En el desasosiego que crea la amenaza de una guerra nuclear hay quienes insisten en que ahora más que nunca es necesario cambiar para sobrevivir, pero quizá inadvertidamente dejan subsistir al Estado porque sin él no entienden la vida.
Las amenazas suscitadas por la guerra de Ucrania pasan de misiles convencionales y drones a armas nucleares tácticas, y subiendo la apuesta a una guerra atómica con armas estratégicas que garantizaría la destrucción total.
Aprovechando el poder del miedo, el gobierno de Finlandia, por ejemplo, aconseja a sus ciudadanos comprar pastillas de iodo para protegerse de la radiación, y crea así un estado de terror que permite controlarlos mejor.
La corrupción actual, que todos ven y casi todos sufren, soporta explicaciones circunstanciales, como la que la atribuye al neoliberalismo. Algunos presidentes, como fue Julio César Turbay en Colombia, expusieron una confusión risible: "tenemos que reducir la corrupción a sus justas proporciones", metiendo la justicia donde no se quiere ver, como no le gustaría a un dignatario ver publicada su visita a un prostíbulo. O como confesó el ex presidente de México Vicente Fox, que antes había sido gerente de la Coca Cola en su país: "No hay quien aguante un cañonazo de 50.000 pesos".
La gente común se queja de los corruptos cuando se hace evidente que se llevan mucho más que lo que traen y sobre todo cuando debe padecer la merma de su nivel de vida, que los corruptos atribuyen unos a otros. Ya pocos creen que en la función pública haya movimiento sin mordida ni "obrita sin serruchito".
La corrupción como principio de coordinación
Erradicar la corrupción manteniendo el Estado es como querer ver algo prescindiendo de la forma y del color. El pasado -por no decir nada del presente- enseña que gracias a la corrupción se mantiene en el Estado una solidaridad forzada entre los integrantes de la clase dominante, mentada ahora como "casta política", de modo que nadie saque los pies del plato.
El primus inter pares roba y deja robar a los miembros de su equipo, a veces dentro de los límites de la discreción, a veces a la luz pública, a veces a la arrebatiña, pero siempre dentro del corral. La corrupción es un "principio de coordinación del Estado" cuyo funcionamiento puede seguirse bien por lo menos desde la antigua Roma hasta hoy.
Algunos hispanófilos nostálgicos del trono y del altar, que quisieran reeditar algo similar al imperio donde no se ponía el sol, atribuyen a los ingleses y franceses la "leyenda negra", como si los hechos que sus ancestros protagonizaron no bastaran. Para rematar, la Ilustración creó, sobre todo gracias a Voltaire, la leyenda negra medieval, de la que no nos hemos librado a pesar de que la ilustración declina amenazada por un ramalazo posmoderno de negrura.
Es que la idea esclarecida de hacer del mundo un orden racional pronto quedó oscurecida por la presencia insumergible de una vieja conocida desde que existe el Estado: la corrupción.
Costumbres de todo tiempo
1100 años antes de la era corriente, en tiempos del faraón Ramsés IX, Peser, funcionario del imperio egipcio, denunció desde el llano a otro funcionario de confabulación con profanadores de tumbas.
Los griegos obligaron a huir de Atenas en el 324 al gran orador Demóstenes, acusado de haber recibido un soborno para no hablar como sabía en un juicio.
Demóstenes cobró y apareció en el juicio con el cuello envuelto en una bufanda, simulando una laringitis que le impedía hablar; pero despertó sospechas y debió poner rápida distancia de los barrotes.
Tiempo después un comediante le comentó que había recibido un talento por su actuación -alrededor de 20 kilogramos de plata- y Demóstenes le contestó con orgullo que a él le habían pagado mucho más por callarse.
Y el incorruptible Pericles se habría llevado alguna mordida de la construcción del Partenón.
Hace 3500 años, los tratos económicos con un poderoso que hoy serían considerados corruptos eran vistos en Mesopotamia como necesarios para las relaciones pacíficas que mantenían a la sociedad tranquila. Ya la corrupción tenía su lugar entre los males necesarios para la política.
En Roma, cuando los senadores salían de sus casas para ir al senado, los acompañaba una nube de "clientes" que los vivaban y aplaudían por el camino. Los vítores y los aplausos eran recompensados luego por el senador, que en un día establecido salía de su residencia para repartir en pago a su clientela política harina, aceite, vino, etc.
El clientelismo era y es un sistema de favores entre protector y protegidos, entre quien ejercen el poder y quienes lo sufren, entre clientes y patrones.
"Soy del partido de todos y con todos me la entiendo, pero váyanlo sabiendo ¡soy hombre de Leandro Alem!", dice la Milonga del novecientos, de Homero Manzi. Manzi le hace decir a su compadrito: "Descanso cuando ando enfermo y después que me he sanao". Al caudillo le debía el voto en las elecciones y el facón en las revoluciones.
Aquellos clientes romanos votaban por su senador en los comicios y eran su custodia personal, su seguridad privada. Son el antecedente de las clientelas políticas actuales: la administración pública garantiza subsidios, servicios sociales, un nivel de vida básico. Como dice Enrique Santos Discépolo en la letra de Que Vachaché, en que la lucidez va pareja con el desengaño, con la constatación de que la realidad no es como creyó de niño: "El verdadero amor se ahogó en la sopa: la panza es reina y el dinero es Dios". Dice también que el cafetín de Buenos Aires "es lo único en la vida que se pareció a mi vieja".
Los romanos pretendieron basar sus costumbres políticas en el honor, así como hoy pretende ser la política una actividad ética. Por eso los romanos veían mal la corrupción y exigían de sus políticos tener currículo y educación, presentar una fianza al principio de su mandato, dar cuenta de su patrimonio al final y devolver lo que sobrara. Eran medidas de vigilancia que la corrupción supo siempre saltarse con pocas dificultades, desde que es aliada y producto del poder.
El Estado romano, ejemplo de su especie en muchos aspectos porque construimos sobre sus ruinas y nos dejó su derecho, sus palabras y sus ideas en alguna medida, desbordaba de denuncias de corrupción de funcionarios y magistrados.
Cicerón dijo que los que compran la elección a un cargo se desempeñan en él de manera que "colmar el vacío de su patrimonio"; expresión que parece demasiado oblicua para describir las costumbres de nuestros políticos.
Catón el censor, cuyo nombre (Cato) lleva un sitio argentino de internet dedicado a exaltar la ideología neoliberal, sufrió 44 procesos por corrupción.
No hay nada nuevo bajo el sol, y tampoco el sol romano alumbraba distinto del actual. El teatro de Nicea, en la actual Turquía, costó diez millones de sestercios, pero tenía grietas y su reparación implicó más gastos que los que había costado construirlo. Como si se tratara de una ruta argentina.
Mi moral, tu moral
La ilustración condenó a la religión como fuente de oscurantismo, contraponiendo una moral a otra y dejando el problema situado convenientemente en ese plano. Diderot recuerda la actual condenación liberal de los pobres, pero mirando siempre a la influencia religiosa: “El cristianismo, predicando el espíritu de sacrificio y la renuncia a toda vanidad, introduce en su lugar la pereza, la miseria, la negligencia; en pocas palabras, la destrucción de las artes”. Algunos retoques y tenemos neto el discurso ético capitalista.
En tiempos de Maquiavelo la corrupción era el aire que se respiraba. Por eso recomienda al príncipe no preocuparse "de incurrir en la infamia de estos vicios (la corrupción), sin los cuales difícilmente podrá salvar al Estado”. La lucidez de Maquiavelo pone el acento en un punto: la corrupción sirve para salvar al Estado, es su fundamento.
En el genocidio español de Abya Yala resuenan como acompañamiento fúnebre las palabras de Colón en el diario que le atribuyen: "con el oro hasta las ánimas pueden subir al cielo". En ese texto que hace de dios un corrupto supremo, la palabra "oro" figura más de 100 veces.
En pleno apogeo del imperio británico, Tomás Carlyle reflexionó: “hay épocas en las que la única relación entre los hombres es el intercambio de dinero”, el "cruel pago al contado" del que habla Marx para describir el orden burgués de su tiempo.
Napoleón decía que a sus ministros que les concedía robar un poco, siempre que administraran con eficiencia. Es la letanía del "roban, pero hacen" con que la mentalidad popular moderna justifica la corrupción de que es la primera víctima y una confesión del uso de la corrupción para mantener unida y leal a la tropa.
Caminemos de la mano
La corrupción formó siempre parte del funcionamiento del Estado, es la condición misma de su existencia como instrumento de dominación de clase. En el siglo pasado, las dictaduras mostraron ética en los discursos y corrupción en el silencio.
El primer ministro británico, el gran maestre Winston Churchill, creía que “un mínimo de corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia”. “Corrupción en la patria y agresión afuera para disimularla” era una frase del gran Winston para sintetizar la política exterior imperial británica. La "patria" era confiada a la prudencia de un grupo venerable y el "afuera" a los cañones de la flota.
El historiador italiano radicado en Austria, Carlo Brioschi, como conclusión de su "Breve historia de la corrupción", la considera "un fenómeno inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de la reciprocidad. Según la lógica del intercambio, a cada favor corresponde un regalo interesado. Nadie puede impedir al partido en el poder crearse una clientela de grandes electores que le ayuden en la gestión de los aparatos estatales y que disfruten de estos privilegios. Es algo natural y fisiológico”.
Sin confiar demasiado en esta materia en las explicaciones "naturales y fisiológicas", nos asentamos en que la corrupción es un instrumento de regulación y coordinación dentro del Estado.
A él debe su florecimiento ininterrumpido desde la más remota antigüedad y dentro de él permite como dieta saludable las filípicas y las admoniciones de los moralistas y sus protestas de pureza.
De la Redacción de AIM.
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