Aunque el individuo se nutra de una dieta invariable, las poblaciones de bacterias en el intestino son impredecibles. Esta es la conclusión a la que se ha llegado en un estudio reciente.
La comunidad científica está apenas comenzando a comprender cómo la microbiota intestinal (flora intestinal, o sea la comunidad esencial de microorganismos que vive en el intestino) interactúa con nuestro cuerpo y con los alimentos que comemos. Para médicos y científicos, el reto reside en predecir si los cambios en las poblaciones de microbios del intestino están más asociados con la dieta o con una enfermedad, o con ambas, un problema complejo debido a la naturaleza siempre cambiante de las comunidades de bacterias intestinales, los efectos del consumo de cada tipo de alimento, y las interacciones de cada especie microbiana con cada tipo de alimento.
El nuevo estudio lo ha realizado el equipo de Thomas Gurry, del CMIT (Center for Microbiome Informatics and Therapeutics), adscrito al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en Cambridge, Estados Unidos.
Hay muchos estudios que muestran la asociación entre la composición de la microbiota intestinal y la dieta, pero las relaciones precisas entre los nutrientes individuales y su efecto en la composición de la microbiota son difíciles de localizar. Gurry y sus colaboradores se propusieron lograr una mejora significativa en el nivel de resolución con respecto a lo conseguido en investigaciones anteriores.
La dieta influye muchísimo en la salud, pero parece ser que en la composición de la flora intestinal intervienen con más influencia de lo creído otros factores más sutiles. (Foto: James Gathany / CDC / Mary Anne Fenley)
Las dietas fijas, aptas para estudiar aspectos concretos de su relación con la flora intestinal, son difíciles de diseñar y de poner en práctica, sobre todo cuanto más extenso sea el grupo de personas al que se pretende estudiar. Aplicar un patrón particular de alimentación es algo crucial, porque la ausencia de un solo ingrediente alteraría la composición de ese alimento en concreto, restando mucha o toda credibilidad a los resultados de ese estudio.
En el nuevo estudio, una serie de participantes adultos sanos se alimentaron con una dieta clínicamente controlada durante seis días. Tras el tercer día, se proporcionó a los sujetos una gran cantidad de uno de los nutrientes de una serie, para ver qué efectos este nutriente en solitario (por ejemplo la fibra pectina) tenía sobre la flora intestinal y si su influencia era reproducible en otros sujetos.
Ante la sorpresa de los investigadores, la variabilidad de un día para otro de la flora intestinal no descendió. Las causas de ello no están claras, pero sí es obvio que la dieta empleada no crea un contexto constante en el intestino.
El equipo se sorprendió igualmente al encontrar que la actividad de la mayoría de los nutrientes, excepto las fibras inulina y pectina, a pesar de ser administradas en altas dosis, producía un escaso efecto en la composición de la flora intestinal.
Tal como enfatiza Gurry, se necesitará investigar más sobre las cepas o subespecies de la flora intestinal.
Ncyt.-
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