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Apego, la clave para construir mejores vínculos

¿Qué es, por qué es tan importante cultivarlo, ¿cuáles son sus rasgos principales y cuál es la mejor forma de hacer del apego la base para tejer una red de amor y confianza para nuestros hijos? Una charla con dos grandes especialistas en el tema: Maritchu Seitún e Inés Di Bártolo.

Muchas veces hemos oído hablar de él: el apego, “ese vínculo especial que tenemos solo con algunas personas, personas que son como el oxígeno de nuestra vida emocional“, según describen las psicólogas Maritchu Seitún e Inés Di Bártolo en su reciente libro Apego y crianza (Grijalbo), un trabajo conjunto destinado a explicar por qué es tan importante, cómo se constituye y de qué manera la forma en que nos apegamos (a una madre, a un padre u a otros cuidadores de confianza) determina una mayor confianza y una mejor calidad de los vínculos que construimos a largo plazo.

“Las figuras de apego son las que dan eje a nuestra vida. En ellas buscamos seguridad para mantenernos firmes, consuelo para cuando las cosas van difíciles, aliento para avanzar cuando todo va bien. El vínculo de apego es el que nos une a nuestros padres en la infancia, y a lo largo de la vida a otras personas nuevas, que van complementando o reemplazando esos primeros lugares de nuestros padres: la pareja, el amigo íntimo, un hermano. Son esas figuras especiales, en cuya compañía y contacto nos sentimos ‘en casa'”, señalan las especialistas en este texto que busca guiarnos a la hora de establecer relaciones profundas y saludables con aquellos a los que tanto amamos: nuestros hijos.

“Todos los padres anhelan que sus hijos construyan un vínculo seguro y confiado con ellos y que alcancen esa íntima seguridad de que hay un adulto sensible y conectado, capaz de entenderlos y listo para cuidarlos y calmar sus ansiedades y preocupaciones”. Del libro Apego y crianza, escrito por Marichu Seitún e Inés Di Bártolo.

¿Por qué es tan importante el apego? Porque “es en ese vínculo donde nos conocen, donde podemos confiar, donde nos sentimos seguros, donde recargamos nuestra batería. Es nuestra base en el mundo. Cada tanto necesitamos volver a estos vínculos, que es como volver a la base, y allí recargarnos de energía y confianza”, responden Maritchu e Inés a lo largo de las páginas, y establecen una diferencia crucial a la hora de comprender su valor: “El vínculo de apego puede ser seguro y convertirse en una matriz de confianza y seguridad para otras relaciones, o puede ser inseguro, en cuyo caso esa matriz de acercamiento al mundo y a los demás no tendrá esas tan anheladas confianza y seguridad“.

A partir del libro, formulamos algunas preguntas a ambas especialistas para llevar luz a las dudas más comunes que aparecen sobre este tema, a la hora de brindar herramientas emocionales a los niños que se conviertan en instrumentos capaces de forjar en ellos una autoestima sólida, mayor seguridad y confianza en sí mismos, y les aporten recursos para enfrentar la adversidad, esa condición inherente a toda existencia.

–¿Por qué sintieron la necesidad de trabajar sobre este tema, qué ideas les pareció importante transmitir con el libro y qué mitos derribar?

–Es un tema clave en crianza por lo que significa para la vida futura de cada ser humano y sus relaciones: la importancia de la presencia, de la incondicionalidad, de la conexión, del compromiso, de la comprensión empática, de la función reguladora de los padres… Buscamos derribar el mito de que hay fórmulas sencillas y fáciles, y también buscamos lograr un buen equilibrio, apartándonos de extremos que empobrecen, como el autoritario y el permisivo, por ejemplo.

–Tal como dicen entre las páginas, antes el apego se veía reflejado en la palabra “madre”. ¿Cómo ha cambiado eso en los últimos años?

–Las mamás empezaron a trabajar a la par de los papás, por lo que las parejas crían hoy en equipo, sin divisiones de tareas tan fijas como en generaciones anteriores. Los papás varones se han dado cuenta, han descubierto, lo enriquecedor, interesante, divertido que es este nuevo paternar, y cuánto más y mejor se vinculan con sus hijos al compartir las tareas de crianza. Y esta posibilidad de tener seguridad, incondicionalidad, confianza en el vínculo con ambos padres beneficia a todos.

–Señalan también que seguridad física y emocional no son la misma cosa. ¿Qué reflexión les gustaría compartir acerca de esa diferencia?

–Un bebé puede estar bien alimentado, limpio, vacunado, bien dormido, pero languidece y puede incluso morir si no tiene por lo menos una persona que lo quiere, lo mima, está disponible, y lo hace sentir seguro, lo escucha, se interesa por él. Solo así se siente sostenido y puede desplegarse, porque en ese caso no necesita estar atento, vigilante, en estado de “defensa”. No puede crecer, aprender, disfrutar ni desplegarse cuando está en estado de alerta, defendiéndose o buscando un vínculo incondicional, o tratando de conservar ese amor.

–Me llamó la atención el ejemplo de Margarita y la connotación negativa que le dio la madre a una experiencia neutra de su hija, cuando sus amigas no la invitan a una actividad. ¿Cuál es el lugar que debemos ocupar los adultos en las acciones que envuelven la vida de nuestros hijos con sus pares?

–Nuestra tarea de padres es acompañar la realidad subjetiva de nuestros hijos acompañándolos en su forma de ver los hechos para que de nuestra mano ellos puedan descubrir y ver las cosas como son en realidad: la realidad objetiva. No ayudamos tanto cuando nosotros empezamos ofreciéndoles la realidad objetiva, lo que podría ocurrir de formas que no suman: cuando salimos a la defensa ciega de nuestro hijo (acrecentamos sus ideas persecutorias), cuando en el otro extremo nos ponemos en su contra (el otro tiene razón), y tampoco cuando minimizamos el problema intentando que no sufran.

–¿De qué manera la forma en que construimos nuestros vínculos nos definen tempranamente y para siempre, y cómo podemos capitalizarlo?

–Nuestros padres nos ofrecen amor, incondicionalidad, respeto, empatía, conexión, disponibilidad en ese primer vínculo y así nosotros podemos crecer sostenidos por ese vínculo y abrirnos al mundo. En primer lugar, ese modelo de amor y respeto nos brinda recursos para poder ofrecernos a nosotros mismos, pero también para confiar en lo que nuestro mundo interno nos dice, porque fuimos escuchados y comprendidos. Desde allí vamos a poder buscar otras relaciones que sean seguras y apartarnos de las que no lo sean.  Si nuestros primeros vínculos no fueron seguros vamos a tener dificultades para buscar y reconocer los que sí lo son.

–¿Qué ocurre cuando aquella persona a la que nos apegamos de niños traiciona el espíritu principal de ese vínculo? Pongamos por caso un adulto abusador o un golpeador…

–El mundo en esos casos se pone “patas para arriba”. Como la figura de apego principal es la “brújula” que orienta en el crecimiento el abuso –tanto físico como sexual o emocional– resulta muy perjudicial para la estructuración de la persona de ese niño, porque aquel que debería protegerlo (y que por momentos lo hace) es también la que lo lastima. No puede apartarse ni pedir ayuda porque se quedaría solo y a la vez sentiría que lo traiciona; incluso puede no darse cuenta de que le hace mal y que puede y debe pedir ayuda. El niño lastimado puede creer que eso está bien porque su cuidador lo hace y luego repetirlo con otros, o podría creerse merecedor de ese trato…

Los rasgos principales del apego

No hace falta querer ser los mejores padres del mundo. ¿Quién podría de verdad serlo? Alcanza con estar para nuestros hijos, escucharlos, acompañarlos, abrazarlos, besarlos, jugar con ellos, ponernos en su lugar cada vez que haga falta… Son múltiples las oportunidades que tenemos cada día para crear vínculos de apego con los chicos, sin importar que sean “perfectos”.

Para comprender de qué manera opera ese mecanismo, Maritchu e Inés señalan algunos rasgos fundamentales que es necesario incorporar en nuestro rol cotidiano como madres y padres, a saber: la empatía, la disponibilidad, la confianza, la incondicionalidad, el respeto, la aceptación, la valoración, la regulación emocional. Todos ellos vitales en el desarrollo de un buen vínculo.

¿Qué cosas debemos evitar para no dañar ese precioso lazo? Según indican, las actitudes más nocivas son la agresividad, las burlas, las ironías, los sarcasmos y las odiosas comparaciones con sus hermanos, con sus primos o con sus compañeros del colegio. Pero también la ausencia de límites: los adultos debemos ser firmes para poder guiarlos en su camino. Es que la figura del apego debe brindarles autonomía y libertad para que ellos aprendan a buscar y encontrar sus propios tesoros, pero también recursos para que logren explorar el mundo que los rodea de manera segura y a la vez sean capaces de tejer relaciones basadas en el amor, la comprensión y el respeto.

–¿Por qué la empatía es el rasgo fundamental del apego y cómo podemos trabajar esta emoción a través de los años, conforme nuestros hijos crecen?

–Aprendemos a escuchar siendo escuchados, a comprender siendo comprendidos. Esa empatía nos permite escucharnos y confiar en lo que nuestro mundo interno (intuición, “tripas”) nos dice y desde ese lugar podemos escuchar y comprender a los demás. A medida que crecen ofrecemos a nuestros hijos máxima comprensión a sus deseos, pensamientos, pedidos, mientras delimitamos sus acciones y palabras.

“Criar a un hijo es una oportunidad para revisar nuestras relaciones primarias y encontrar nuestro camino personal de maternidad y paternidad sin repetir lo que hicieron con nosotros -o sin hacer lo opuesto-, sin pensar, ni guiándonos por lo que dictan la moda o el entorno”. Del libro Apego y crianza, escrito por Marichu Seitún e Inés Di Bártolo.

–¿De qué manera la incondicionalidad, la confianza y el respeto resultan ejercicios vitales en nuestra vida como padres?

–Son centrales en la crianza y el acompañamiento de nuestros hijos cuando crecen, porque ofrecen un ámbito seguro, una base, una matriz sobre los que nuestros hijos maduran sin ocultar aspectos de su verdadero ser, sin necesidad de sobre-adaptarse ni de esconderlos y sin debilitarse al hacerlo.  Tendremos hijos fuertes y con autoestima alta que sabrán defenderse… ¡incluso de nosotros! Y todos nos sentiremos más cerca, tendremos más y mejor intimidad y conexión.

–¿Cómo brindar herramientas emocionales a nuestros hijos para comprender que la frustración, la tristeza y el estrés también son parte de la vida?

–En primer, lugar tenemos que entender nosotros que el fortalecimiento de sus personas proviene en parte de aprender a esperar, frustrarse, esforzarse, sufrir y/o estresarse en niveles crecientes. Solo así podremos acompañarlos y darles nuestra mano, ofreciéndoles los recursos que necesitan para fortalecerse y comprender y aceptar que esos aspectos también son parte de la vida. Los adultos tenemos que entender que esquivarlos los debilita.

El libro de Maritchu e Inés ofrece claves necesarias para iluminar nuestra forma de criar.

–Muchas veces tenemos miedo de repetir experiencias negativas heredadas de nuestros padres. ¿Cómo soltar viejas estructuras y mandatos?

–Tomando conciencia de que a menudo repetimos los mandatos de nuestros padres y abuelos sin revisarlos, dándolos por valederos. También que, especialmente bajo estrés, respondemos automáticamente como respondieron generaciones anteriores y que podríamos revisar esos mandatos y respuestas automáticas. Solo a partir de allí podremos elegir nuestro camino de crianza en libertad, sin hacer lo mismo que hicieron nuestros padres y sin hacer lo contrario, que finalmente es otra forma de reaccionar sin revisar nada, sin pensar ni hacer balance.

–Por último, hablemos de esas dos palabras tan temidas por los padres modernos: “límites” y “disciplina”. ¿Es hora de devolverles la buena prensa a ambas?

– Sí, los límites marcan bordes para que los chicos se sientan seguros y no necesiten cuidarse a sí mismos, no corran riesgos innecesarios, se fortalezcan y encaucen su energía. Los padres buenos son en verdad los padres malos (N. de la R.: Marichu Seitún toma este tema en su libro Criar hijos confiados, motivados y seguros), porque para ser buenos padres vamos a tener que tolerar que nuestros hijos se enojen con nosotros. El arte de la paternidad está en que seamos suficientemente fuertes para mantenerlos seguros hasta que vuelen solos, pero no tan poderosos como para que no se anime a probar sus propias alas.

Por María Eugenia Sidoti para Revista Digital Sophia.-

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