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Caleidoscopio
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Soledad Cruz, lancera de Artigas

En los tiempos revueltos en que el capitalismo comenzó a reemplazar al feudalismo en Europa, los campesinos se liberaban del señor feudal si lograban mantenerse un año y un día en la ciudad donde habían conseguido trabajo –o esconderse- tras huir del feudo.

Ese sería el origen del proverbio alemán “Stadtluft macht frei”, “el aire de la ciudad libera”. Era una libertad preciosa, tras un milenio de sujeción obligada a la tierra de cultivo del señor feudal sin derechos individuales.

La frase tuvo un brillo luciferino en el pórtico del campo de concentración de Auschwitz el siglo pasado, transformada en “Arbeit macht frei”, “el trabajo libera”.

En aquellas condiciones, la libertad se respiraba en el aire de las ciudades, y la servidumbre en el campo. Notablemente, era al revés en tiempos de la colonia en la Banda Oriental, sobre todo para las mujeres.

Hasta mediados del siglo XIX las mujeres orientales campesinas gozaban de una libertad insólita en una sociedad patriarcal muy estructurada, jerarquizada y represiva. A diferencia de la libertad en las ciudades, como al fin de la Edad Media europea, la libertad estaba en las praderas, donde todavía se vivía según los principios que daban forma a las culturas originarias.

Aquellas mujeres no dudaron en defender su libertad por todos los medios, fueron las “lanceras de Artigas”, entre ellas Soledad Cruz, una descendiente de africanos a la que el historiador uruguayo Gonzalo Abella hizo personaje central de una novela corta.

Soledad fue una de tantas, entre ellas la pareja de Artigas, la paraguaya Melchora Cuenca, que no lo quiso acompañar cuando el protector de los pueblos libres debió exiliarse en el Paraguay tras la traición de su lugarteniente Francisco Ramírez.

María Aviaré, la guaraní “China María”, cayó en 1811 en la defensa ante la invasión portuguesa de Paysandú, donde sumó su lanza a las montoneras orientales en reemplazo de su marido. Allí la encontró agonizando un cura que recorría el campo sembrado de muertos y heridos, y por su relato la conocemos.

Otras mujeres, que la historia prefirió ignorar, fueron Catalina Quintana, la capitana Juana Montenegro, Nicolasa Cayburu, Narcisa Cabinda, Anselma Taperovi, Simona Borja, Bonifacia Chipora; Victoria “la payadora” cantaba cielitos para animar a la tropa en el sitio de Montevideo. No todas eran del origen humilde y campesino: María Josefa Oribe era hermana del general Manuel Oribe, pertenecía a la clase alta como también “Pepita, la patriota”.

Las mujeres estuvieron siempre en las montoneras como combatientes y no solamente como asistentes de los heridos o acompañantes de los soldados: Juana Bautista fue una de ellas, oriunda de Córdoba y descendiente de indios ranqueles, fue famosa por su coraje; lancera del ejército artiguista, insultaba a los paisanos que retrocedían en combate.

El “respeto irrestricto al proyecto de vida del otro” se desvió hacia una falsedad grotesca en la actualidad política, pero en 1813 conservaban su sentido original las instrucciones de 1813: “promover la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”. Cada uno podía elegir la forma de vivir con que se identificaba, la “soberanía particular de los pueblos” respetaba todas las culturas.

De la novela de Gonzalo Abella “Soledad Cruz” tomamos algunos párrafos aislados significativos de un proyecto que se frustró, pero como revolución inconclusa no murió: espera quizá una coyuntura favorable para despertar.

-Pero Soledad, como lo demuestra su apellido, no era cosa del Diablo, aunque tampoco del Dios ese infinito que tienen los cristianos. Era cosa del monte encantado, de la pradera indómita.

-Creo que no se la menciona en los textos de historia por eso mismo, porque era demasiado de carne y hueso, porque amó y derramó su sangre por la tierra, amando la pradera en lugar de venderla, e hizo el amor en lugar de hacer frases bonitas.

-Y las comunidades que seguían a Artigas eran mayoritariamente indias, o montoneras de esclavos alzados, o grupos de gauchos pobres y mestizos.

-Alguien decidió alguna vez, en alguna parte, que las nuevas generaciones no deben conocer a la gente que hizo la historia por abajo; tan sólo deben conocer los que la disfrutaron por arriba, y en todo caso una imagen embalsamada y muerta de los que, eligiendo estar con los de abajo, trascendieron demasiado.

-Parece que cuanto más se esforzaran los políticos en perpetuarse, poniendo los nombres de sus antecesores inmediatos en calles y plazas, preparando así su propia inmortalidad, cuanto más hacen eso, más tercamente la gente los ignora.

-Soledad estuvo en todos los caminos de la Patria, pero en los libros de historia no. Y eso que hay documentos que la citan, y está la memoria de los viejos que al mentarla se persignan...

-Rezarle al Inti-Viracojcha (…) no es rezarle a la fusión nuclear, al helio incandescente en el centro del Sistema Solar; es rezarle a los espíritus de nuestros padres campesinos, partículas invisibles que se agrupan en dirección al Sol.

-Esos espíritus de nuestros difuntos siguen junto a nosotros, no van a ningún cielo mientras los recordemos. El olvido los disuelve, porque entonces la energía deja de tener razón para conservar una memoria propia ya sin contraparte en la vida. Eso dicen los charrúas y por eso entierran a sus muertos queridos cerca del campamento.

-La derrota de 1820 fue terrible. Cuando más clara era la idea federal, cuando ya todo anunciaba el nuevo tiempo americano, se formó el pacto del odio entre el Reino de Portugal, los liberales independentistas, los conspiradores del Imperio Británico, la jerarquía del alto clero, los comerciantes franceses, los hacendados patriotas más acaudalados, la España conservadora que todavía gravitaba en los vacilantes y por último los traidores que son, esencialmente, en todos los tiempos, sólo eso.

-La Liga Federal. Perduró su recuerdo más allá de su tiempo y de su espacio geográfico. Fue por mucho tiempo la fuente de inspiración de los más gloriosos caudillos argentinos, como el Chacho Peñaloza, Felipe Varela y el segundo López Jordán. Y de algún modo sigue presente. La Liga Federal renace de sus cenizas cada vez que le pedimos a nuestras raíces fuerza para alcanzar las cumbres.

-Los caudillos sintieron el mensaje de los ríos y comprendieron que la gaucha caballería vencería finalmente a los modernos fusiles. Aunque la Historia Oficial diga exactamente lo contrario, porque sólo sabe contar muertos entre los héroes y heroínas que viven para siempre; porque no entiende que se renace en una dulce flauta andina o en la guitarra matrera; y porque tampoco comprende que la tierra agredida se restaura y es sanada en cada galope evocado, en cada rezo de los chamanes sobrevivientes.
De la Redacción de AIM

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