El neoconservadurismo es una ideología nacida en los Estados Unidos para dar sustento intelectual a la voluntad imperial de su oligarquía financiera. Como ideología del grupo dominante se ha extendido como ideología dominante por otros países, incluidos los pobres que nada tienen que ganar con ella.
Por otra parte es un movimiento reactivo frente a las ideas de izquierda de la década de 1960, que hoy para algunos parecen prehistóricas, no tanto por lo mucho que cambió el mundo desde entonces como por la influencia del propio neoconservadurismo en la formación de las concepciones prevalecientes.
El neoconservadurismo no rechaza un individualismo hiperbólico al estilo de la filósofa objetivista rusa Ayn Rand; sostiene en alto una reliquia como el mercado libre y se ofrece como defensor de la democracia depurada de todo contenido popular, como mero mecanismo dirigido a ocultar la dictadura de la élite.
El meollo es la defensa de los intereses imperiales por cualquier vía, la militar si es necesario, como se vio en Botnia, en Afganistán, en Iraq, en Libia, hoy en Siria, Yemen o en Venezuela y en la solución propuesta para su “crisis humanitaria”.
Los neoconservadores son conocidos en los Estados Unidos, sobre todo por sus adversarios, como “neocons”, aunque esta designación fue aplicada originalmente en aquel país a la izquierda que se oponía a los puntos de vista soviéticos en tiempos de la guerra fría.
Los neocons han cambiado sustancialmente algunas tácticas con la finalidad de mantener la estrategia: eran firmes no intervencionistas desde los años 30 a los 50; pero después de la segunda guerra mundial, cuando las potencias europeas quedaron devastadas y balanza del poder mundial se volcó a favor de los Estados Unidos, se convirtieron en intervencionistas.
Su mejor momento fue durante el gobierno de George Walker Bush hasta 2009, cuando se produjo el descalabro financiero al que no fueron ajenos y que amenaza repetirse.
La destrucción de Iraq, que empezó por las torres gemelas de Nueva York, fue posiblemente una iniciativa neoconservadora, que a diferencia de los conservadores tradicionales son agresivos. Quizá entienden que la decadencia de su país, económica, política y ética, no se puede ralentizar sino por la fuerza, mientras la tengan, y los tiempos los urgen. Por eso mantienen la idea de la supremacía moral (y racial) sobre el resto, y pretenden imponer valores para ellos indiscutibles e intransigentes.
El término neoconservador ha cambiado de usuarios con frecuencia y rapidez, quizá debido a las oscilaciones en la política de los Estados Unidos, que ahora responden a una figura de cierto tono populista y autoritario como Donald Trump, todavía difícil de digerir en aquel país.
Designa sobre todo a los que según los criterios de Samuel Huntington, en “Choque de civilizaciones”, apoyan una política agresiva contra el islam, considerado fuente de terrorismo. Señalan un enemigo para suscitar contra él las emociones populares manipulables e impedir que se dirijan contra ellos y los intereses que los mueven.
Los neocons consideran que la religión de occidente aporta ideologías políticas, económicas, sociales, filosóficas y científicas y la apoyan como brazo de sus ideas, fronteras adentro y afuera.
Se manifiestan contrarios a lo que llaman “nuevas costumbres” y se apegan a la ley y al orden, a los marcos jurídicos y sociales estables. Por supuesto, rechazan con firmeza el socialismo y el comunismo.
En materia de ideas, no las tienen demasiado elaboradas ni complejas, se contentan con dar fuerte apoyo al positivismo y sus derivados y al sentido común por encima de elucubraciones de los “intelectuales”, a los que tienen en poca estima, pero los utilizan en la medida de su conveniencia para encauzar el descontento.
Reniegan del pacifismo -ya que su fin es la guerra como medio de mantener la tasa de ganancia- y del ecologismo, que les impediría explotar a gusto y sin medida a la naturaleza. Por eso consideran al ecologismo “un hecho irracional en contra de los avances tecnológicos y la evolución humana”.
Los neocons sienten desprecio por las sociedades que consideran no evolucionadas, en el fondo por todas salvo la estadounidense, en las que marcan que no hay orden suficiente para el desarrollo en el sentido en que entienden esa palabra.
Quieren abrir camino a la tecnología, ante todo la que sirve para la guerra, y a los cambios sociales que favorezcan sus puntos de vista sin importar lo que llaman “daños secundarios o colaterales”. Son partidarios fervientes de los cambios, siempre que se produzcan en un presente perpetuo que no conoce pasado ni futuro.
Proclaman la necesidad de erradicar el terrorismo, el crimen organizado puesto al mismo nivel que el socialismo y el comunismo y la deslealtad a los Estados Unidos, de modo que recuerdan al viejo macartismo. Son partidarios de eliminar a los individuos que se expresen contra las normas del Estado, de la ciencia o de la religión.
Entienden que los problemas, por graves que sean -y se ven enfrentados a problemas en realidad irreversibles- se pueden solucionar por la fuerza, con ayuda del ejército y la policía, las armas y la guerra “justa”, como designan a las que emprenden ellos en todos los casos.
No quieren ideologías “ultras”, ni de izquierda ni de derecha. No quieren la izquierda radical y propugnan tendencias “centristas” que llaman moderadas porque pueden ser moldeadas y abrir posibilidades al “progreso” que es en síntesis la conservación de sus intereses.
Son puntales de la globalización, que implica llevar el interés financiero del imperio sin restricciones al mundo entero. Para ellos, de acuerdo con la teoría liberal original, el hombre es un ser perfectible pero no perfecto, en crecimiento constante que implica consumo incesante.
Los neocons son defensores acérrimos de los políticos y los religiosos porque les prestan servicios de representación valiosos; defienden a las iglesias, al Estado, a los ejércitos y a la policía como garantía de sus puntos de vista, que presentan como los de la sociedad entera.
No aprecian al arte ni a los grupos con propósitos sociales, porque en su criterio desvirtúan la conducta humana en la sociedad, que debe estar centrada en las cuestiones económicas que constituyen para ellos la base de la conducta humana.
Son impulsores firmes del estado capitalista, pero saben que el neoliberalismo es en realidad una cuestión de cátedra, y que los profesores deben ser consentidos si no inciden en la política práctica más de lo que necesita la propaganda.
No reniegan de la guerra como medio “pacificador” ni de la religión como instrumento del progreso, el que sigue siendo su ideología más persistente a pesar de que ha llegado a un punto en que muestra su cara menos favorable.
Los neos son ajenos a los ideales de sociedad perfecta y de igualdad social. Para sostener sus fines promueven el perfeccionamiento constante sin fin a la vista y la construcción evolutiva sin importar los medios.
De la Redacción de AIM.