El gobierno nacional actual olvida la razón de su existencia, y erra en sus políticas económico-sociales. Por Julio Majul (*). Especial para AIM.
Hace mucho tiempo que en la Argentina nadie lo piensa; pero es bueno reflexionar sobre qué sentido tiene la existencia de los gobiernos, más en los países de la periferia del mundo, como el nuestro.
En una primera aproximación, desde los años ´30 hasta los ´60, se estimaba que los gobiernos existían en la Argentina para lograr la grandeza nacional y la felicidad del pueblo.
El último medio siglo no se sabe para que existen, y de ese desdén usufructúan ahora los gobernantes macristas.
El camino del macrismo
El camino que ha elegido el gobierno actual, en el sentido económico-social, es abrir el juego a la competencia, olvidarse de regular nada que afecte a las grandes empresas, sobre todo a las multinacionales financieras, y disparar sobre la clase media en todas sus variantes (media alta, media media, media baja).
Entonces, asoman decisiones como la de poner un tope del 15 por ciento a las negociaciones paritarias, junto con la de emitir un bono en pesos, que sólo pueden aprovechar los financieramente grandes, que asegura en cuatro por ciento de interés anual por sobre la inflación, a sus suscriptores.
Esto se debe interpretar así: si en 2018 la inflación es de aproximadamente el 20 por ciento, como todo parece indicar, los millonarios suscriptores del millonario bono estatal percibirán un interés del 24 por ciento anual; en tanto, la mayoría abrumadora de los asalariados verán aumentados sus ingresos en el 15 por ciento, o lo que puedan lograr dirigencias sindicales desprestigiadas. Desprestigiadísimas, mejor dicho: parte por la machacona insistencia de muchos medios de comunicación, pero mucho más por la corrupción que rodea a la mayoría.
Entonces, los millonarios serán el cuatro por ciento más millonarios, y los asalariados seremos el cinco por ciento más pobres.
Este es un panorama realista, y para nada lo dramático que debiera ser. Porque esto ocurrirá este año, pero desde la asunción del macrismo la constante ha sido la pérdida de poder adquisitivo de los sueldos.
Los trabajadores aceiteros han sido los únicos (sí, leyó bien, los únicos) que en los últimos dos años han tenido mejora de su salario real: entre 2016 y 2017 su sueldo aumentó, por encima de la inflación, un 3,2 por ciento. O sea que si en 2015 con su sueldo compraba 100 cosas, ahora compra 103. El sector empresario aceitero es uno de los pocos en el país que ha aumentado sus ingresos, hay que decirlo.
Para los albañiles, los dos últimos años han significado una pérdida del 1,4 por ciento de su sueldo real; los bancarios, con empresas que ganan tanto que no se puede saber exactamente cuánto, perdieron el 4,3 por ciento de su salario real; en fin: los empleados de comercio han perdido el 4,9 por ciento del sueldo real, los gastronómicos el 9,1 por ciento, los empleados rurales han perdido el 6,4 por ciento de su sueldo real. El único sector de asalariados que no perdió con el macrismo fue, como ya vimos, el aceitero.
Es muy difícil creer que la felicidad del pueblo argentino sea realmente una meta del gobierno, a la luz de estas cifras concretas.
¿Y la grandeza de la nación?
Un latiguillo siempre repetido por los gobernantes es que estos sacrificios son necesarios, pero “estamos en el buen camino”. La realidad se obstina en desmentirlo.
La industria argentina, el sector dinámico y creador de trabajo, perdió en estos años el tres por ciento de su producción; la capacidad ociosa del aparato industrial nacional asusta: se estima en no menos del 40 por ciento del total. O sea: según estiman los propios economistas cercanos al establishment, la industria nacional está produciendo al 60 por ciento de su potencialidad. Y esto tiene relación directa con lo que antes vimos: el mercado interno es el mayor motor de la industria nacional, y en especial de la pequeña y mediana empresa, todas argentinas. Cuando se relaciona la caída del ingreso de la gente con la caída de la producción industrial nacional, no se puede evitar pensar que una (la industria) es consecuencia de la otra (los sueldos).
Y esto es sólo una parte de lo que surge al analizar la realidad de nuestra Patria. Debiéramos revisar la deuda externa, la fuga de capitales al extranjero, la interminable declinación de la balanza comercial; todo, para concluir que esta política económica no podrá nunca lograr la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo.
Claro que nunca el macrismo prometió semejante cosa. Menos mal.
(*) El autor es abogado, periodista. Ex senador provincial por el departamento Gualeguaychú.