Todos los campos de fútbol no miden lo mismo, aunque su superficie mínima y máxima es regulada por la Fifa, como corresponde al Vaticano de esa religión universal. El área de juego para un partido internacional debe medir entonces un equivalente a 6.400 metros cuadrados, eso es algo más de media hectárea.
Una hectárea, dicho sea de paso, es la superficie de 100 x 100 metros donde está encerrada la manzana de nuestro vecindario, con sus semáforos, sus casas y edificios, sus bares, mesas, tiendas, árboles y parquecitos; sus personas, su pasiones, chismes y sucesos cotidianos.
El área del Santiago Bernabeu por ejemplo mide 7.350 metros cuadrados, y es una de las más grandes de La Liga.
En esa superficie de 105 por 68 metros se baten en duelo de 90 minutos (más el descuento) jugadores de dos equipos como si de cada patada dependiera el destino de la Humanidad. En las gradas, y en conexión remota, miles y millones de afiebrados espectadores tienen el corazón en la boca en cada jugada, y las piernas de los futbolistas son como pilares que sostienen el mundo.
En esos mismos 90 minutos que dura un partido, habrán desaparecido de la faz de la tierra el equivalente a 6.570 campos de fútbol de bosques, con todos sus pájaros y bichos de pelo, con toda su agua, sus hojas que secuestran el carbono de la atmósfera, su biodiversidad y toda su importancia crucial para el destino del planeta Tierra como todavía lo conocemos.
Los fríos y a la vez espeluznantes datos que lustran esta tragedia histórica son medidos y recopilados por la Universidad de Maryland, EE.UU., y la iniciativa World Forest Review, del World Resources Instituite (WRI), una institución científica sin fines de lucro, con sede en Washington y presencia global que enfoca su trabajo en nuestra relación con los bosques, los océanos, el clima, la energía, las ciudades y el agua.
Imágenes de satélites, mediciones de calor, mapas digitales y datos comparados son la referencia para registrar ese constante deterioro de la superficie terrestre y la desaparición de bosques en Siberia, California, o en Mato Grosso.
“Muchos de los bosques del mundo están sufriendo daños y degradación o están desapareciendo por completo. Su capacidad para proporcionar bienes tangibles como alimentos, fibras y medicinas, así como servicios ecológicos esenciales como hábitat para la biodiversidad, almacenamiento de carbono y regulación del clima y los sistemas hídricos, está más amenazada que nunca”, alerta el más reciente informe de WRI.
Muchos países, empresas y otras entidades «han establecido objetivos ambiciosos para acabar con la deforestación y restaurar los bosques degradados«, agrega en alusión a la sarta de acuerdos de buenas intenciones, con nombres de ciudades y metas a largo plazo que se lucen impotentes ante un problema que demanda acciones contundentes y rápidas.
«En la última década, diversas promesas y compromisos han reconocido la importancia de los bosques y las devastadoras consecuencias de la deforestación. Los gobiernos se han comprometido en numerosas ocasiones a restaurar los bosques, detener la deforestación y revertir la degradación de la tierra, y en la COP26 de 2021, los gobiernos y las empresas prometieron detener y revertir la pérdida de bosques y la degradación de la tierra para 2030″, recuerda un documento de estos expertos.
El objetivo de la destrucción
Este indicador de deforestación mide la superficie total de cubierta arbórea de bosque que se pierde o elimina cada año en el mundo.
Mide también la reducción de plantaciones industriales de árboles y cultivos agrícolas de árboles, que normalmente no se consideran bosques.
«El mundo ha perdido 488 millones de hectáreas (Mha) de cubierta arbórea desde principios de siglo, lo que equivale aproximadamente al 12 por ciento de la cubierta arbórea mundial que había en 2000″, esa pérdida ha ido en aumento en la historia reciente, pasando de 13,4 Mha en 2001 a 28,3 Mha en 2023.
Esa pérdida de bosques que verifica en estos 24 años del siglo 21 equivale a una superficie de 4,88 millones de kilómetros cuadrados, casi la mitad del tamaño de toda Europa.
En el mundo, los países que encabezan esta liga de la deforestación tienden a ser también los que tienen mayores superficies de bosques.
La mayoría de esta pérdida es para siempre, pero se considera que algunas florestas pueden regenerarse con el paso del tiempo, mientras otros corresponden a plantaciones forestales, o podrían balbucear paisajes verdosos, después de devastadores incendios como los que hieren a Europa y América del Norte en cada verano.
Entre los años 2021 y 2023 Rusia ha estado en el podio, con una pérdida de 83,7 millones de hectáreas y un acumulado de 761 millones desde el año 2000.
Después viene Brasil, con 68,9 millones de hectáreas entre 2001 y 2023, y 519 millones de hectáreas acumuladas desde el año 2000. El 71 por ciento de esa extinción de bosques en Brasil es definitiva. En Malasia es del 86 por ciento.
No es el caso de países desarrollados: Canadá, Estados Unidos, Australia y hasta China, donde la pérdida porcentualmente es un poco recuperable con el paso del tiempo.
Los bosques son ecosistemas fundamentales para luchar contra el cambio climático, mantener los medios de subsistencia y proteger la biodiversidad, señalan los expertos.
Su importancia es tal que no importa si ese ruido de motosierras y cadenas se escucha en el bosquecillo del parque de al lado, o en la lejana Indonesia. En este mundo de efecto mariposa cada rama que cae puede provocar una sequía en otra parte del globo.
Respecto al clima, «Mientras el mundo se enfrenta a una ‘advertencia final’ sobre la crisis climática, la reducción de la deforestación es una de las medidas terrestres más rentables para mitigar el cambio climático. Los bosques son a la vez un sumidero y una fuente de carbono, ya que eliminan dióxido de carbono del aire cuando están en pie o vuelven a crecer, y lo emiten cuando son talados o degradados», señala el documento de WRl.
Tienen que ver con el bienestar humano, pues alrededor de 1.600 millones de personas, incluidos casi 70 millones pertenecientes a pueblos indígenas, dependen de los recursos forestales para su subsistencia.
«La deforestación, especialmente en los trópicos, también influye en las temperaturas y precipitaciones locales de forma que puede agravar los efectos locales del cambio climático global, con consecuencias para la salud humana y la productividad agrícola».
Y en las gradas de Europa…
En el mundo, la pérdida de bosques no tiene el mismo origen. Mientras en el hemisferio boreal está más asociada a los incendios forestales y la industria forestal y de silvicultura, en las regiones tropicales se debe más bien al cambio del destino de la tierra para usarla en agricultura y ganadería, y para vender su madera en el mercado mundial de este commoditie (materia prima básica).
Por eso la Unión Europea logró ponerse de acuerdo para atacar los complejos mecanismos que mueven esta maquinaria de destrucción: productos básicos que llegan al mercado arrastrando una estela de deforestación irreversible. Eso incluye el chocolate de la Nestlé, los muebles de Iskia, el aceite de palma de su Nucita o la carne de su hamburguesa preferida de McDonald’s.
América Latina, con 119 millones de hectáreas destruidas en 2023 encabeza la lista mundial por regiones. El 37 por ciento se debió al uso en la agricultura y los bosques manejados, pero el 53 por ciento está vinculado al comercio internacional de maderas tropicales, que no siempre es legal.
La deforestación entraña un cambio definitivo (irreversible) en los bosques para dedicar esa tierra a asentamientos humanos o la agricultura y ganadería.
Los bosques tropicales son mucho más ricos en biodiversidad que los de bosques templados, pero también en maderas preciosas, o de muy alto valor comercial.
La Unión Europea ha dado los mayores avances mundiales por combatir el lado oscuro de este negocio mundial de la madera, con estrictas regulaciones, como el Reglamento UE 995/2010 para prohibir la comercialización en el interior del bloque de madera o sus derivados «aprovechada o comercializada ilegalmente». En mayo de 2023 firmó el acuerdo relativo a la comercialización en el mercado de la Unión y a la exportación desde la Unión de determinadas materias primas y productos asociados a la deforestación y la degradación forestal.
El 29 de abril pasado cada país socio designó sus respectivas autoridades para hacerlo cumplir, en España corresponde a la Dirección General de Biodiversidad, Bosques y Desertificación. Ese acuerdo firmado el año pasado da cuenta de que «la deforestación y la degradación forestal están avanzando a un ritmo alarmante».
Se citan datos de Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que difieren un poco con las otras fuentes aquí citadas y que calcula que entre 1990 y 2020 se perdieron 420 millones de hectáreas de bosque en todo el mundo (alrededor del 10 por ciento de los bosques que quedan en el mundo, lo que equivale a una superficie mayor que la Unión Europea).
«La deforestación y la degradación forestal son, a su vez, factores importantes del calentamiento global y pérdida de biodiversidad en el mundo, los dos problemas medioambientales más importantes de nuestra época», advierte el reglamento.
«El consumo de la Unión es un factor sumamente importante de la deforestación y degradación forestal en todo el mundo. La evaluación de impacto del presente Reglamento estimó que, sin una intervención reguladora adecuada, el consumo y la producción en la Unión, por sí solos, de seis materias primas (ganado bovino, cacao, café, palma aceitera, soja y madera) harían que de aquí a 2030 la deforestación aumentase aproximadamente 248.000 hectáreas cada año», señala esta resolución en otra muestra de cómo los países hoy entienden al mundo como esa aldea global, una suerte de estadio donde todos somos espectadores del mismo juego que no es de fútbol.
Fuente: The Objective