida, fue una de las grandes enseñanzas que nos dejó la Madre Teresa de Calcuta.
El investigador israelí Tal Ben-Shahar, doctor en Psicología y Filosofía por la Universidad de Harvard, elaboró una guía de seis pasos para aprender a celebrar la vida a cada momento y en todos ellos hay un denominador común: la necesidad de estar plenamente en cada uno de nuestros actos y elegir, ante todo, ser agradecidos. Según explica, para lograrlo es fundamental dejar de lado la autoexigencia y simplificar nuestra forma de vivir al máximo, aceptando la idea de que nada durará por siempre porque nuestra esencia es, como la de cualquier otro organismo viviente, movernos de acuerdo a las leyes permanentes del cambio.
Para él, lo importante es comprender que nuestro universo humano se rige por luces y sombras, que no son jamás definitivas. “Es imposible tratar de vivir sin emociones negativas, ya que forman parte de la vida, y son tan naturales como la alegría, la felicidad y el bienestar. Aceptando las emociones negativas, conseguiremos abrirnos a disfrutar de la positividad y la alegría”, describe Ben-Shahar en su best seller Ser feliz: no tienes que ser perfecto para llevar una vida más rica, donde se ocupa de indagar sobre la forma en que nos percibimos a nosotros mismos y a los demás.
Las redes sociales y la (in) felicidad
Quizás sea el hombre moderno el que deba lidiar con el mayor desafío al que se haya enfrentado, en toda su historia, la humanidad: conseguir el discernimiento necesario para encontrar esas pequeñas razones capaces de hacer sus días más felices y no distraerse con los falsos espejitos de colores que ofrecen el exceso de información, los bienes materiales y las novedades tecnológicas.
De hecho, un estudio de la Universidad de Standford señala que seríamos más felices si dejáramos de usar Facebook al menos durante un mes. ¿Por qué? Porque al analizar la conducta de 2.844 personas que entraron en “modo desconexión”, notaron un menor impacto emocional en la forma en que comenzaban a percibir sus preocupaciones y se redujo en ellos la ansiedad y la sensación de que siempre les faltaba algo para alcanzar el tan ansiado bienestar.
En La conquista de la felicidad, el escritor británico Bertrand Russell parte de la convicción de que “muchas personas que son desdichadas podrían llegar a ser felices si hacen un esfuerzo bien dirigido”. La obra se divide en dos partes: Causas de la infelicidad y Causas de la felicidad. Para explicar la primera, Russell encuentra algunos motivos probables: la competencia, el aburrimiento y la excitación, el cansancio, la envidia. Y también el sentimiento de pecado, la manía persecutoria y el miedo a la opinión de los otros, aspectos que, según escribe, es necesario erradicar de nuestro acontecer si lo que buscamos es ser seres libres y en pleno ejercicio de nuestro destino.
Por el contrario, entre las “causas de la felicidad” Russell señala una primera y principal: la necesidad de romper las barreras de nuestro ego y encontrarnos con el otro.
La pregunta se impone en toda su amplitud: ¿es la felicidad una responsabilidad, un trabajo, una práctica, una oportunidad…? “La felicidad, más que un deseo o una elección, es un deber”, sentenció el filósofo prusiano Immanuel Kant a la hora de elaborar una teoría a partir de una necesidad moral: hacer el bien para ser felices. O, mejor dicho, no hacer aquello que moralmente consideramos errado.
“Que cada uno examine su propia conducta, y así podrá encontrar en sí mismo, y no en los demás, un motivo de satisfacción”, les dice el Apóstol San Pablo a los gálatas en su carta.
Sin embargo, el interrogante es tan hondo como particular: ¿cómo se enciende en cada uno esa chispa que abraza el cuerpo y el alma con su adorable calor? Claramente, no existe una ley universal para definir qué es la felicidad para cada una de las personas que habitan la Tierra. Pero quizás sí haya un denominador común para la mayor parte de nosotros: apelar a las emociones que nos permiten vivenciar nuestros sentidos. Aromas, texturas, figuras, palabras, colores, sabores, sonidos, caricias… No hay nadie que permanezca inmutable ante la posibilidad de encontrar la belleza en cualquiera de estas experiencias, más aun si son compartidas (una vez más vale citar a Aristóteles: "El hombre es un ser social por naturaleza").
Solo que, para alcanzar esa plenitud, habrá que desactivar los hilos que tejen en nuestro cerebro los sinsabores injustificados, el disgusto porque sí. Más bien que podemos estar tristes o sentir nostalgia de tanto en tanto y eso es también lo que nos hace humanos. Pero no debemos perder de vista que el momento presente nos ofrece infinidad de respuestas a todas las grandes dudas que nos asaltan a diario. ¿Por qué y para qué estamos en este mundo? ¿Cuál es nuestro verdadero propósito? ¿Cuándo, cómo, con quiénes y por qué me siento feliz?
Quizás no lo sepamos de inmediato, porque la aventura existencial es tan rica y particular como el alma de cada quien. No obstante, hay un ejercicio que conviene aprender tempranamente: formularnos correctamente las preguntas nos habilita a descubrir y aceptar nuestras luces y sombras. De eso, dicen, se trata el camino hacia la sabiduría (ese que dura toda la vida). ¡Que tengan un lindo viaje!
Por María Eugenia Sidoti para Revista Digital Sophia.-
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