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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Tiempo de inclinarse ante máquinas perfectas

El crecimiento explosivo de la inteligencia artificial preocupa incluso a algunos de sus promotores, que temen a fuerzas desatadas que podrían acabar incluso con ellos mismos. Otros, en cambio, están entusiasmados y esperan optimistas que este nuevo paso hacia el futuro sea imparable y nos permita mirar la realidad desde más alto. A fines del siglo XVIII Goethe poetizó un relato clásico de Luciano de Samosata sobre el aprendiz de brujo, luego Paul Dukas le puso música y Walt Disney lo llevó al cine y a la fama.
El relato refiere los apuros de un aprendiz de mago que en ausencia de su maestro intentó emularlo tras robar la fórmula que permitía animar los objetos.

Pero si bien pudo desatar las fuerzas ocultas de la naturaleza no pudo controlarlas y provocó un desastre. Cuando el aprendiz vio que la vieja escoba a la que dio vida mágica no cesaba su acción, que se volvía destructiva, advirtió alarmado: "¡Oh, que espanto! ¡La palabra me he olvidado!" Llamó desesperado al maestro, y cuando éste llegó, confesó: "¡al genio cruel llamé y no sé ahora liberarme de él!"

Librarse del genio
Hace poco, en línea con la leyenda del aprendiz de brujo, 1000 expertos en inteligencia artificial hicieron conocer una carta abierta en que piden suspender los avances tecnológicos en la materia por seis meses.

La carta sostiene que la inteligencia artificial avanzada podría representar un cambio profundo en la historia de la vida en la Tierra, y debería planificarse y gestionarse con el cuidado y los recursos correspondientes.

"Lamentablemente, este nivel de planificación y gestión no se está produciendo, a pesar de que en los últimos meses los laboratorios de inteligencia artificial se han enzarzado en una carrera fuera de control para desarrollar y desplegar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie -ni siquiera sus creadores- puede entender, predecir o controlar de forma fiable."

La inteligencia artificial está creando máquinas con habilidades maravillosas; las que parecían exclusivas del homo sapiens ya dejaron de ser su exclusividad, ahora las comparten con las máquinas.

El país de la fantasía
El ideal transhumanista ya está al alcance de la mano cibernética. Hay quien trata de transformarse en un “cyborg”, un organismo en parte natural, en parte artificial, con prótesis "inteligentes" integradas al cuerpo.

En nuestra sociedad actual hay máquinas inteligentes pero está por verse si el hombre se sirve de ellas o ellas se sirven del hombre

El inglés Kevin Warwick, profesor universitario, trabaja con células neuronales de ratas, que hace crecer en un cultivo hasta que por sí solas se entrelazan y organizan hasta formar un “cerebro” primitivo. Al cabo de 10 días ya han formado una red compleja, que está viva.

"Pasados estos 10 días, añadimos electrodos al cultivo de neuronas y lo conectamos mediante bluetooth al cuerpo de un robot que emite ultrasonidos. Las neuronas aprenden a reconocer la señal ultrasónica recibida por el robot al acercarse a una pared y le hacen cambiar de dirección para que no choque. Este cerebro, si lo podemos llamar así, aprende y mejora".

Warwick trata de determinar si las neuronas aprenden y guardan recuerdos, para añadir al cerebro de un demente, por ejemplo, como neuronas suplementarias siempre y cuando no alteren los recuerdos de la persona, a la vista de que ellos constituyen la personalidad.

Warwick espera que en un futuro próximo todos seamos cyborgs con capacidades muy mejoradas, con más inteligencia, más memoria, más capacidad de comunicarnos, sencillamente dejar atrás la condición humana.

El hombre transhumano
Este es el punto, “mejorar” y “progresar” de tal manera que el hombre quede atrás, superado por una máquina de su propia creación con posibilidades ilimitadas y a la larga sin cuerpo, porque el cuerpo ya se ve como un obstáculo, un impedimento.

El propio Warwick ha hecho algunos experimentos con su propio cuerpo y el de su esposa. “Los cirujanos me abrieron el brazo, y me dispararon un centenar de electrodos a las fibras nerviosas en forma de chip, de cuatro por cuatro milímetros en total. Tenía cables que me recorrían el brazo y me salían por un punto del brazo. Durante los tres meses que duró el experimento, podía enchufar mi sistema nervioso al ordenador con un pequeño panel de conexiones, y de ahí a Internet.

Moviendo la mano enviaba señales nerviosas del cerebro al ordenador para controlar objetos, como encender la luz o conducir una silla de ruedas. O también podía enviar señales a mi sistema nervioso para estimular el cerebro e investigar áreas como los inputs extrasensoriales.

Los experimentos de Warwick con su propio cuerpo hace dos décadas son hoy cosas de niños, porque niños dan órdenes de ese tipo a un aparatito comercial que obedece maquinalmente: enciende luces, da informaciones, regula la temperatura, abre y cierra puertas, etc, etc.

Según Warwick, los seres humanos han experimentado una evolución biológica a lo largo de millones de años, pero ahora viven en un mundo tecnológico.

Para él, el punto es que la inteligencia artificial puede pensar mucho más rápido que nosotros; tiene capacidades matemáticas formidables, y puede comprender el mundo en múltiples dimensiones.

En comparación, los seres humanos limitados a las tres dimensiones del espacio euclídeo pensamos con bastante lentitud en comparación con los ordenadores comunes, para no mencionar a los cuánticos, que son el futuro próximo.

La fascinación del peligro
Sostiene que potenciar nuestras facultades naturales podría ser peligroso, pero también muy emocionante y ofrece nuevas oportunidades.

Para él, el cerebro humano es "la última frontera". Las máquinas se pueden enviar imágenes entre sí y reproducirlas, como ya hacemos nosotros usando los teléfonos celulares. “Yo quiero poder enviar imágenes de mi cerebro al suyo. No quiero estar limitado por este insignificante mensaje codificado, que apenas representa lo que yo pienso en primer lugar".

Este "insignificante mensaje codificado" es el lenguaje, que quedaría reducido a un vestigio de épocas superadas tan pronto sea posible una comunicación “de máquina a máquina”, sin la intervención de palabras.

Warwick sostiene que a pesar de los cuestionamientos, la avalancha de la inteligencia artificial a la larga es imparable “Los humanos siempre han optado por el progreso”, dice. Y es el progreso -uno de los dioses de la modernidad que menos cuestionamientos tolera- el que justifica sus expectativas y lo hace creer que al final, nuestro destino será el ciborg, que es su propia finalidad, o la “mente universal cibernética” la conciencia informática sin cuerpo que multiplicaría sin límite nuestras capacidades individuales.

Por eso se propone dar vuelta aquella cucaracha que Franz Kafka presenta en su “Metaformosis”. Se trata de hacer un robot que poco a poco reconozca que es humano mediante el acrecentamiento de habilidades que le permitan explicarse, sentir, vivir.

Para eso está cultivando células de cerebro humano, que obtiene de una empresa norteamericana que las extrae de abortos o embriones que no prosperaron, y las alimenta hasta que crecen y se conectan espontáneamente. Crean un cerebro que responde a estímulos y aprende...

Ese cerebro “humano” se coloca en un pequeño robot que es relativamente autónomo, un cerebro natural en un cuerpo artificial. Parece el camino hacia la cabeza con alas pero sin cuerpo que imaginó Schopenhauer, un ser pura inteligencia sin voluntad ni materia.

Es que el cuerpo humano es un impedimento y lo será más para un cerebro evolucionado técnicamente: “nuestras neuronas se conectan mejor en red que nuestras células. El nuevo ser superhumano no necesitará ojos: cuando solucionemos el problema de las interfaces estaremos conectados directamente a las redes sin pantallas. Enlazaremos directamente nuestros sistemas neuronales. Y será un enorme avance, porque las conexiones electroquímicas son más precisas y rápidas que la vieja sintaxis de sujetos y predicados”.
De la Redacción de AIM.

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