Máximo Sandín tiene ahora 73 años, es doctor en ciencias biológicas y en bioantropología. Su oposición a la versión corriente del darwinismo y a la colonización de toda la ciencia que ha producido de la mano de apologistas muy entusiastas y quizá muy interesados, lo llevó a retirarse de la cátedra antes de sufrir males mayores que veía venir. Cuando escucha que la alternativa al darwinismo es el creacionismo, corrige sin muchas esperanzas: la alternativa al darwinismo es la ciencia.
Sandin es un referente esencial en español de una teoría que ha sido denostada pero no ha conseguido ser sepultada porque acá y allá aparecen pruebas a favor: nuestro ADN, está formado en parte por retrovirus endógenos, virus fosilizados dentro de nuestras células, que cuando fueron descubiertos, como no entraban en los conceptos predominantes los llamaron "basura genética". Ahí están, presentes, desde hace millones de años en nuestro genoma.
Serían restos de infecciones virales que afectaron a las células germinales de nuestros antepasados, insertándose en el material genético que después fue pasando de generación en generación
Estos retrovirus endónegos humanos (Herv en inglés) son cerca del 10% del genoma humano. Estos restos inmemoriales no son patógenos ni pueden replicarse porque son trazas de material genético mutado o incompleto.
Ahora los científicos creen que los retrovirus endógenos pueden secretar proteínas y afectar a otros genes o a la progresión de determinadas enfermedades.
Los Herv permanecen inactivos a lo largo de la vida, pero ciertos estímulos y mutaciones genéticas pueden reactivarlos.
Los seres humanos tienen alrededor de 38.000 genes, poco más que un ratón o una mosca. Muchos de nuestros genes provienen de bacterias que se instalaron en nuestra herencia genética hace 500 millones de años o más.
El modo cómo millones de años atrás las bacterias dejaron su impronta en el ADN humano se desconoce, pero se han encontrado numerosos fragmentos microscópicos del ADN de parásitos.
Toda la carga de instrucciones genéticas para formar un ser humano se encuentra en una pulgada de ADN, el ácido desoxirribonucleico que forma los cromosomas y la herencia.
El resto del material genético, denominado ADN basura, son secuencias repetitivas cuya utilidad se desconoce. Muchos genes humanos son muy versátiles; algunos pueden expresar cientos y hasta miles de proteínas.
Existen en el genoma común de los humanos, 145 “genes externos”, procedentes de virus, bacterias y similares, que se han logrado incrustar en nuestro código que hasta ahora creíamos como exclusivo. La conclusión implica modificar nuestra idea evolutiva, en tanto formas de vida distintas a la nuestra, han logrado incluirse en nuestras células, cambiando la concepción del árbol de la evolución.
“Esto significa que el árbol de la vida no es en absoluto el árbol estereotipado con sus linajes perfectamente divididos en ramas. En realidad, se parece más a esas enredaderas amazónicas cuyas ramas se entrecruzan y se superponen unas a otras”, explicó Alastair Crisp, docente en Cambridge.
Analizando las secuencias genéticas de unas cuarenta especies animales, desde insectos a grandes simios, los científicos buscaron concordancias de similitud con genes no animales más parecidos que los animales semejantes. En esa línea encontraron cientos de genes bacteriales, de hongos, distintos microorganismos, y hasta de plantas, de los cuales un grupo concreto de 145 parece haberse traspasado literalmente a nuestro genoma desde organismos simples.
El descubrimiento además de ratificar que no existe solo una transferencia genética vertical, “demuestra que la transferencia horizontal de genes no se limita solo a microorganismos, sino que ha jugado un papel concreto en la evolución de muchos animales, quizás incluso de todos los animales", asegura Crisp.
Los científicos intentan develar qué funciones concretas cumplen esos genes en nuestro metabolismo, sistemas y procesos, así como llegar a comprender en qué momento de la evolución –y si es posible saber las causas- los genes “saltaron” al genoma humano.
La publicación ha abierto un nuevo debate, en tanto muchos científicos rechazan que haya pruebas suficientes para demostrar que existe una transferencia genética de bacterias a animales superiores.
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