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Caleidoscopio
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Emilio Kinkelin, golpe y picaresca

En una afirmación que solía horrorizar a pacifistas muy marcados, a comienzos del siglo XIX el teórico alemán Carl von Clausewitz definió a la guerra como la continuación de la política por otros medios: cuando los instrumentos a la mano de los políticos y los diplomáticos se revelan insuficientes, se pretende resolver con las armas lo irresuelto.

En la actualidad la guerra es un ámbito de destrucción de tal índole que incluso los que la aceptaban como continuación natural de la política le niegan posibilidad de liquidar las cuestiones que no fue posible solventar en su dominio propio, ya que las armas nucleares antes de resolver algo acabarían con todo.

Sin embargo, la guerra no ha sido abolida por eso, sino que la perspectiva de la destrucción total es como una amenaza al fondo de las destrucciones parciales, calculadas, que provocan las armas convencionales. Las guerras de "baja intensidad" son las más convenientes para los mercaderes de armas. Pero una vez desatada la violencia, nadie la controla de modo que no se vuelva destructiva incluso para los propios mercaderes.

Guerra por TV
La guerra moderna es un espectáculo televisivo expurgado y pulido para horror o disfrute de los afortunados que están lejos de los misiles y de los bombardeos.

Un corresponsal de guerra muy notable, que trabajó para el diario porteño La Nación en los frentes de combate de la primera guerra mundial, telegrafió en 1914: "A nosotros, los pocos periodistas neutrales que aún quedamos aquí, no nos llevan a las etapas donde se oye lejano el cañón y muy sonoro el estampido de las botellas de champagne. Nosotros vamos a la batalla misma. Penetramos a la zona batida por la artillería, vamos a las trincheras (...)la suerte me ha colocado en medio de la guerra magna, y desde allí refiero lo que me entra por los ojos".

El autor de esas líneas escribió muchas otras similares donde contrasta el estruendo del cañón, que deben oír espantadas las víctimas, con el estampido de las botellas de champán al descorcharse, que oyen encantados los que informan de las matanzas desde posiciones de seguridad.

Bajo las balas
Era un teniente coronel nacido en Entre Ríos, Emilio Cristiano Henrico Kinkelin Dunzelmann, que para el historiador y político trotskista argentino Jorge Abelardo Ramos (inspirador de Ernesto Laclau), era un personaje de la picaresca puesto a comienzos del siglo XX por una licencia de la historia o un capricho de la suerte.

El abuelo de Kinkelin, Gottfried Kinkel, fue un escritor socialista alemán que rivalizó por un momento con Marx y Engels; y finalmente debió exiliarse en Suiza, donde nació el padre de Emilio.

En 1914, cuando estalló la guerra, Kinkelin estaba en Alemania adquiriendo armas para el ejército argentino. Prefirió no regresar y consiguió una autorización para permanecer en Europa como observador técnico. Comenzó el envío de notas periodísticas al diario La Nación como corresponsal de guerra, a pesar de no tener formación periodística. Los suyos eran testimonios de primera mano, escritos por un especialista en táctica militar.

Su punto de vista era el de un germanófilo apasionado; pero quizá compensaba en parte la imparcialidad que perdía con versación técnica y capacidad para analizar la realidad metódicamente.

Cuidado con el bando
Kinkelin tuvo participación activa en el golpe filofascista que derrocó a Yrigoyen en 1930. El presidente de facto, José Félix Uriburu, lo nombró secretario militar de la presidencia. En esa condición, firmó con el presidente un histórico "bando": argumentando que el golpe contra Yrigoyen tenía el propósito de conservar el orden, el bando advertía: "todo individuo que sea sorprendido en infraganti delito contra la seguridad y bienes de los habitantes, o que atente contra los servicios o la seguridad pública, será pasado por las armas sin forma alguna de proceso".

Para sostener al golpe del 30 contra los "partidócratas"-ante todo los radicales yrigoyenistas- Kinkelin ideó varias alternativas: desde la creación de la Liga Cívica Argentina hasta las conspirativas, como la organización de golpes de estado y amenazas de sediciones contra el presidente Agustín Justo, su comprovinciano, que no tuvieron éxito y lo obligaron a buscar refugio en Salta, donde gobernaba un pariente de Uriburu, que ya había muerto en Francia.


La Nación en las trincheras
Cuando estalló el conflicto en 1914 Kinkelin solicitó permanecer en Alemania como "espectador de la gran guerra". Fue más que eso; fue analista, cronista, crítico de las tácticas militares y testigo del fracaso del plan propuesto por el mariscal Alfred von Schlieffen a principios de siglo. Todos los oficiales alemanes habían estudiado el plan y lo reputaban invencible.

El propio von Schlieffen lo había considerado infalible: "nuestros enemigos nunca resistirán su brutal y sólida sencillez". La finalidad era derrotar a Francia mediante tácticas basadas en la célebre batalla de Cannas, en que el cartaginés Aníbal Barca infligió a Roma la mayor derrota de su historia.

La Nación destacaba el significado de su corresponsal de guerra: "nuestro corresponsal en Alemania es quizás el único periodista de cuantos están en campaña a quien le fue dado presenciar las más terribles batallas".

Los envíos de Kinkelin se referían a la capacidad del armamento, muy superior a todo lo conocido hasta ese momento; a cuestiones como la cadencia de tiro de la artillería y al alcance de las armas. Pero por otra parte, notaba “gritos de hierro y fuego, toneladas de odio y muerte” pasando sobre su cabeza. No debía ser eso motivo de reproche para un militar, ya que el propósito de las grandes masas de fuego es destruir al enemigo; pero apelando a recursos literarios Kinkelin habla de provocadores de una "soledad angustiosa" que convertía al combate en "una inmensa lucha de ausentes".

La máscara del miedo
En sus crónicas se refiere al avión, a los tanques, a los gases venenosos y al submarino como novedades que la industria moderna había puesto a disposición de la guerra. No dio mucho significado militar al avión, pero su opinión inicial se fue modificando con el tiempo al considerar importante el dominio del espacio aéreo. Quedó estupefacto al ver en acción por primera vez a los tanques de oruga, invento inglés. Pasado el primer impacto, aseguró que ya nadie les temía. Sin embargo, narró un temor genuino en el caso de los gases. Cuando debió usar una máscara en las trincheras confesó que tuvo miedo. "Dentro de esa máscara se piensa, y se tiene miedo y asco de los hombres. Quisiera poder condensar en dos líneas los pensamientos que embargaron mi mente en aquellos pocos minutos. Allá se acurrucaban los soldados del siglo XX, y aquí caían los otros, en contorsiones de agonía…"

La diferencia entre los procedimientos tácticos que había estudiado en el Colegio Militar y lo que tenía ante sus ojos parece desbordarlo: "El hombre mata; al hombre se le aplasta, se le asfixia con gases, o se le quema vivo con líquidos ardientes. Cuesta trabajo investigar el pensamiento general de esta carnicería".

Kinkelin justifica en otra nota el uso de los U-Boot (abreviatura de Unterseebooten), nombre alemán de los submarinos.

Presentó el hundimiento de buques mercantes por los submarinos como consecuencia del bloqueo naval impuesto por Gran Bretaña, que estaba conduciendo a Alemania al estrangulamiento. "El submarino se hizo tan perverso como el bloqueo sin limitación. Ojo por ojo, diente por diente: este es el grito de guerra que irradia de los imperios centrales".

Organización para qué
La toma de partido de Kinkelin se hacía evidente cuando relataba los méritos del ejército alemán, que eran sencillamente la prolongación a la guerra de la idiosincrasia alemana. “Talento de organización y tenacidad insuperables de este ejército que todo lo prevé, que todo lo prepara, y que no conoce dificultades capaces de hacerlo retroceder”(...) Ante cada puente o vía férrea destruida intencionalmente para obstaculizar los avances, los soldados alemanes se lanzaban a su reconstrucción de la noche a la mañana y en pocas horas los vehículos, tropas y trenes circulaban otra vez con un ritmo de hormiguero, las fábricas y las usinas que se habían paralizado volvían funcionar y a producir. “Es la tenacidad germana, que a despecho del gran drama en que es protagonista principal, continúa imponiéndose aún en territorio enemigo. Todo lo hace ordenado, completo y a fondo.”

Napoleón en el inicio
Este punto de vista, que responde a cierta condición obsesiva de meticulosidad que pone todo, lo que importa mucho y lo que importa poco, en el mismo nivel, contrasta con la caracterización del filósofo Johann Fichte en sus Discursos a la Nación alemana de 1808. Allí pide una escuela que eduque en la obediencia al Estado y en el alineamiento con sus intereses, porque según él los alemanes eran indisciplinados y abúlicos y por eso habían sido arrollados en Jena y Auerstädt por Napoleón y el general Davout.

Antonio Machado, desde otro punto de vista, ve la meticulosidad germana como autora en la guerra de sitios tan cabales, tan ordenados, tan completos, tan detallados y cumplidos, que finalmente la plaza sitiada no será debelada.
De la Redacción de AIM.

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