A los 14 años, a la vista de las dotes de su hermano André, futuro matemático notable, Simone Weil sufrió una seria crisis interior, que la llevó a esta conclusión: "cualquier ser humano, aun cuando sus facultades naturales fuesen casi nulas, puede entrar en el reino de la verdad reservado al genio". La condición es solamente desear la verdad y poner la atención en alcanzarla. En torno de la alta torre de la verdad giró su espíritu, atento tanto a lo pequeño pero infinitamente revelador como a lo grande pero que se disipa pronto.
En los 20 años de vida extraordinaria que le quedarían, Simone tuvo presente esta certeza, que le sirvió de refugio inviolable contra la desesperanza y la vacilación y para sentir al prójimo y al lejano con una empatía y una intensidad nunca vista en un intelectual.
André la recordaba: "Era exagerada por naturaleza, siempre intentando lanzarse en paracaídas o escondiendo a Trotsky en casa...Cuando suponía que ya no podría sorprenderme nada de lo que hiciera, su muerte me dejó hecho polvo. Tardé meses en quitarme de la cabeza esa página de las memorias de Saint Simón que está cortada en dos por un reguero de lágrimas".
Recordaba que la noche de fin de año de 1933 trajo a la casa de sus padres en París a un refugiado ruso, que luego se refirió a ella como dueña de "prejuicios pequeño burgueses de lo más reaccionarios". El refugiado era León Trotsky.
Este reflejo de Simone en Trotsky era simétrico del que generó en una condiscípula, Simone de Beauvoir. Una hambruna en la China provocó lágrimas en Weil, y Beauvoir sintió curiosidad y envidia por un corazón capaz de resonar a través del universo. Habló brevemente con ella en el colegio. Weil le dijo que solo era necesaria una revolución: la que eliminara el hambre del mundo. Beauvoir le contestó que el hambre no era el problema principal, sino dar sentido a la vida. Weil le respondió rápidamente que se veía que ella no había pasado hambre nunca. Ahí terminó la conversación: Beauvoir sintió que Weil había visto en ella a una pequeña burguesa espiritualista.
Weil abandonó poco a poco la actividad política: "He decidido retirarme enteramente de todo tipo de política, salvo para la investigación teórica; lo que no excluye para mí la eventual participación en un gran movimiento espontáneo de masas (como soldado raso), pero no quiero ninguna responsabilidad, por pequeña que sea, incluso indirecta, porque estoy segura de que toda la sangre se verterá en vano y que estamos derrotados por adelantado".
Atención y consciencia
"Ni un grano de arena existe sin consciencia", observó un sabio hindú a un occidental que opinaba livianamente sobre la inconsciencia de las multitudes.
En los seres humanos, el aspecto activo de la consciencia es la atención, a la que ya al comienzo de su adolescencia Weil supo dar un valor crucial. La atención no se puede indagar, pero ella puede indagar todo; no se puede observar pero observa todo: alumbra todos los eventos y les da cognoscibilidad.
Basta no intervenir con ningún esfuerzo para que la atención por sí misma se centre en el observador, que no es el ego sino el agente de la observación.
Simone observó en sí misma que su propia inteligencia no se esforzaba ni ella podía manejarla. Su inteligencia la utilizaba a ella "día a día, segundo a segundo, y mi voluntad jamás ejerce sobre ella acción alguna".
La supresión de los partidos políticos
Simone expuso como siempre ideas disruptivas en su libro "Nota sobre la supresión de los partidos políticos". Casi todos sus trabajos, que sumarían unos 17 tomos, fueron publicados por amigos después de su muerte en Londres en 1943 a causa fue la tuberculosis. Pero el médico que la atendía dijo que se negó a comer en solidaridad con los que pasaban hambre y el juez dictaminó suicidio.
Hacía cuatro años que dormía en el suelo y comía sólo lo que suponía comían los soldados. Murió en un hospital el 24 de agosto. Un mes antes, en carta a un amigo, había dicho que estaba "acabada, rota, destruida, más allá de cualquier posibilidad de reparación". Pero no temía a la muerte, porque la veía como la ruptura de un encierro, como la posibilidad de dejar de estar separada para estar unida y vinculada.
De la lectura del Bhagavad Gita y de Platón surgió una valoración de la tradición, una concepción del enraizamiento que toma el modelo simbólico del vegetal: "Un ser humano tiene raíz por su participación real, activa y natural, en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos para el futuro".
En "Notas sobre la supresión general de los partidos políticos”, propone eliminarlos porque su mera existencia no es motivo suficiente para conservarlos. La democracia y el poder de la mayoría no son sino medios para el bien. Y para ella los partidos no son el bien sino más bien el mal en estado casi puro.
Sostiene que los partidos tienen tres características principales: son máquinas de fabricar pasión colectiva; son organizaciones diseñadas para presionar el pensamiento de sus miembros; y tienen el fin de su propio crecimiento sin límite alguno.
La finalidad inmediata del partido no es criticar ponderadamente los problemas para esclarecerlos, sino exaltar las masas para obtener apoyo. El objetivo es lograr el apoyo de las mayorías con el criterio de que cuanto más, mejor. Cada partido es una pequeña iglesia profana armada con la amenaza de la excomunión. Cada miembro está sometido a la autoridad del partido o de la iglesia. Si se piensa como conservador, liberal, progresista o lo que sea, no se piensa sino se expresa la conformidad con un "discurso".
Simone se sumó en España a la brigada Durruti durante la guerra civil y estuvo en contacto con el pensamiento anarquista. La idea de que la finalidad de un partido, pero también de una iglesia, de un ejército, de una empresa, es crecer sin límite pudo inspirarse en Bakunin, uno de los activistas que estudió, porque ocupa un lugar central en "Dios y el Estado".
Weil parte de que por su triple carácter los partidos políticos son "totalitarios en germen y en aspiración".
El crecimiento sin límite
Cualquier partido se presenta como una organización tendente a servir al bien público. Pero el bien público, como casi todos los conceptos políticos, es vago, difícil de pensar a diferencia de la existencia del partido, claramente marcada por signos externos bien definidos que generan adhesión o rechazo. Por eso el partido se convierte inevitablemente en su propio fin y declara que para servir al bien público necesita mucho poder. Weil sugiere que ninguna cantidad de poder es suficiente una vez que se ha obtenido; por eso la tendencia de los partidos es totalitaria, quieren el poder total, "van por todo".
De acá se deriva en Weil otro aspecto: la afinidad entre el totalitarismo y la mentira, que toma cuerpo en la propaganda política.
El partido debe crecer, ese es su bien; luego es inevitable la presión sobre el pensamiento de cada uno de sus miembros. Eso significa que son máquinas de presión colectiva sobre el pensamiento de los hombres. Sintetiza: "son organismos pública y oficialmente constituidos para matar en las almas el sentido de la verdad y la justicia”. Cualquier mentira sirve como cualquier verdad cuando se trata de lograr el fin: el crecimiento sin límite, el poder sin fin.
Si un político se comprometiera a examinar un problema social libremente, sin recordar que es miembro del partido para aplicarse sólo al bien público y la justicia, sería reprochado por los otros políticos. ¿Para qué se afilió al partido? Weil hace notar que parece natural que alguien diga "como conservador pienso.." o "como socialista propongo..."; pero también, generalizando: "como católico..." o "como francés..."
La conclusión se impone contra el pensamiento posmoderno, contra la "posverdad" que es la mentira de siempre que vuelve con otro disfraz: "Si no hay verdad, es legítimo pensar de tal o cual manera en cuanto resulta que de hecho uno es tal o cual cosa; como uno tiene el pelo negro, castaño, rojizo, o rubio o, porque uno es francés católico o socialista, porque uno es así, emite también tales o cuales ideas.”
La senda del descenso
Weil observa el resultado de una declinación que afecta a toda la sociedad moderna desde hace siglos y que ha llevado a un estado de cosas en que la autodestrucción está a la vuelta de la esquina.
En los inicios de la modernidad, se produjo la escisión de la unidad humana en racionalismo y sentimentalismo; después llegaron el positivismo, el agnosticismo y el "cientificismo" en general. La verdad fue rebajada a representación de la realidad sensible mientras se consentía en darle todavía un lugar. Fue identificada con la utilidad y luego dejada de lado como un residuo de edades superadas y relegada a opinión de cada uno.
Weil conocía la verdad como totalidad de los posibles, un continuo que no puede ser reducido a concepto. Por eso denunció el relativismo de la verdad justamente cuando alcanzaba gran prestigio en la mentalidad moderna, que de ese modo se pone por sí sola en su nivel.
Acude a la idea "mística" de luz interior, que parece confusa en la tradición occidental, pero clara en la oriental que Weil conocía, como su hermano André, por la frecuentación del Gita y otros textos hindúes.
Para ella fue una manera de abordar la política sin incurrir en la lógica del "para todos" de la psicología de las masas.
Conclusión
"Cuando uno entra en un partido político u otra organización de masas, la luz interior de la evidencia, esa facultad de discernimiento concedida como respuesta al deseo de verdad, es desechada… El móvil del pensamiento ya no es el deseo incondicionado, no definido, de la verdad, sino el deseo de la conformidad con una enseñanza establecida de antemano. Los partidos son un mecanismo por el que nadie atiende al bien, la justicia ni la verdad en los asuntos públicos. Si se confiara al diablo la organización de la vida pública, no podría discernir nada más ingenioso".
De la Redacción de AIM.
Dejá tu comentario sobre esta nota