El aumento de la temperatura incrementa la probabilidad de mortandad de las hembras, según un informe. Estos animales contribuyen a la mitigación del calentamiento global.
El calentamiento de los océanos afecta la supervivencia de la ballena franca austral e impide la recuperación de sus poblaciones. Estas son algunas de las conclusiones de un estudio liderado por investigadores del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), Ocean Alliance y un grupo de colaboradores internacionales, que describe por primera vez el efecto que tiene el cambio climático sobre la supervivencia de las hembras, que se reproducen en la costa del Atlántico sudoccidental, desde Brasil hasta el sur de Argentina.
El trabajo —parte del doctorado de Macarena Agrelo, bióloga e investigadora principal en el área de ecología, poblaciones y dinámica poblacional del ICB— muestra que, en los años posteriores al fenómeno de El Niño, en los que las aguas son más cálidas, la tasa de mortalidad es cuatro o cinco veces mayor que en los neutros o en los que se produce La Niña, caracterizado por aguas más frías.
El dato cobra relevancia porque actualmente la agencia de las Naciones Unidas encargada de las previsiones meteorológicas ha advertido que hay un 80 por ciento de probabilidades de que El Niño comience entre julio y septiembre próximos, lo que provocará un aumento de las temperaturas a nivel global, sequías y precipitaciones en distintas regiones del mundo.
Se estima que la población de ballenas francas australes es de aproximadamente 5.500 individuos y la probabilidad de que dicho número aumente cae en el actual contexto de calentamiento global. La investigación proyectó el crecimiento de la población hasta el año 2100, considerando los parámetros de fecundidad y reproducción en diferentes escenarios en base a las predicciones mundiales sobre la frecuencia de los eventos de El Niño. “Vimos que, si no consideramos el cambio climático, y la población crece a un 7 por ciento, alcanzaríamos a una población de 30 individuos en 2070″, dice Agrelo. Y si se observa el efecto que tuvo el calentamiento global en los últimos 50 años, la población no llegaría a alcanzar ese valor.
La proyección es a nivel teórico, sin sopesar otros efectos de mortalidad como la contaminación, la colisión con embarcaciones u otras amenazas. “Si consideramos que los eventos van a ser más frecuentes y más intensos, se desacelera cada vez más el crecimiento poblacional”, subraya Agrelo. En consecuencia, el efecto del cambio climático sobre la supervivencia de las ballenas será menor y la mortalidad, más grande.
En años posteriores a El Niño, los científicos observaron que un porcentaje mayor de la población no es avistada, en especial de hembras que no volvían a Península Valdés pese a que frecuentaban mucho el área. “Eso te hace pensar que esas ballenas murieron”, refiere la científica. Las hembras sufren más la disminución de comida porque tras la gestación y la lactancia requieren de grandes cantidades para recuperarse de la inversión energética realizada.
Para el estudio se analizaron cinco décadas de información recogida a través de la fotoidentificación de cada ballena de Península Valdés. Para calcular la supervivencia, se utilizó la historia de vida de 1.380 hembras de una base de datos de aproximadamente 4.100 ejemplares. Su conservación, explican desde ICB, es fundamental para mitigar el calentamiento global.
Se considera que las ballenas son las ingenieras de los ecosistemas porque ayudan a mantener saludable la vida en el océano. Tienen heces muy ricas en hierro y otros nutrientes que derivan del consumo de krill, un crustáceom en el Atlántico Sur y que lo transportan a grandes distancias y en varias direcciones, fertilizando y promoviendo la biodiversidad.
“Son los bosques de los océanos, capturan en sus grandes biomasas tanto carbono como miles de árboles”, detalla Agrelo.
Una por una
Desde 1971, y de manera ininterrumpida (excepto el 2020 por la pandemia), el ICB y Ocean Alliance realizan un monitoreo anual de ballenas en las costas de Chubut, a través de relevamientos aéreos. La base de datos con las ballenas identificadas una por una es tan valiosa que permite saber cómo cambia la población a lo largo del tiempo y cómo le afectan los fenómenos climáticos. Estos mamíferos pueden reconocerse individualmente a través del patrón de callosidades en la cabeza, que es único igual que la huella dactilar de un ser humano.
En los comienzos, las fotos se sacaban con cámaras con rollo y la fotoidentificación se realizaba de forma manual a través de un catálogo físico; actualmente las imágenes son digitales y la técnica se realiza con la ayuda de un software. “Cumplimos 50 años de datos. Es un estudio pionero y el de más largo plazo de una especie de ballenas a nivel mundial”, afirma la investigadora. Además, es la primera vez que se analiza el efecto del cambio climático en la supervivencia de una especie de ballena.
Conocer una por una las que visitan Península Valdés permite armar árboles genealógicos de hasta cinco generaciones y conocer quién es la mamá, la abuela y la bisabuela de una cría. “La posibilidad de sacarle una foto a una ballena y saber si la vimos o no, nos permite a lo largo de los años armar lo que se llama ‘históricos de captura’ de cada individuo”, explica Agrelo.
Esto supone configurar un historial del ejemplar para ver qué años llegó a la península y cuáles no, cada cuánto va y si lo hace con un ballenato. “Si vemos un individuo con una cría y a los dos años lo vemos con otra cría, es una llamada de alerta”, dice la investigadora. Es un indicio de que hubo una falla en el éxito reproductivo ya que las ballenas francas tienen cría cada tres años después de un año de gestación, otro de lactancia y uno más de reposo y de recuperación.
Con la identificación también se conocen detalles de su ciclo de vida y de su biología: cada cuánto se reproduce o cuál es su edad.“Hay ballenas que se pueden identificar cuando son crías, por lo tanto, conocemos su edad. Cuando retornan a Península Valdés con su propia cría podemos saber a qué edad se reproducen. Con estos datos pudimos estimar que la primera parición es a los nueve años en promedio”, explica la investigadora. También hay registros de madres más jóvenes.
No se sabe exactamente cuánto vive una ballena franca austral, aunque podría llegar a los 100 años. En 2022 se detectó a una ballena que se vio por primera vez hace medio siglo, cuando ingresó al catálogo. “Nos dimos cuenta de que era la misma que identificamos en 1971. En el ‘73 estaba con cría y en el 2022, también”, apunta la científica. Es decir que la última vez tenía al menos 60 años y se seguía reproduciendo.
Adoptar una ballena o seguir su ruta
El ICB tiene un programa de adopción simbólica de ballenas para apoyar los estudios científicos. Cada una cuenta su historia de vida y algunas alertan sobre las amenazas en el océano. Otros ejemplares que también han sido “bautizados” con nombres de constelaciones o piedras preciosas (el resto son identificados con números y fechas) son a los que se sigue de manera satelital.
El monitoreo es impulsado por una decena de instituciones y organizaciones argentinas e internacionales y permite saber qué hacen estas ballenas, que miden unos 17 metros y pesan más de 50 toneladas, cuando dejan Península Valdés.
Para ello se les coloca un dispositivo, que transmite cada vez que salen a respirar. Meses después de que dejan la zona siguen haciéndolo: es posible saber dónde están y qué áreas utilizan. Se detectó incluso el recorrido de una ballena fotoidentificada (Antares Atrevida) en dos situaciones: en solitario y con su cría.
“Con varios años de proyecto satelital es posible ver cómo varían las áreas de alimentación que se van modificando de acuerdo a la disponibilidad de krill, que depende del cambio climático”, explica Agrelo. También permite conocer a dónde van y dónde se alimentan una vez que dejan la península, y de esta forma identificar las áreas prioritarias para su conservación.
Fuente: El País (España)