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Caleidoscopio
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Ratas y erratas

El gran escritor mexicano Alfonso Reyes, que fue embajador de México en la Argentina dos veces, en las décadas de los 20 y los 30 del siglo pasado, publicó en su país un libro de poemas sin revisión suficiente. Uno de sus amigos, un crítico literario, no pudo resistir la tentación: "Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas con algunos versos."

Un poco escarmentado por la mofa que había propiciado la excesiva abundancia de errores, Reyes puso con humor en la última página de su obra siguiente: "Este libro no tiene ratas". Efectivamente, ratas no tenía; pero como Reyes quería, tampoco erratas. Solo que al final entregó una intencionada a los críticos para que despunten el vicio.

La Real Academia española define las erratas como "equivocación material que se comete al escribir o imprimir un texto"; y Reyes agregó su percepción personal: “son animalitos malignos, una especie de viciosa flora microbiana, siempre tan reacia a todos los tratamientos de desinfección".

Reyes era consciente de que los errores son inevitables; por eso su afirmación de estar su obra libre de "ratas" regalaba al final una errata a los lectores.

Adulterio, sí o no
La Biblia encargada a los reales editores por el rey Carlos I de Inglaterra en 1661 da una versión contestataria del séptimo mandamiento: "Cometerás adulterio" en lugar de "No cometerás adulterio".

Cuando ya se habían distribuido 1000 ejemplares llegó la orden de secuestrarlos a todos. Fueron capturados y quemados, pero nunca todos. Hace poco apareció uno en Nueva Zelanda medio chamuscado, sin tapas y con signos de haber pasado por el agua. A pesar de la falta fatídica de aquel "No" era un libro magníficamente impreso con ilustraciones en colores.

Como sea, si apremia la necesidad moral de prohibir el adulterio ha de ser porque ya está bien instalado, es bien conocido y valorado y prospera a pesar de todo, como casi nadie duda.

Ni el terror detiene las protestas
Desde la invención de la imprenta, las erratas se debieron a las manipulaciones de la caja tipográfica, más adelante del teclado, antes a lapsus de los escribas, a errores voluntarios, a burlas o actos de protesta del que quisiera decir lo contrario de lo que está obligado.

Un ejemplo es el del herrero polaco Jan Liwacz, obligado a trabajar con las letras de chapa de la inscripción "Arbeit macht frei" a la entrada del campo de concentración de Auschwitz, donde estaba preso. Según sus compañeros él colocó al revés la b de "Arbeit" (trabajo) como protesta.

Algunas erratas actúan como causas pequeñas de grandes efectos. El Papa Clemente XI murió de un ataque cerebral, producido seguramente por una crisis hipertensiva, cuando constató que en una encíclica suya se había deslizado un error grave.

Manuel Ugarte de la i a la o
La invasión de México, la separación del Panamá de Colombia para construir el canal y muchas otras intervenciones directas en Nuestra América, llevaron a Manuel Ugarte a adoptar a principios del siglo XX una firme postura antiimperialista, que no lo hizo grato a los ojos de los dirigentes de su partido, el socialista, que creía en el carácter civilizador del imperialismo y del que finalmente fue expulsado.

Pero en su condición de periodista, Ugarte recordó un hecho de otra índole. Un joven redactor quiso congraciarse con el director de su periódico y lanzó una alabanza a la hija: "Basta escribir su nombre, Mercedes, para que se sienta orgullosa la tonta". Al pobre la salió el tiro por la culata. Claro que no era "tonta" lo que quiso escribir sino "tinta", pero la "i" se transformó en "o" y la inesperada mancha negra no tuvo arreglo.

Cuando murió Eva Perón, la edición del 27 de julio de 1952 de un diario de Paraná desaparecido hace mucho salió con un gran título a media página: "Evita inmoral". Otra errata sobre las cualidades de una mujer, pero en este caso seguramente con malicia dictada por las rivalidades políticas. El título debió ser "Evita inmortal".

Ante lo inevitable, resignación y olvido
Sospechando quizá que las erratas son tan inevitables como la muerte, Jorge Luis Borges se acomodó a ellas diciendo que solían mejorar sus textos. Sin embargo, poca mejoría esperaba Mark Twain, que advertía sobre los libros que tratan de la salud: "puedes morir de un error de imprenta".

Un error de este tipo dio nombre a la editorial mexicana "Fondo de Cultura Económica". Llama la atención que la editorial no tenga a los libros de economía como prioridad, aunque también se ocupa de ellos. Es que el nombre original, que la errata desvirtuó, era "Fondo de Cultura Ecuménica".

Hay erratas cómicas que permiten ensañarse en los comentarios. Por ejemplo, una edición española de la novela romántica "La dama de las camelias" de Alejandro Dumas, salió con el título de "La dama de las camellas" dando lugar a juegos jacarandosos entre flores y camellos.

Santa errata
Las erratas no perdonan ni a los santos. San Roberto Bellarmino, quizá por no haber purgado totalmente su participación en los juicios de la Inquisición contra Galileo y Giordano Bruno, debió imprimir una fe de erratas de 88 páginas para corregir los errores de la edición de sus obras completas.

Los errores en obras de entretenimiento molestan a los autores; pero si se trata de obras más pretensiosas pueden matar a un Papa o introducir diferencias en los libros sagrados que hagan dudar de la inspiración divina.

Los copistas judíos de la Tanaj y los árabes del Corán eran extraordinariamente meticulosos, mucho más que los cristianos, pero a pesar de todo eran humanos y algunos errores se escapaban.

No se coma las comas
Por ejemplo, es muy conocido el valor que tienen las comas en el sentido de las frases. Hay enorme diferencia entre ¿Qué comemos niños? y ¿Qué comemos, niños? No es lo mismo consultar la preferencia de los pequeños que servírselos asados en el almuerzo.

Así, una versión del Evangelio de Lucas decía que "Jesús llevaba con él a otros dos maleantes". Faltaba una coma valiosísima, porque la frase propiamente cristiana es "Jesús llevaba con él a otros dos, maleantes".

Una errata en el Salmo 14:1 "dice el tonto en su corazón: hay Dios". La consecuencia fue que los editores debieron pagar una gran multa y quemar todos los ejemplares. La versión más acreditada, la que conocían los lectores, es "dice el necio en su corazón: no hay Dios".

Titivillus
En la Edad Media europea todo tomaba forma religiosa, a veces teológica, a veces supersticiosa. Los copistas atribuían Titivillus, demonio de los errores ortográficos, sus propias desventuras, que hoy atribuiríamos a cansancio, tendencias inconscientes, poca luz, jornadas largas, aburrimiento, resistencias o rechazos; pero todavía no estaba inventado el psicoanálisis.

La intención de Titivillus, demonio muy especializado, era provocar lapsus en los discursos y erratas en los escritos con la finalidad de ganar almas para el diablo.

Cuando un corrector revisaba un texto varias veces pero a pesar de todo los errores persistían, estaba clara la mano de Titivillus, como en el célebre "Cometerás adulterio" de la biblia de Carlos I. Luego la atribución a los demonios quedó desactualizada, y cuando los errores no cedían un corrector permitía que otro se ocupara del texto, porque llegaba un momento en que por mucho repaso que hubiera, los errores ya no aparecían. Y no tanto por aquello de que cuatro ojos ven más que dos, sino porque llegado el momento, dos no ven nada.
De la Redacción de AIM.

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