Para amar no hay que renunciar a lo que somos. Un amor maduro integra el amor por el otro con el amor propio, sin ningún tipo de conflicto de intereses. Hay que aprender a amar sin renunciar a lo que somos.
En los amores que se rigen por la dependencia y la entrega total sin miramientos, se acaba convirtiendo el desinterés por uno mismo en imperativo, desapareciendo por completo en el ser amado, siendo una pura absorción. Y una vez pasado el límite, haciendo de la abnegación nuestra forma de vida, volver no resulta tan sencillo, porque nos encontramos atrapados en la tela de araña de los sentimientos y pensamientos que hemos ido creando junto a los deberes asumidos.
Y es cierto que en una relación de pareja se requiere de aceptación y de la renuncia a ciertas cosas, es obvio, ya que para estar en pareja hay una convivencia afectiva y se necesitan negociar muchas cosas. Pero el problema surge cuando esa respuesta de negociación va mucho más allá y excede los límites de lo “razonable”, afectando de manera directa a la valía personal de uno de sus miembros o se fomenta su destrucción. No llegando a negociar sino estableciendo relaciones de poder. Por lo tanto, ¿Hasta dónde debemos a amar?
Como afirma Walter Riso en uno de sus libros, el límite se encuentra en nuestra dignidad, nuestra integridad y nuestra felicidad. Es decir, cuando el ser para el otro nos impide el ser para nosotros. Ahí es donde comienza el lado oscuro del amor, que no implica que nuestro afecto tenga que disminuir, sino que a partir de ese punto el amor no es suficiente para justificar el vínculo afectivo debido a los costes morales, físicos, psicológicos y sociales. Y aunque a veces no podamos desenamorarnos a voluntad, sí podemos dejar de mantener una relación destructiva. Pero claro muchas veces en el ojo del huracán la tormenta no se percibe, pareciendo el clima calmado y tranquilo.
Nuestra cultura tiene gran influencia sobre nosotros en estos aspectos, transmitiendo en muchas ocasiones clichés sobre el amor y las relaciones de parejas irracionales. Ideas erróneas basadas en categorías absolutas e ideas de sufrimiento como condicionantes de un gran amor, tales como que si alguien no sufre por nosotros no nos ama o que el amor se consigue a base de sacrificios constantes. Quizá, el amor que se nos ha planteado y se nos plantea es dogmático con gran cantidad de imperativos y reglas, perdiendo a su vez la capacidad de reinventarse así mismo, fomentando la dependencia.
Así, si cruzamos al lado oscuro del amor, cada nuevo día podemos sentirlo como un bajón o un sinsabor permanente, insensibilizándonos en muchas casos ante el dolor y el sufrimiento, sirviéndonos del autoengaño; el cual tiene sus argumentos.
Por lo tanto, hay que crear una relación de ida y vuelta, un amor de ida y vuelta, a través de un yo digno que nos permita equilibrar el intercambio afectivo. No se trata de arroparnos bajo un individualismo egocéntrico o exaltar una autonomía rígida y tajante sino incluirnos en la relación salvando nuestro amor propio. Importa tu pareja e importas tú, balanceándose el péndulo de un lado para otro, incluyéndoos en ese vaivén a ambos. Congeniando lo tuyo con lo suyo, haciendo compatibles las diferencias.
El amor a uno mismo, abre más espacio al amor, haciéndolo más maduro y más respetuoso.
Así, algunas de las ventajas de ejercer un individualismo responsable en una relación de pareja son: el desarrollo del potencial humano por parte de ambos miembros, la estimulación de la reciprocidad y búsqueda de consenso, no obviar las emociones del otro, la preocupación sana por el otro miembro de la pareja, el ejercicio de una buena comunicación y el respeto; contando con el debido soporte sentimental.
El amor es de doble vía. Cuando damos amor, esperamos amor. Las relaciones de pareja se alimentan del intercambio y del equilibrio.
La mente es maravillosa.-