Fernando Iglesias es una de aquellos "campeones" a los que se refería con sorna Arturo Jauretche, para comentar la época irrepetible de la gran inmigración de principios del siglo XX. Entonces, la gran movilidad social y las abundantes oportunidades de trabajo permitían a cualquier "campeón" hacer casi cualquier cosa con suerte diversa, porque cuando su improvisación fallaba de inmediato podía intentar otra cosa con desenvoltura y casi sin reproche.
El diputado macrista Iglesias, defensor incondicional de la política de Cambiemos cuando parece no tener defensa racional, muestra variedad de argumentos, todos liberales, todos radicalmente contrarios al kircherismo, que lo definen completamente por oposición.
Pero si esos argumentos no bastan para proporcionarle vidriera, tiene otros que le dan buen resultado. Ahora, por ejemplo, embistió contra el mate, que justamente el kircherismo apartó como bebida nacional en favor del vino.
Iglesias recorrió muchos caminos con buen paso. En 1970 era trotskista; luego fue miembro del Frente de Trabajadores por los Derechos Humanos. Como licenciado en alto rendimiento deportivo fue entrenador de voley en Italia.
De regreso a la patria fue camionero, profesor de idiomas y profesor de tango. Luego fue periodista en La Nación y Clarín.
Entre el 10 de diciembre de 2007 y el 10 de diciembre de 2011 fue diputado por la Coalición Cívica.
Macri lo llamó a Cambiemos porque valoró la defensa incondicional que hacía de la coalición en los debates televisivos, a los que es asiduamente invitado. En 2017 fue invitado a sumarse a Cambiemos porque Macri valoraba especialmente la defensa apasionada del Gobierno que Iglesias realiza en los debates televisivos a los que es habitualmente invitado y es lo que lo motivó a ofrecerle una banca en la cámara baja. En 2017 se presentó como candidato a diputado nacional por Cambiemos y resultó electo con más del 50% de los votos. Como se ve un camino diverso con fines únicos.
El mate en serio
El mate es un rito de origen guaraní que tiene un sentido muy profundo. Iglesias no está en condiciones de bajar a esas honduras. En rueda de mate al amanecer, en silencio y concentrados, los guaranies y los que conservan sus costumbres sobre todo en el Paraguay entran en comunión con sus antepasados, Mediante el agua volcada em la calabacita, comunican de manera misteriosa con la presencia de los antepasados en las hojas del árbol de yerba mate, que estuvieron en contacto con el sol tanto como con los muertos a través de las raíces.
Iglesias, haciendo gala de una antipopularidad desafiante, que le granjea paradójicamente instantes de popularidad, atacó el mate como responsable de la decadencia del país
El diputado tomó a su favor la inquietud que ha desatado el coronavirus, que posiblemente termine con los laboratorios vendiendo al mundo entero las vacunas que les sobraron de la gripe anterior, que pasó sin pena ni gloria cuando prometía mucho.
Desde su cuenta de Twitter, Iglesias repitió sin saberlo palabras dirigidas a un virrey en el siglo XVIII y lo calificó como “horrible costumbre”, responsable de la “decadencia del país”.
Iglesias desestima hablar de la enfiteusis de Rivadavia, que creó el latifundio que no podemos sacarnos de encima dos siglos después. No menciona el crédito que tomó a la Baring Brothers, que el país terminó de pagar multiplicado diez décadas más tarde; tampoco la derrota de Artigas y de la única alternativa popular que hubo en nuestra política. No recuerda la retirada de Urquiza en Pavón, ni a la oligarquía vacuna, tampoco a la caza de indios recomendada por Sarmiento y ejecutada por Roca, ni el pacto de su hijo con Inglaterra, que consagró a nuestro país como una colonia más del imperio británico.
Esas deben ser para él paparruchas ideológicas, mentiras de revisionistas. La verdad espléndida es más sencilla y todos pueden verla: la decadencia nacional la provoca el mate, pero también la cumbia y el fútbol. Con puntería infalible, Iglesias castigó tres claras preferencias populares. El mate, extendido a todas las clases y niveles, la cumbia, un ritmo caribeño predilecto de las clases populares y el fútbol, que ningún argentino ignora y a casi todos apasiona.
En su cuenta de twiter, el legislador consideró que estamos en buen momento "para erradicar definitivamente la horrible costumbre del mate, responsable de la decadencia del país”.
Como seguramente el mate solo no era suficiente para explicar tantos infortunios, lanzó una encuesta en la sumó sumó al peronismo, a la cumbia y al fútbol.
Pero Iglesias no trajo ninguna novedad. El mate fue prohibido primero por los jesuitas tan pronto lo conocieron: ´pero lo rehabilitaron cuando vieron que podía ser una considerable fuente de ingresos.
En 1616, en la Buenos Aires colonial, el 20 de mayo, el rey de España envió una nota en que prohibía en Buenos Aires la costumbre “abominable” de tomar mate, sin duda “peligroso contagio” de los indígenas. El monarca respondía así a un pedido de sus súbditos porteños, porque de mate él no sabría nada sin duda.
La noticia sobre la pestilente costumbre llegó al rey de la mano de Hernandarias, primer gobernante criollo de estas tierras, hidalgo, militar, conquistador, colonizador, explorador y burócrata.
Le pidió al rey que intervenga porque él se sentía incapaz de abolir el mate.
Algunos años antes, cuatro siglos antes que Iglesias, el gobernador de Buenos Aires Diego Marín Negrón, calificó de “vicio abominable” a la costumbre de los porteños de tomar mate. En concreto, una carta suya dirigida al rey le informaba acerca de ese “vicio abominable y sucio que es tomar algunas veces al día la yerba con gran cantidad de agua caliente”.
Negrón puntualizaba que el mate “hace a los hombres holgazanes, que es total ruina de la tierra, y como es tan grande la extensión y hondura del vicio, temo que no se podrá quitar si Dios no lo hace”
Fortalecido por la respuesta real, Hernandarias dispuso lo que Iglesias pide ahora de nuevo: “que nadie en adelante fuese ni enviase indios a haber hierba a ninguna parte donde la haya, ni la traiga, ni traten ni contraten so pena de pérdida de ella, que se ha de quemar en la plaza pública”
La coacción en este caso no anduvo, como tampoco ante la bufonada de Iglesias. La norma de Hernandarias claudicó ante la costumbre. Cuatro siglos después, ese “vicio abominable” sigue vigente, sin que se le pueda adjudicar nada de toda esa connotación negativa que la mirada europea y colonizadora quiso instalar y que Iglesias repite como fiel súbito en el exilio de las coronas europeas.
De la Redacción de AIM.