Ante el avance de los discursos mercantilistas sobre la educación, es trascendental defender la educación superior, construyendo espacios de diálogo y encuentro, donde circule la palabra para forjar una resistencia a lo que podría ser la embestida de sectores neoconservadores reaccionarios, afirmó Angelina Uzín Olleros, profesora de Filosofía, Magíster en Educación y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Entre Ríos (Uner), escritora y docente, quien subrayó que “hay que apostar por una nueva universidad pública y ampliar cada vez más los derechos”.
Ni de izquierda, ni de derecha. El derecho humano a la educación no comienza y acaba con la escolaridad primaria, sino que, la educación superior también debe garantizarse durante toda la vida. La premisa no es una bandera de nadie, es un principio de la humanidad conquistado a lo largo de la historia por los trabajadores y reconocido por los Estados y cientos de organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Las izquierdas y las derechas actuales son posicionamientos, no son esencias; ciertas categorías de análisis o conceptos son utilizados tanto por unos como por otros. Puede resultar desconcertante que las nuevas derechas hablen con tanto énfasis sobre la importancia de la educación, hay que correr los velos ahí y ver qué entienden por eso, cómo lo van a instrumentar en caso de acceder al poder ejecutivo.
Hoy tenemos que apostar por una nueva universidad pública, ampliar cada vez más los derechos y tener en cuenta una tríada trascendental: el acceso a los derechos, la permanencia y la no afectación.
Angelina Uzín Olleros, profesora de Filosofía, Magíster en Educación y Doctora en Ciencias Sociales
En Argentina el derecho a la educación superior se constituye en consonancia con los procesos de transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales que se consolidaron en la primera década del nuevo milenio en América Latina, pero que, se fue construyendo y reconfigurando. Sin embargo, en el movimiento dialéctico de la historia, producto de la relación social dominante que genera el capitalismo, hoy ese derecho se ve mercantilizado y su acceso podría ser restringido aún más si se imponen gobiernos reaccionarios de la mano de la derecha populista. El programa no es nuevo, viene desde el Consenso de Washington, pero, de alguna manera, su ejecución se frenó parcialmente producto de la lucha de las comunidades educativas y la escucha atenta de los gobiernos peronistas.
“Ya en la década del ‘90 tuvimos un retroceso con respecto a pensar y a defender la educación como derecho y eso generó movimientos de resistencia, crítica y oposición a lo que el gobierno de Carlos Menem estaba planteando”, recordó Angelina Uzín Olleros. En ese sentido, apuntó que “lo cierto es que, también, hubo una clase media en ese momento o un sector de la sociedad (si no queremos hablar de clase) que adhirió a esa idea de que la educación pública estaba en ‘decadencia’, que los docentes ‘no daban clases’ porque hacían paro y que las escuelas privadas o la educación de gestión privada iba a ‘ser de mejor calidad’, producto de esas convicciones se logró arancelar la formación de cuarto nivel (posgrados) con la Ley de Educación Superior (LES). En ese momento quien era el presidente, como iba a una reelección, sabía el costo político de arancelar todo el sistema educativo, entonces esa medida solamente se aplicó a los posgrados, esto exigió a los docentes universitarios un enorme esfuerzo económico sumado a tener que cursar los posgrados trabajando al mismo tiempo, en condiciones materiales que no eran las mejores. Hay que sincerarlo a esta altura, ya lo sabemos, sabemos que fue así”.
Sin embargo, el proceso no concluyó en el menemato, sino que intentó reeditarse con el macrismo y hoy, los neoliberales, los reaccionarios y conservadores intentan hacerse de este bastión. Su lógica no es aislada, es producto del espíritu de época capitalista que todo transforma en mercancías, dejando en evidencia el fracaso del programa de la Ilustración.
Libertad individual o libertad social
Hoy, en Argentina, “se habla de ‘libertad’ pero no son libertades pensadas en contextos sociales o a partir del ejercicio de ciudadanía, sino que se está hablando de una libertad de mercado, donde los derechos quedan anulados, porque se mercantiliza el discurso y las prácticas, es decir, se reemplaza el lenguaje propio de los derechos, el lenguaje político de los derechos y se da lugar a un lenguaje que habla de ‘gestionar emociones’, que se corresponde con el emotivismo, la corriente ética del capitalismo. Eso hoy se está dando con la propuesta del sector de La Libertad Avanza (LLA) y de Juntos por el Cambio, es decir, las nuevas derechas, que afianzan esta corriente de una forma más radicalizada de la que se dio en la década de los ‘90”, explicó.
“Está muy radicalizado y agravado, con un personaje como Javier Milei quien habla de la Escuela Austríaca que no estaba en el debate económico actual. Si nos ponemos a leer los textos que en los ‘90 criticaban fuertemente la avanzada del neoliberalismo, no se hablaba de estas teorías económicas. No estaba en el panorama del debate de los ‘90 o cuando fue la crisis del 2001 y su posterior lectura desde algunos politólogos argentinos o brasileños. Pero esto nos desafía a encontrarnos con una teoría que no la manejábamos o que no la teníamos en cuenta. Entonces ahora hay que ir pensando y reflexionando sobre esto que nos trae LLA y en nombre de quién, aludiendo a la matriz del anarcocapitalismo”, señaló. A esto hay que agregar que los modos de producción capitalista tradicionales han generado producción de subjetividades, se venden estilos de vida, imágenes, consumos que no son solamente “materiales concretos”. No compramos solamente cosas.
Al respecto, aclaró que el proyecto de Milei no es una excepción: “Cuando escribí mi tesis doctoral sobre Desaparición forzada de personas, hay un capítulo sobre la renovación de la Teoría de los dos demonios y su resignificación. En ese momento tomé el caso de Victoria Villarruel, de su libro, su página en internet, su Centro de Defensa de las Víctimas del Terrorismo. Me dijeron, tanto los evaluadores de mi tesis e incluso directores, que era una ‘excepción’, ‘un caso aislado’ y diez años después es candidata a vicepresidente. Debemos también advertir que un fenómeno, que aparece, que lo vemos como algo que no va a tener incidencia, sin embargo, hoy es determinante. Estamos aquí y ahora en una situación que era excepcional y se transformó en regla. El otro día un joven estudiante me dijo (a raíz de lo que provoca la postura de Victoria Villarruel) que buscó en Google sobre la Teoría de los dos demonios porque no sabía qué era, es decir, hay una generación en la universidad pública que no sabe qué es o qué significa esa Teoría”.
Lo que ocurre actualmente es un síntoma del fracaso socio-educativo, “porque ya no es socio-económico. A Menem lo votaba básicamente la clase media y hoy a Milei lo votan los sectores enriquecidos de la sociedad y también los empobrecidos por modelos políticos, económicos, que se afianzaron en estos 40 años de democracia”.
“Milei dice abiertamente que la obligatoriedad de la enseñanza ‘es disciplinamiento’, ‘un adoctrinamiento’ y desliga al Estado de esa responsabilidad ya que dice ‘que se ocupen los padres si quieren llevar o no a sus hijos a la escuela’ o ‘que estudien en la casa’. El neoconservadurismo de Milei nos lleva a un pensamiento medieval de la organización social y las jerarquías, lejos de ser nuevo, es muy anterior a la democracia. Lo que pasa es que estos personajes (como fue Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil) aparecen con una estética nueva pero el mensaje, el pensamiento, es muy arcaico políticamente”, advirtió.
Defender la universidad
Ante esta oscura y confusa trama, la filósofa planteó la necesidad de correrse de lugares duros que bloquean o imposibilitan la unidad para la defensa de la educación. Poder recuperar la comunidad educativa, que las decisiones no las tomen unos pocos ignorando una voluntad colectiva.
Las microéticas (con sus epistemologías y prácticas) “impiden hoy, de alguna manera, el diálogo y el encuentro con colegas que tal vez no están posicionados exactamente en el mismo lugar que nosotros o nosotras, pero que tenemos muchísimas cuestiones en común. Y la defensa de la universidad pública es algo común, es algo que nos reúne, que nos convoca. Entonces a veces tendríamos que revisar algunos principios dogmáticos que, a la luz de los nuevos peligros y riesgos que presenta este panorama del avance de las nuevas derechas ponen en riesgo el derecho a la educación”.
“Tenemos que gestar espacios de encuentro y diálogo, donde circule la palabra, el pensamiento y las prácticas, que no queden encerradas en pequeños grupos dentro de la universidad, ya que la universidad pública en Argentina es ‘excepcional’ frente incluso a los países limítrofes, a lo que es América Latina, donde el arancelamiento de la universidad es lo que predomina”, remarcó.
Además, “hay que dejar de lado la indiferencia o la impotencia, que son dos cuestiones que se sumaron al desencanto posmoderno de los ‘90. Hay una sensación de impotencia, de decir ‘¿qué podemos hacer nosotros? Es muy poco lo que podemos hacer’ y lo que debemos es recuperarnos de ese estado de ánimo, de esa desazón, que no es casual que ocurra, ya que tiene mucho que ver con algo que está organizado de alguna manera a nivel global por los sectores de poder hegemónico”.
“Hoy tenemos que apostar por una nueva universidad pública, ampliar cada vez más los derechos y tener en cuenta una tríada trascendental: el acceso a los derechos, la permanencia y la no afectación. Eso es muy importante que lo podamos traer a la actualidad. Algo que lo planteábamos hace 30 años atrás en las cátedras de Derechos Humanos, pero que se fue diluyendo. Es decir, quiénes tienen acceso a la educación, quiénes pueden permanecer en ese derecho y quiénes, una vez que están gozando ese derecho, no lo vean afectado. Es cierto que hay mucho para cambiar en la universidad pública, en cuanto a prácticas, falta de planificación o estados de desorden, pero una cosa es decir que hay que barajar de nuevo en la universidad pública y otra es afirmar que desaparezca. Son dos salidas y de qué lado estamos es fundamental. Sabemos que hay diferencias entre nosotras, entre nosotros, pero que esas diferencias no nos invaliden, no nos mantengan en grupos cerrados, pequeños grupos donde nos quedamos con el que piensa lo mismo y no podemos acceder al que piensa diferente, pero que también defiende la educación pública. Eso también es un desafío que tenemos”, recalcó.
Hay que fundar una nueva universidad
El espíritu de época es distópico y ante este complejo escenario, “hay que fundar una nueva universidad, no refundar la que existe, sino que hay que fundar una nueva y ojalá la nueva universidad lleve el nombre de una mujer. Nosotros y nosotras ya podemos ver que pasaron más de cien años de la Reforma Universitaria de 1918 (a la que adherimos y defendemos) pero las realidades actuales son muy diferentes y las subjetividades también. Entonces hoy aparecen nuevas contradicciones que nos exigen un discurso y un pensamiento nuevo frente a todo lo que está aconteciendo, por lo que tenemos el desafío de un ejercicio ciudadano, político, en las universidades, que no esté atado a los concursos”, aseguró la Doctora en Ciencias Sociales.
La democracia “la pensamos como un concepto global, pero también tenemos que pensarla al interior de las instituciones”, destacó, apuntando que: “La pregunta es si estamos transitando y haciendo instituciones democráticas. Yo creo que no, lo digo desde hace tiempo, resulta antipático, pero es así. Cuando ganó (Raúl) Alfonsín había un fuerte debate en las instituciones escolares (desde la primaria hasta la universidad), sobre democratizar las instituciones porque veníamos de la dictadura. Después ese ejercicio se disipó. Hoy hay que volver a pensarlo y a practicarlo. Es decir, ¿cómo podemos democratizar nuestras universidades? Que realmente exista el co-gobierno, que exista la participación, que los docentes se sientan ciudadanos universitarios”.
En ese sentido, explicó que “tendríamos que pensar los concursos en términos de evaluación de saberes, estrategias, contenidos, objetivos, metodologías; pero tenemos que ir por una ciudadanía ampliada, si solamente los docentes que aprobaron un concurso ordinario van a poder formar parte del co-gobierno de la universidad nos limita mucho, eso ya lo sabemos, Pierre Bourdieu lo investigó muy bien, diciendo que el campo disciplinar que se da en las universidades tiene reglas de juego y es un campo de disputa de poder en la universidad. No es algo ingenuo, ni es algo que se da de manera espontánea, sino que ahí hay una lucha de poder simbólico, de un capital simbólico y cultural, donde entran en juego un montón de intereses también. No es que todos los intereses tienen que ver con lo económico, sino que también hay intereses que tienen que ver con lo simbólico”.
Publicado en: Revista Barriletes, octubre de 2023. Por: Renzo Righelato.