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Caleidoscopio
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La corrupción hoy y hace medio milenio

Rodolfo Francisco Marabotto es un actor nacido en Pellegrini, provincia de Buenos Aires, a 500 kilómetros de la capital argentina, casi en el límite con La Pampa. Tiene ahora 77 años y es conocido por el pseudónimo de Pablo Alarcón, con una trayectoria de medio siglo en teatro y televisión.

Alarcón renovó su popularidad desde que hace poco dijo que su jubilación de 80.000 pesos no le alcanza para vivir y decidió actuar a la gorra en la plaza Francia de la ciudad de Buenos Aires.

En estos momentos la Argentina parece dispuesta a remachar el sometimiento a un poder tributario de poderes mundiales interesados en sus rentas y dispuestos a garantizarlas con mano implacable.

Eso hace más notable la obra que representa Alarcón. Es una versión libre de un libro que hizo historia, y que fue en su momento, en el renacimiento, paseado por las plazas europeas por su autor, Etienne De La Boetíe, como ahora por Alarcón en Buenos Aires.

Alarcón interpreta el "Discurso sobre la servidumbre voluntaria", en lo que consideró una "intervención política" en tiempos preelectorales.

Dice no tener trabajo, aunque sí techo y comida, pero muchas personas se acercaron a la plaza para verlo y contribuir con él, respaldarlo y presenciar su actuación.

Actúa de tarde frente a la Iglesia del Pilar en la plaza Francia del barrio de la Recoleta, interpretando el texto de De La Boétie con apoyo del músico Augusto Gavilán.

Las razones de la servidumbre
Nicolás Maquiavelo mostró que el príncipe, para gobernar, debe ser un criminal. Si no alcanza con el miedo para manipular a los dominados, recomendó al poder usar la astucia, que solemos confundir con la proclividad de los políticos a la mentira y con el apasionamiento irracional de sus seguidores. Etienne De La Boétie agregó en 1540, hace casi cinco siglos, que si hay gobierno y es criminal es porque los gobernados lo consentimos.

Cuando tenía menos de 20 años De La Boétie escribió su "Discurso sobre la servidumbre voluntaria", que no apareció como libro hasta después de su muerte a los 35 años, publicado por su amigo el filósofo Miguel de Montaigne.

De ese texto breve tomamos algunos párrafos que muestran cómo el espíritu de aquel tiempo en algunos puntos ha cambiado poco:

-"Cosa admirable y dolorosa es, aunque harto común, ver a un millón de millones de hombres servir miserablemente y doblar la cerviz bajo el yugo, sin que una gran fuerza se lo imponga"

(El millón de millones mencionado por De La Boetie es un uno seguido de 12 ceros, un billón en castellano. La Tierra no tiene todavía un billón de habitantes, por lo que la cifra trata de mostrar hiperbólicamente la magnitud de la dependencia).

-"Cuando un país tenga la dicha de poseer un gran hombre que se haya distinguido por su previsión en conservarlo, por su intrepidez en defenderlo y por su sabiduría en gobernarlo, no es prudente lanzarse a su obediencia y entregarse ciegamente a su dominio, sacándolo de un lugar donde brillaba por sus virtudes, para elevarlo a un puesto donde pueda obrar mal".

(Es el caso de Cincinato en la Roma antigua. Tras haberse convertido en dictador por una semana, invitado por los senadores, y haber mostrado los méritos que menciona De La Boétie, no quiso permanecer en el cargo a pesar de las lisonjas de los alcahuetes de entonces, casi iguales a los de ahora).

-"¡Hombres miserables, pueblos insensatos, naciones envejecidas en vuestros males y ciegas cuando se trata de vuestra felicidad! ¿Cómo os dejáis arrebatar lo más pingüe de vuestras rentas, talar vuestros campos, robar vuestras casas y despojarlas de los muebles que heredasteis de vuestros antepasados?"

(Cabe retener de esta expresión indignada la pasividad ante la depredación entonces y ahora, la ceguera voluntaria ante sus causas y la pasividad para remediarla. Y cabe considerar la admirable construcción del Estado como instrumento del robo y simultáneamente como promesa de solución).

-"Este poderoso que os avasalla, este tirano que os oprime, sólo tiene dos ojos, dos manos, un cuerpo, ni más ni menos que el hombre más insignificante de vuestras ciudades. Si en algo os aventaja es en el poder que le habéis consentido de destruirnos."

(Ese poder: absoluto, monárquico, democrático, oligárquico o como se llame, es el poder nebuloso de un monstruo llamado Estado, que no tiene mas realidad que la que le concede nuestra fantasía y que se disolvería tan pronto dejemos de temerle como un niño a la solapa.

Para De La Boétie, la naturaleza humana ha sido pervertida al punto de que los hombres no recuerdan su dignidad. Por eso medran los tiranos bajo diferentes denominaciones políticas, sostenidos por cómplices interesados, que suelen a su vez ser víctimas de los mismos tiranos.

Hasta entonces, la atención iba dirigida al poder que obliga, oprime, limita o envilece; pero la intuición de De La Boétie es que ese poder se puede manifestar gracias a la propia voluntad del hombre de aceptar la servidumbre, de preferirla a la libertad.

Entre las razones para preferir el servilismo está la costumbre heredada; pero también la propaganda publicitaria, la industria cultural que tiene hoy tanto peso e induce a adoptar formas ficticias de libertad.

También enuncia el prestigio del poder, que él llama "místico", el carácter misterioso, impenetrable, casi fatal con que se impone a las mentes de los que eligen la dependencia y el conformismo, de los se someten voluntariamente a un monstruo sin otro poder que el que le quieran dar y cuya naturaleza es la del humo. Un monstruo sin sustancia que desaparecería no ya con quitarle algo, sino solo con no darle nada.

Cuando el poder está en descomposición, como en tiempos previos a la revolución francesa, los poderosos relajan sus reflejos y preparan su ruina aunque quieran salvarse. En tiempos de Etienne de la Boétíe era diferente: había gobernantes atentos al peligro, con ojos de águila y olfato de lobo.

Cuando De la Boétíe murió reinaba en Francia Luis XIII y gobernaba el cardenal Richelieu, primer ministro que dijo en su lecho de muerte a su confesor no haber tenido más enemigos que los del Estado.

Combatía a sus enemigos con un celo preventivo implacable, que creía no dejar resquicio para ningún "subversivo"; es decir, para ningún opositor a la monarquía que él servía y de la que se servía.

Cuando Richelieu tuvo noticia de un manuscrito inconveniente, el "Discurso sobre la servidumbre voluntaria", quiso conocerlo. Sus espías no pudieron encontrarlo, hasta que un desconocido le ofreció una copia a cambio de cinco monedas de oro, mucho dinero.

Richelieu pagó sin chistar, lo que importaba era conocer el texto para saber qué aberraciones nuevas debía combatir, para desbaratar cualquier plan contra el Estado, su único amigo.

El cardenal tenía razón: De La Boétie demostraba que si hay gobierno es porque los gobernados lo consentimos.

Richelieu fue un espécimen casi puro de realismo político, que atendía solamente a la razón de Estado sin contemplaciones espirituales ni consideraciones ideológicas.

A pesar de su condición de jerarca del clero católico, se alió con los protestantes cuando fue necesario para combatir a los Habsburg que reinaban en Austria, los enemigos del Estado francés.

El cardenal es un ejemplo de la acción del Estado, en su caso desprovisto de los controles y contrapesos que ideó Montesquieu en El Espíritu de las Leyes y que todavía se sostienen, por lo menos formalmente, aunque crujen en medio de severas tormentas.

La política es una organización criminal para robar a toda la sociedad y luego ofrecer solidaridad. En la política, los mismos que nos roban se ofrecen a ayudarnos a buscar a los ladrones.

Los Estados evolucionaron a partir de bandas de piratas, acostumbrados a correrías por el botín, como los héroes de La Ilíada, pero a pesar de desarrollos divergentes, se mantienen todos fieles en el fondo a su naturaleza original, como se ve en la conducta de los políticos.

A tanto llega el virtuosismo que han desarrollado para alcanzar sus fines que suponemos que sin Estado, es decir, sin el instrumento que han concebido y perfeccionado para apoderarse de la renta y del alma ajenas, la vida no sería posible.

En poco tiempo, dada la velocidad con que involuciona la modernidad, se ve diversificarse la idea original de los políticos, que siempre presenta como mejora futura lo que es empeoramiento presente.

Cuando el poder está en descomposición, como en tiempos previos a la revolución francesa, los poderosos relajan sus reflejos y preparan su ruina aunque quieran salvarse. En tiempos de Etienne de la Boétíe era diferente: había gobernantes atentos al peligro, con ojos de águila y olfato de lobo.

Compuesto en 1546 o en 1548, rehecho según parece en 1550 y publicado en 1576, el Discurso de la servidumbre voluntaria tiende a mostrar que incluso contra el instinto que busca el bien propio los hombres demuestran no apreciar la libertad. Los animales se rebelan ante la servidumbre pero los hombres se someten voluntariamente a los tiranos. Asistimos al espectáculo de millones de seres inteligentes que, aun siendo infinitamente más fuertes que un solo déspota, se hacen cómplices de él, y se ofrecen a él para ser vejados y expoliados.

Este hecho paradójico se explica, según De La Boétie, por la fuerza de la costumbre que ha pervertido a la naturaleza, haciendo que los hombres no se acuerden de su dignidad. El mecanismo secreto sobre el que se apoya la fuerza del tirano es la ayuda de pocos cómplices interesados, sostenidos, a su vez, por sus propios sostenedores. Pero estos sostenedores de los tiranos se equivocan en sus cálculos: la historia está llena de ejemplos que demuestran la ingratitud de los tiranos para con sus instrumentos, contra los cuales, en el momento oportuno, acaba desahogándose el odio de los oprimidos con mayor acritud.

En la plaza Francia
El Discurso de la servidumbre voluntaria, que vuelve a las calles y plazas de Buenos Aires, no distingue entre poder legítimo e ilegítimo, no habla de remedios para mejorar la realidad, no entra a polemizar estas cuestiones.

El unipersonal de Pablo Alarcón en la plaza Francia de Buenos Aires dura poco menos de una hora, con acompañamiento musical. La adaptación del texto al teatro nació censurado y así siguió durante siglos. Es de entrada un alegato sin moderaciones contra la tiranía, los castigos, las ejecuciones, la cárcel y los impuestos impagables. Tiene casi 500 años y parece escrita hoy incluso para advertir sobre lo que nos pasará mañana.

De La Boétie aparta mucha hojarasca y se lanza de lleno contra la que identifica como fuente de la corrupción, que no ha cambiado mucho en medio de cambios vertiginosos, a veces producidos en lustros, en muchos otros terrenos. Es por eso una obra muy actual, como no desearíamos, pero que quizá por eso atrae a la gente por encima de la novedad de un actor famoso llevado a actuar en la calle por falta de recursos.
De la Redacción de AIM.

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