La gente común, todos nosotros, estamos sometidos a un bombardeo publicitario incesante y ubicuo, que tiene el propósito de mantenernos como consumidores pasivos e irreflexivos. La finalidad es sostener el funcionamiento de la sociedad moderna.
Cuando alguien amaga despertar ante un posible colapso, es inducido de nuevo al sueño por un ejército de periodistas, opinadores y economistas. Están al servicio de los bancos -el poder dominante en la sociedad moderna- y exponen con rigor detallista y tecnicismos incomprensibles mentiras obvias, que solo parecen verdades dentro del micromundo asfixiante donde viven y donde han conseguido “enfrascar” a sus oyentes. Para citar una frase conocida, dirigida a una estirpe antigua parecida a la suya: “filtran el mosquito pero tragan el camello”.
Los miembros de ese ejército, que aparece sobre todo en televisión pero está en todas partes, constituyen los intelectuales de más éxito en toda la historia de la humanidad. Nadie ha tenido más público que ellos y nadie menos valor, nadie ha mentido más ni ha sido menos sospechado.
Si la gente quisiera escuchar otra opinión, si después de todo permanece en la consciencia alguna duda persistente -la sensación de que no todo está bien- o que los hechos responden a otras causas que las que aparecen en pantalla, debe consultar otras fuentes.
Pero no las encuentra fácilmente. El juego de pinzas al que el poder somete a la gente común se traduce en una opinión “correcta”, la del poder financiero y sus dependientes políticos, que nunca dan la cara como tales sino que se amparan en la objetividad científica, en la seriedad profesional, en la corrección política y en las opciones que parecen sensatas y posibles. Frente a sus puntos de vista "centrales", los otros aparecen como marginales, irrisorios, irresponsables, adolescentes, “románticos”, en todo caso desechables, nunca atendibles.
Sin embargo, la fuerza de la crisis que la civilización moderna ha venido madurando desde que se derramó sobre el mundo al inicio del Renacimiento europeo es tal que ya no basta la persuasión ni el adormecimiento: se apela a la disuasión: Gaza, Estado Islámico, Afganistán, Siria, Libia, Botnia, Haití, Ucrania, Taiwan, Palestina y tantos otros conflictos de baja o media intensidad.
Los análisis de los economistas-banqueros terminan casi siempre en lo mismo, como observó en su momento el ex ministro Domingo Cavallo: todos piensan igual pero no por eso se muerden menos. Hoy, uno de sus admiradores emergentes, Javier Milei, insiste en que cualquier opinión que no sea la de Cavallo revela ignorancia sin más.
La gente común no debe ver adónde lleva el camino que recorre porque si despertara del sueño inducido en que camina con los ojos abiertos el poder financiero se sentiría incómodo. El propio poder hará las correcciones que necesite, pero siempre sobre una población manipulada a la que han negado todas las perspectivas. La situación es anómala, el sistema impulsa condiciones de desequilibrio que no pueden terminar sino estrellándonos, como la degradación del suelo, el agotamiento del petróleo, la contaminación que puede alcanzar un punto sin retorno, la sobreexplotación de los recursos naturales, la concentración de la riqueza en poquísimas manos y por contrapartida la miseria, la muerte y el hambre de millones.
Muy pronto será tarde si no se toman medidas rápidas: políticas públicas integrales que apoyen la transición hacia la soberanía alimentaria, basada en la agroecología y la producción de cercanía.
El profesor Luis Lafferriere, profesor de la Uner y miembro de la Junta Abya Yala por los pueblos libres, explica que la agricultura en pequeña escala produce el 70 por ciento de los alimentos en el mundo, no contamina y utiliza cantidades menores de hidrocarburos, además de generar alimentos sanos y mucho más trabajo.
“Para avanzar en modos de producción menos contaminantes y amigables con el ambiente, debemos abandonar el modelo vigente de producción-destrucción, que igualmente tarde o temprano terminará. Sólo que se requiere de tiempo, grandes esfuerzos y una fuerte voluntad política, que se traduzca en medidas integrales de apoyo y promoción en todos los niveles y áreas del Estado a las formas alternativas”.
Propone medidas que acoten y encarezcan las actividades destructivas; y por otro lado faciliten el desarrollo de la producción agroecológica para los mercados locales y y regionales.
“Todavía estamos a tiempo, pero no tenemos mucho margen para actuar. Las demoras en tomar las necesarias decisiones de cambio harán más difícil la situación en el futuro. No es fácil cambiar nuestra forma de vida. Pero no tenemos alternativas, ya que hacer más de lo mismo nos conducirá al suicidio colectivo. Todos estamos involucrados y debemos comprometernos. De lo que hagamos hoy dependerá lo que vayamos a vivir mañana”.
De la Redacción de AIM.
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