Los eventos para escapar del agobio ardiente demuestran una realidad que se impone desde hace unos años ante el incremento en las temperaturas, en donde las medidas de adaptación van demostrando cambios en el comportamiento laboral.
“No es calor. Es desmonte”. La consigna largada en las redes sociales ante la última ola de calor que se vivió en el país al iniciar 2022, y particularmente en Salta por al menos tres días, puso de nuevo en el tapete la incidencia del cambio climático en la cotidianeidad. Cuánto hay de cierto y no, es lo que se intentó escudriñar con diversos datos que surgen de informes oficiales, de la experiencia de quienes sufren los peores calores, y también en base a investigaciones científicas.
Las experiencias atravesadas por esa ola en Salta pasaron desde un corte a la altura de la entrada de Vaqueros (departamento de La Caldera, a un kilómetro de la capital salteña), a quienes no tenían domicilio allí y que buscaban resguardarse del calor con las aguas del río. También fueron y aún son protagonistas los cortes en la ciudad por la falta de agua y luz en momentos donde el calor apretaba (y por el pronóstico, va a seguir apretando), situación que se replicó en el norte provincial, donde las temperaturas son superiores.
El mapa que se publicó en el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), al iniciar este año por lo menos llamaba la atención. Temperaturas de más de 42 grados se imponían en el chaco salteño según las imágenes provistas.
“Se hace insostenible poder hacer las mejoras en el campo”, contó Lucía Ruiz, referente campesino de Morillo, ciudad cabecera de Rivadavia Banda Norte, en el departamento Rivadavia, al trasladar su vivencia al índice meteorológico. Según los datos volcados el 27 de diciembre en el SMN, Rivadavia fue el departamento que registró la temperatura máxima en el país con 44.5 centígrados. En el sur, a unos dos mil kilómetros de distancia, la situación no quedó atrás para Cipoletti (de Río Negro), la segunda ciudad con más calor, dado que el termómetro marcó 43.8 centígrados.
“Partiría diciendo que vínculo hay”, fue la respuesta del doctor en Ciencias Ambientales y referente de la Fundación Refugio, Andrés Leake, quien sostuvo que la frase “no es calor, es desmonte”, tiene fundamento. A nivel global está comprobado que la deforestación contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero. A su vez, indicó que estudios realizados por Duke Univeristy (EE.UU.) han demostrado que a nivel local la perdida de la cobertura boscosas en zonas tropicales, como ser la Amazonia -en donde enormes franjas de la selva fueron deforestadas en los últimos 15 o 20 años-, las tardes pueden ser hasta 10 grados centígrados más cálidas que las regiones boscosas.
"Los árboles en los trópicos parecen limitar las temperaturas máximas que el aire puede alcanzar. Una vez que cortamos esos árboles, perdemos ese servicio de enfriamiento de los árboles, y puede calentarse muy, muy caliente", dice Luke Parsons, investigador climático de la Universidad de Duke, uno de los científicos que lideró los estudios citados por Leake.
Según el informe del Banco Mundial “Climate Risk Country Profile – Argentina” (Perfil de Riesgo Climático – Argentina), publicado el año pasado, el aumento de la aridez de los suelos y de los eventos de las sequías dejan más expuestas a las regiones con producción agrícola y ganadera. Las actividades son dos de las principales bases económicas del país, al momento que se desarrollan en las zonas más vulnerables ante los cambios del clima. La existencia de la producción primaria de la cual depende la economía argentina está ligada, a su vez, a la deforestación. Y es esta actividad una de las que más contribuye a su vez a la emisión de los gases de efecto invernadero a nivel global.
Se estima que otro problema del cambio climático en el país son las inundaciones que “generarán pérdidas de 700 millones de dólares cada año”, al momento de detallar que “uno de cada tres argentinos viven en zonas proclives a inundaciones”, ante la concentración de la población en el Gran Buenos Aires, la zona pampeana y el Gran Chaco.
Mientras se terminaba este artículo, desde el SMN se difundió en su canal oficial de twitter que “en los próximos días se espera un ascenso gradual de temperaturas. El calor extremo se mantendrá durante la próxima semana con valores superiores a 35°C en gran parte del país”. Ante ello, especialistas del Chaco sugirieron tener atención sobre los informes oficiales de la entidad y “tomar los cuidados necesarios para evitar golpes de calor y situaciones adversas para la salud asociado con la persistencia de altas temperaturas”. Advirtieron que en este escenario las condiciones serán propicias para que los incendios forestales se propaguen.
Entre el chiste y la adaptación al cambio climático
“Eran las doce del mediodía y la mujer le dijo al santiagueño que estaba en la cama: Esteban, levántate que se te va a ser tarde para dormir la siesta”. La siesta en Santiago del Estero, una de las provincias más calientes del país, siempre fue motivo de chistes o burlas. Sin embargo, hay quienes responden “hay que hachar un árbol bajo 50 grados”. En esa dicotomía de posturas Leake se permitió una lógica posible: “La siesta podría considerada una adaptación local al calentamiento global”
Del informe del Banco Mundial surge que las más elevadas temperaturas terminan por incidir en el desempeño laboral al aire libre dado que, indica el informe, quienes trabajen en estas condiciones “tendrán un aumento en sus riesgos ocupacionales ante la mayor frecuencia de eventos extremos, y/o mayor exposición a temperaturas elevadas, y/o mayor ocurrencia de enfermedades transmitidas por vectores”. En la medida que aumente el calentamiento global, en los lugares tropicales que ya están al borde de ser demasiado cálidos y húmedos para trabajar de manera segura debido al cambio climático, la deforestación puede empujarlos al límite en entornos de trabajo aún más insalubres e inseguros.
Algunas de las enfermedades de vector que se podrían ver potenciadas por el cambio climático están contempladas en el Listado de Enfermedades Profesionales. Se añade la posibilidad de pérdida en los días de trabajo por enfermedad o lesiones que pueden “representar una merma importante de ingresos”. También se destaca que “los perjuicios serán mayores en el norte del país. El cambio climático puede tener efectos diferenciados sobre la salud de los trabajadores de diversas ramas de actividad en función de su exposición frente a determinados factores de riesgo en razón de su actividad laboral”.
“Ahora para hacer las mejoras en el campo para los animales tenés que pensar en hacerlas durante el invierno, o entre las 5.30 y las 9, y las 18 y las 20 (en las demás estaciones), que es cuando oscurece”, contó la campesina Ruiz.
Además, afirmó que el calor extremo se viene registrando en la zona desde hace tres a cinco años y esto los obligó a modificar sus tiempos para las tareas. “Antes en la mañana podrías hacer los trabajos entre las 6 y las 11, y volver a trabajar a la tarde, o llevarte la comida y almorzar en el lugar. Pero ahora ya no. Y pagarle a alguien para que lo haga en esas horas sería demasiado cruel”, afirmó. A ello sumó los eventos de sequía que perjudican al campesinado y que al menos entre 2020 y 2021 “fue año redondo”. Mientras, al iniciar el año, contó que el termómetro en la zona llegó a los 46centígrados.
Los carpinteros independientes de la comunidad wichí de Rivadavia Banda Sur, en tanto, también tuvieron que cambiar sus horarios. “Los changos trabajan desde las 6 hasta las 12 y después entran a las 17 o 18 hasta las 22”, contó Bernardino Pizarra, referente de la zona. Algunos “no tienen problema en trabajar de noche”. Para ir al río “hay que salir mucho más temprano para que no te agarre el sol en el camino. Aunque mientras estás en el agua el calor no se siente tanto”, contó. Sostuvo que en estos últimos meses “se sintió más el calor. Nunca habíamos sentido que la temperatura llegue a los 46” centígrados, como sucedió la semana pasada.
El NOA más caliente a fines de siglo
Del Resumen Ejecutivo de la Tercera Comunicación Nacional de 2015, del Ministerio de Ambiente de la Nación, surge que “la temperatura media aumentaría en todo el país durante este siglo, tanto en un escenario de aumento de las concentraciones de GEI (Gases de Efecto Invernadero), moderado como de aumento extremo. Se detalló además que “si bien en el horizonte temporal del futuro cercano (2015- 2039) la tasa de calentamiento sería más acelerada que la observada en las últimas décadas, los aumentos estarían todavía entre 0,5 y un centígrado con respecto al presente (1986- 2010), mientras que hacia fin de siglo el aumento de la temperatura proyectado es mayor y la región de mayor calentamiento sería la del noroeste con más de tres centígrados”.
De la Segunda Contribución Determinada a Nivel Nacional de la República Argentina de diciembre 2020, también del Ministerio de Ambiente de la Nación, se establece que la región del NOA, compuesta por Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, sentirán los efectos de este cambio: sufrirán la dificultad, por distintas causas, en el acceso al agua en algunas poblaciones.
También habrá mayores impactos previstos por inundación y contaminación del agua de consumo y, por lo tanto, un aumento en las migraciones internas. El incremento de olas de calor puede generar fuertes impactos, dado que esta región presenta mayores vulnerabilidades sociales ante desastres.
La existencia de asentamientos en zonas bajas podría ocasionar afectaciones a la salud humana como consecuencia de la propagación de vectores, que, a su vez, podrían alcanzar otras zonas urbanas. El aumento de condiciones favorables para el desarrollo de incendios forestales, rurales y de pastizales y mayor estrés en el ganado y en diferentes sectores productivos, a causa de períodos secos más largos durante el invierno y la primavera. El incremento en la aparición de plagas agrícolas. La aceleración de los procesos de desertificación con impacto en los ecosistemas, cambios en el rango geográfico y extinción de especies menos tolerantes.
A eso hay que sumarle los impactos adversos en la actividad turística por aumento de temperatura que, por ejemplo, propicia un aumento en la frecuencia e intensidad de afloramientos de algas y cianobacterias, y, por consiguiente, afecta las actividades acuáticas recreativas.
Y otro punto a tener en cuenta son las presiones incrementales en la infraestructura existente, por ejemplo, en la distribución y generación eléctrica durante olas de calor y/o sequías prolongadas. El aumento de los daños a la infraestructura vial e hidráulica, como puentes, carreteras, presas, entre otros, por el riesgo incremental de inundación, y la retracción de glaciares de escombros.
Fuente: Página 12