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Caleidoscopio
Caleidoscopio
Los medios dominantes distribuyen propaganda.
Los medios dominantes distribuyen propaganda.

El secreto de la filantropía

En su autorretrato, donde dice que cuando llegue el día del último viaje estará a bordo, "ligero de equipaje, casi desnudo como los hijos de la mar", Antonio Machado valora el soliloquio: "es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía".

A nosotros nos falta algo que aprender todavía en esta materia en medio del estruendo que impide el soliloquio: los multimillonarios "filántropos" publicitados como tales, que dicen donar grandes sumas, en realidad las invierten en industrias de guerra o de salud de donde el dinero de la filantropía vuelve a sus manos multiplicado. Lo que hacen es invertir los recursos y aumentarlos, quitarle a los pobres incluso lo que no tienen.

Del cólera y otras pestes
Cuando se desató una epidemia de cólera en la Argentina en 1998, una frase publicitaria pegada en los parabrisas y lunetas de autos y colectivos y reiterada por televisión era "no tenga miedo, tenga cuidado".

Entonces hubo algunas objeciones contra la idea subyacente: si la gente pobre, la víctima principal de la epidemia, entiende que no debe tener miedo, la respuesta va a ser el desinterés y como consecuencia el contagio, porque en sus vidas han aprendido a respetar solo a lo que genera miedo.

Seguramente los que idearon la frase, aplicada antes al paludismo y a otros males infecciosos, calcularon ese efecto pero fallaron con otro, que parece predominar ahora con el Covid: el miedo como control social de las conductas, no de los más vulnerables sino de todos: ahora hay que tener cuidado más miedo que cuidado.

Porque te quiero te aporreo
En varias ciudades argentinas el miedo a la peste justifica el control estatal de las conductas: En Comodoro Rivadavia, por ejemplo, la policía detuvo a una mujer que intentaba hacer compras en un supermercado por circular sin permiso, a pesar de tratarse de un derecho constitucional y de que la propia constitución considera "insalvablemente nula" a toda norma que limite los derechos fundamentales y "traidores a la patria" a los que la impulsen.

Antes de episodio con la mujer de compras, la municipalidad de Comodoro había anunciado "controles en domicilios, quinchos y salones" y había prohibido reunirse en casas particulares para encuentros sociales. El intendente pidió ayuda a la policía y adelantó que habrá controles en los espacios públicos e impedirá reuniones familiares. “Vamos a estar circulando permanentemente con la policía para que no haya reuniones sociales ni familiares que es donde tenemos el mayor problema, se relajan y terminada pasando lo que pasa hoy” (Se refiere a los contagios de Covid 19).

En la ciudad hay retenes de circulación, controles en la vía pública, en las viviendas familiares y en los barrios "para garantizar que se cumpla con la circulación de gente". (Para que la gente no se mueva).

El procedimiento parece un esbozo del porvenir, si se acentúan las tendencias autoritarias en que pueden naufragar derechos y garantías que parecen naturales y que son en realidad producto de una evolución secular. Medidas como las de Comodoro y otras ciudades, por así decir flotan en la brisa que viene del futuro, que parece viscosa. Las medidas no tienen mucha incidencia en la propagación de la peste, pero sí en la salud mental de las víctimas y en su economía. La cuestión es si los políticos sabrán recoger la línea en algún momento o si les está gustando tanto el garrote salutífero, preventivo y correctivo, que serán sus medidas, como tantas, provisorias para siempre.

Controlar, vigilar, castigar
El miedo no necesita de la peste, que sin embargo se ha mostrado muy idónea para generarlo y sostenerlo con poco gasto, porque es muy contagioso. Hasta poco antes los atentados terroristas hicieron el trabajo también con eficacia.

El georgiano José Stalin, pseudónimo de Iosif Vissariónovich Dzhugashvili, tomó el poder en la ex Unión Soviética después de la muerte de Lenin, en una maniobra en que desplazó a León Trotski, que debió exiliarse y terminó asesinado en México, donde el gobierno de Lázaro Cárdenas le dio asilo.

Stalin conocía bien cómo obtener el control de la población. Los actos de terrorismo, que tienen la intención de generar miedo, "harán que la población reclame la imposición de leyes restrictivas si su seguridad personal se ve amenazada”. Así lo dijo y lo hizo.

Hermann Goering, ministro de Hitler, también conocía el paño y lo explicó en Nürnberg, durante el juicio a que fue sometido por las potencias triunfantes en la guerra: “Por supuesto, la gente no quiere guerras…Pero después de todo, son los líderes del país los que determinan la política, y todo se limita siempre a una simple cuestión de arrastrar a la gente adonde quieres, tanto si se trata de una democracia como de una dictadura fascista, un parlamento o una dictadura comunista…con voz o sin voz, las personas siempre pueden ser llevadas adonde se quiera por parte de los líderes. Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y por poner al país en peligro. Funciona de la misma en cualquier país”.

En esta materia, como en tantas otras, Federico Nietzsche de anticipó: "En los individuos, la locura es rara; pero en grupos, partidos, naciones y épocas, es la regla”. Dominadas por el miedo, las masas no piensan: pierden el centro con gran facilidad, obedecen y condenan al que parece objetar algo cuando se sienten en peligro.

Muchísimo antes de Stalin o Goering, Nerón usó el incendio de Roma, que quizá provocó, para lanzar una gran persecución contra la nueva secta de los “hombres de negro”, los cristianos. Desde entonces el control de la población se ha perfeccionado mucho con pocos cambios en la idea central.

La revolución electrónica ha provocado un incremento enorme de la calidad y la cantidad del espionaje, que ahora es capaz de entrar literalmente en el pellejo de cualquiera y llevar el control hasta donde la imaginación todavía no alcanza.

Pero hay algunos procedimientos, como los de Nerón, que son tan sencillos, “fáciles” y de tanto rendimiento, que las agencias de “inteligencia”, ese sumidero de la corrupción, siguen usando como el primer día: los atentados de bandera falsa, que consiste en atribuir a un rival que se quiere combatir un acto de terrorismo.
Como también dijo Stalin, la gente no quiere la guerra, pero las decisiones las toman los políticos y para eso tienen medios de dirigir la opinión como se les ocurra. No solo un dictador como él podía hacerlo, sino también los gobiernos archi “democráticos” como los de Estados Unidos y Francia.


Dónde está el enemigo
Por ejemplo, el atentado contra la sede de la revista satírica Charlie Hebdo en París en enero de 2015, posiblemente fue un atentado de falsa bandera con intención de culpar a inmigrantes islámicos. El acto de terrorismo contra la sede de la revista dejó 12 muertos, pero fue fácil apelar al terror a los que inventaron con Robespierre su versión moderna.

La propaganda puede crear deseos ilusorios tanto como reales. Después del atentado contra Charlie Hebdo hubo otro en París contra la sala de espectáculos El Bataclan en noviembre de 2015.

Hay numerosos indicios de que ambos fueron atentados de falsa bandera, como el de la terminal de Atocha en Madrid y el de las torres gemelas en Nueva York.

Es mejor abstenerse de argumentar en esta materia, pero hay una cuestión que llama la atención más que otras: los terroristas, según se dice muy bien adiestrados y fanáticos sin principios ni piedad, se mostraron extrañamente prolijos y buenos ciudadanos: dejaron plantados en el lugar de los atentados sus documentos personales, para que la policía no tenga dificultades para identificarlos. Los documentos no sufrieron daños a pesar de que sus dueños quedaron convertidos en pedazos pequeños, rompecabezas imposibles de reconstruir.

A pesar de estudios científicos y detectivescos que podrían demostrar qué hay en realidad bajo muchos atentados, de entrada logran éxito si el público teme y reclama revancha y seguridad

La “versión dominante” impuesta por el poder sobre la sociedad entera, manda al parecer sin fisuras; no eternamente, pero sí mientras lo necesita para sus fines.

A cada uno, lo suyo
Hoy en día hay un poder en el mundo domina toda la prensa "seria", que responde a un grupo de seis grandes multinacionales de la información y el entretenimiento. Pero transitoriamente el poder está afectado por un avance tecnológico: internet y las redes sociales interfieren con los medios masivos. Y en las redes se filtran videos, comentarios, testimonios, hechos que rompen el carácter monolítico de un relato que necesita presentarse como indiscutible.

En estos tiempos, el régimen no tiene el monopolio de la información que consumen las masas, pero controla qué no difundir masivamente. Sin embargo, en este punto no mejora lo que se daría incluso sin poder, porque en ninguna época la orientación superior estuvo al alcance de la mayoría. Si hoy mismo el gran número viera ante sí revelado un misterio, no lo entendería, no le interesaría, el misterio seguiría siendo misterio: está protegido por su propia naturaleza.

En nuestra época, la función de los medios de comunicación no es informar sino más bien distraer, inducir a mirar para otro lado. La información es poder y sería necio distribuirla entre todos. Nadie debe esperar recibir buena información de los medios dominantes, como no debe esperar que los multimillonarios recorran las calles en caravana repartiendo sus fortunas.

En lugar de información, los medios dominantes distribuyen propaganda, en el caso de los atentados de falsa bandera, contra los “terroristas” que según ellos son los autores demostrados y comprobados de los crímenes. Y en el caso de la peste, moviendo montañas de fantasmas y repitiendo sin cesar consignas como si fueran informaciones con la finalidad de mantener un estado de ánimo favorable a sus fines.

Se ve a medios de todo tipo de pronto coincidir hasta en el detalle, a pesar de las diferencias de pintura que parecen distinguirlos. Llegado el momento, todo se olvida salvo la defensa del interés del sistema para el que trabajan. No hay diferencias reales entre ellos, solo las necesarias para llegar del palacio a los ranchos.
De la Redacción de AIM.

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