La realidad suele dejar sin nada en las manos a los que la ven solamente positiva o solamente negativa y rehúsan lo que no les parece convenir a su punto de vista, porque la realidad une ambos extremos en una síntesis que como una moneda incluye dos caras inseparables.
Si consideramos sólo un polo de la realidad, el otro se cuela de manera inconsciente, lo que suele ser muy inconveniente porque implica una ceguera parcial.
Los que quieren mostrarse programáticamente positivos, a veces haciéndose violencia, arriesgan convertirse en parodias, como en su momento dos “históricos”: José María Muñoz, famoso relator de fútbol de las décadas de los 70, 80 y 90 del siglo pasado, o Domingo Felipe Cavallo, ministro de economía de varios gobiernos.
Si somos invariablemente negativos todo nos quedará afuera y nada conoceremos ni apreciaremos. Terminaremos diciendo “sí” a las cosas más negativas o negando hasta lo que comemos.
No todas las afirmaciones son positivas. Es notable el pasaje de la Divina Comedia donde Dante en el infierno lamenta ante Virgilio los castigos infligidos a Paolo y Francesca, dos jóvenes enamorados que murieron apuñalados por el marido de ella, hermano de Paolo. Virgilio le contesta: “Acá la piedad es no tener piedad”.
El mundo actual camina rápido hacia la negatividad y hacia lo inferior, debido al predominio creciente de aspectos vinculados a la materialización, a la dictadura del capital que destruye la naturaleza y iguala, homogeineza y nivela bajo un privilegio enorme.
En estas condiciones, la alternativa entre “sí” y “no” se da poniendo un estado ideal en contraste con el real.
Con la realidad en descomposición es mejor no tener piedad. “No” es la respuesta global adecuada. Y no se trata de nihilismo, porque este “no” a una realidad degradada y moribunda está envuelto en un “sí” que no se muestra íntegro todavía, pero que es posible porque podemos concebirlo y tiene el mismo derecho a ser que cualquier cosa real. Todo lo que puede ser concebido como real es posible aunque hoy no exista.
Otra cuestión son las utopías, como las de Tomás Moro, Campanella o las que Fourier trató de llevar a la práctica, una de ellas por uno de sus discípulos en Colonia Hughes, el departamento Colón. Casi siempre son unión de posibles contradictorios al menos en algunos puntos. Por eso se desmoronan en la práctica, donde aparecen las contradicciones que no vio el autor y suscitan quejas de los entusiastas que atribuyen el fracaso a la “maldad”, la inmadurez o la incomprensión de sus contemporáneos.
Por sí o por no, la elección se debe dar fuera de la realidad actual, no dentro de ésta, que está infectada de negativismo en su misma raíz. El “sí” se debe preservar como semilla de la realidad futura.
Ese es uno de los sentidos de “exigid lo imposible”, frase de Bakunin que hicieron suya los estudiantes del mayo francés en 1969. Ellos no se planteaban qué podían aceptar y qué no del mundo que tenía su encarnación en el general Charles De Gaulle. Por supuesto se pueden multiplicar a gusto los ejemplos de elecciones que en realidad son falsas y aparentes, porque se dan entre alternativas ficticias que llevan por el mismo camino, como las que ofrece la política.
En otro escalón de la realidad, es posible decir “sí” a los modos de ser propios de los pueblos originarios: su valoración de la tierra, que por sí sola evitaría el envenenamiento del suelo y del aire; la megaminería; el extractivismo y tantas otras cosas intrínsicamente negativas que la propaganda presenta como positivas.
Se puede tomar ejemplo de los procedimientos educativos de los pueblos ancestrales de nuestro continente, por ejemplo de los tojolabales; de su manera de resolver los conflictos judiciales; el valor de la palabra (que es el valor del hombre que la pronuncia); la vida reposada y centrada, que no termina en la piel ni en la experiencia sensorial; la amistad sin condiciones; la consideración de las cosas en su valor propio (aquel valor que según Marx los poetas saben reconocer en las piedras, por ejemplo); la recuperación de un modo de ver que advierta en cada cosa un sentido ilimitado y no puramente instrumental y utilitario, como quiere el consumismo.
Hay muchas cosas a que decir que “sí”, todas estrechamente vinculadas, pero el solo presentarlas es como pedir la recuperación de un paraíso perdido.
William Blake, gran artista inglés, fue tratado como loco en el siglo XVIII por los que padecían "la terrible cordura del idiota". Dijo que cuando se abran las puertas de la percepción “las cosas aparecerán tal cual son, infinitas”. Suponía que todos podemos convertirnos en visionarios, en iluminados; pero ya sabemos qué piensan de los “iluminados” los humildes obreros de la democracia, que han dicho “sí” sin reflexionar al artefacto político que prefieren y quieren usarlo para construir un mundo que a cada paso se les derrumba.
Se trata de recuperar el sentido pleno de todas las cosas, intenso sin límites, aquello que por otro nombre se designa como “sagrado”. De todos modos, antes de que vuelva a ser una presencia entre nosotros este “sí” incondicional en que viven naturalmente las sociedades tradicionales, es preciso que las cosas sigan el camino que llevan hasta el final. Solo entonces germinará la semilla.
De la Redacción de AIM.
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