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Política
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La rebelión de las putas en la obra de Osvaldo Bayer

Peones y obreros frente a la “Sociedad Obrera” de Río Gallegos. La foto corresponde al final de la primera huelga.
Peones y obreros frente a la “Sociedad Obrera” de Río Gallegos. La foto corresponde al final de la primera huelga.

En vísperas de navidad, el 24 de diciembre de 2018, murió el historiador, escritor y periodista anarquista Osvaldo Bayer. A los 91. Activista por los Derechos Humanos, defensor de todas las minorías y de los rebeldes. En este breve artículo queremos asomarnos a su obra, su ética y su legado, resaltaremos un fragmento de “La patagonia rebelde” conocido como la rebelión de las putas, hecho que tuvo lugar el 17 de febrero de 1922 cuando las trabajadoras sexuales de la casa de tolerancia “La Catalana” del Puerto de San Julián se negaron a prestar sus servicios a los militares que reprimieron y asesinaron a peones rurales durante las huelgas en Santa Cruz. Por Valentín Ibarra, para AIM.

 

Cronología de los hechos

“En Santa Cruz, entre el mar y los montes yo he visto el pequeño cementerio de los huelguistas fusilados. Unos, mal enterrados en la fosa abierta por ellos asoma la punta del zapato con tierra y lagartijas.”


“El cementerio patagónico”, de Raúl González Tuñón.


 

En noviembre de 1920, los peones rurales de la Patagonia, agrupados en la Sociedad Obrera de Río Gallegos (Santa Cruz), declararon una huelga en reclamo de una jornada de descanso a la semana, acceder a un lugar limpio donde dormir y un paquete de velas. Semejante desafío durante la época de esquila resultó algo inadmisible para los hacendados mayormente británicos, aunque también había criollos. Ofendidos por la actitud de los peones recurrieron al gobierno nacional que inmediatamente envió al regimiento del coronel Héctor Benigno Varela para restablecer el orden.

El coronel, negoció con ambas partes y obtuvo un principio de acuerdo regresando. No está claro el motivo pero los hacendados no cumplieron con lo acordado y una parte de los peones resolvió volver a la huelga. Un año después, Varela regresó a la patagonia al frente del Regimiento 10 de Caballería pero ya sin ánimo de negociación. Apenas llegó a la provincia de Santa Cruz, el 10 de noviembre de 1921, impuso la pena de fusilamiento para todo huelguista o sospechoso de colaborar con ellos. Fue así que los peones pasaron a ser “extranjeros”, “anarquistas”, “insurrectos”, “bandoleros” y “forajidos”. Los pelotones recorrieron la región deteniendo y fusilando en el lugar a la mayoría de los detenidos. La cacería de huelguistas habría durado alrededor de dos meses, estimándose que habrían fusilado aproximadamente a 1500 personas aunque sobre el número de fusilados todas las versiones son distintas. No hubo súplicas ni perdones. Fue una cosa entre hombres. Los pocos sobrevivientes de aquella masacre huyeron a Chile o se escondieron en lugares inaccesibles de la solitaria y fría región.

Cumplida la masacre, eufemísticamente llamada pacificación, el coronel Varela decidió premiar a sus soldados con una visita a los prostíbulos de la zona. Envió un aviso a las casas de tolerancia anunciando que prepararan a las pupilas (trabajadoras sexuales) para recibir a los soldados que serían enviados por tandas. Paulina Rovira, encargada de la “La Catalana” en San Julián, también recibió el aviso. La primera tanda de soldados llegó y comenzó a hacer una ordenada fila frente a la casa. Sin embargo, pasaba el tiempo y la puerta no se abría. La demora en recibir su premio comenzó a impacientar a la tropa. Reclamaron a viva voz hasta que la puerta se abrió y salió la dueña del prostíbulo quien dirigiéndose al suboficial a cargo anunció que las mujeres se negaban a atender a los soldados.

 

Con asesinos no nos acostamos

Después que se acabó todo, Varela había tenido gestos verdaderamente paternales con sus soldados. Por ejemplo, al llegar a los puertos, les permitía ir a los prostíbulos para que se sacaran el gusto y lo acumulado entre tanto macho. Paro cuando la primera tanda de soldados se acercó al prostíbulo, doña Paulina Rovira salió a la calle y conversó con el suboficial.

Algo insólito sucedió allí, las cinco putas del quilombo se niegan, informó el uniformado a sus subalternos. El suboficial y los conscriptos lo tomaron como un insulto, una traición para con la patria. Conversan entre ellos y se animan. Todos, en patota, tratan de meterse en el lupanar. Pero de ahí salen las cinco pupilas con escobas y palos y los enfrentan al grito de “¡asesinos! ¡porquerías!”, “¡con asesinos no nos acostamos!”. La palabra asesinos dejó helados a los soldados que retrocedieron ante la decisión del mujerío que repartió palos e insultos. El alboroto fue grande. Los soldados perdieron la batalla y se quedaron en la vereda de enfrente. Las pupilas desde la puerta de entrada no les mezquinaron insultos, además de asesinos y porquerías les escupían cabrones malparidos y —según el informe policial— también otros “insultos obscenos propios de mujerzuelas”. La cosa no dio para más, la picazón en las ingles se ha convertido en un amargo sabor en la boca. Ya no tienen ganas de nada sino de emborracharse, de pura rabia. Intervino el comisario de San Julián y arrearon a las desorejadas hasta la comisaría según nos cuenta la historia. Las cinco mujeres fueron llevadas por dos agentes, entre las sonrisas burlonas de los hombres y el desprecio de las mujeres “de buen vivir”. También se llevaron a los músicos del prostíbulo: Hipólito Arregui, Leopoldo Napolitano y Juan Acatto, quienes fueron dejados de inmediato en libertad al llegar a la comisaría porque declararon solícitos y reprocharon la actitud de las pupilas que fueron puestas en un calabozo.

“… se ha insultado al uniforme de la patria y se ha tomado partido por los huelguistas”. Por eso se resuelve ir a pedir consejo al teniente David S. Aguirre, a cargo de la guarnición militar que no quiere que la cosa pase a mayores. Una paciente investigación nos llevó a conocer el nombre de estas mujeres. Los únicos seres valientes que fueron capaces de calificar de asesinos a los autores de la matanza de obreros más sangrienta de nuestra historia. Los diremos con la filiación policial tal cual aparecieron en los amarillos papeles del archivo: Consuelo García, 29 años, argentina, soltera, profesión: pupila del prostíbulo “La Catalana”; Angela Fortunato, 31 años, argentina, casada, modista, pupila del prostíbulo; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera, pupila del prostíbulo; María Juliache, española, 28 años, soltera, siete años de residencia en el país, pupila del prostíbulo, y Maud Foster, inglesa, 31 años, soltera, con diez años de residencia en el pata, de buena familia, pupila del prostíbulo.

“Jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados; sólo piedra, mata negra y el eterno viento patagónico. Están tapados por el silencio de todos por el miedo de todos. Sólo encontramos esta flor, esta reacción de las pupilas del prostíbulo La Catalana, el 17 de febrero de 1922.”

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