Clarisa Sobko, una de las fundadoras de Hijos Regional Paraná, compartió con AIM reflexiones sobre el simbolismo del avión de “los 12 de la Santa Cruz”, recuperado por familiares de víctimas de la última dictadura y el gobierno argentino; y cómo la inclaudicable lucha por la Memoria se hizo carne nuevamente en la represión de la semana pasada en Jujuy.
El avión de “los 12 de la Santa Cruz” (Skyvan PA-51), recuperado por familiares de víctimas de la última dictadura y el gobierno argentino, no sólo nos devuelve la historia de ese vuelo de la muerte en el que mataron, entre otros, a tres Madres de Plaza de Mayo, sino que desde ayer, al quedar instalado en la ex Escuela Superior de Mecánica de la Armada (Esma), es un faro, un mojón, en la inclaudicable lucha por Memoria, Verdad y Justicia.
En diálogo con AIM, Clarisa Sobko, una de las fundadoras de la Agrupación Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (Hijos), Regional Paraná, expresó la importancia que tiene como símbolo de la Memoria el arribo al país del Skyvan PA-51 y su emplazamiento: “Tener en Argentina el avión que fuera utilizado en los vuelos de la muerte para que al menos 12 personas de la Iglesia Santa Cruz fueran arrojadas al mar, y tener a dos familiares de estas personas, que fueron las que tramitaron la búsqueda del mismo, y que su destino final sea en la ex Esma, que lo pudiéramos visualizar, para nosotros tiene un valor con respecto a la memoria y al poder trabajar la memoria de los argentinos y argentinas”.
El Skyvan PA-51 había despegado de Aeroparque a las 21:30 del 14 de diciembre de 1977 y regresado a las 0:40. Desde el aire, arrojaron a las 12 personas que se juntaban en la parroquia Santa Cruz. El mar devolvió cinco de los cuerpos que, recién en 2005, pudieron ser identificados.
Ubicada en el barrio porteño de San Cristóbal, la iglesia de la Santa Cruz tiene el altar en el centro del templo y sus bancos en un radio curvo para recrear una comunidad de participación circular. Allí, en la casa de Nazaret, dos murales, un solar de la memoria, y un jardín con 12 lápidas clavadas en radio orbicular recuerdan a “los 12 de la Santa Cruz”.
Esa iglesia era el sitio de encuentro secreto de un grupo de personas que acudían a un refugio de compañía, de respaldo, donde además de sostenerse emocionalmente compartían información y coordinaban acciones. Buscaban a sus hijos y datos que los devolvieran al abrazo con ellos. Era 1977 y la maquinaria de la última dictadura cívico-militar argentina era cada vez más virulenta. Los grupos de tareas desarticulaban la militancia; patotas secuestraban personas de madrugada y las hacían desaparecer.
El 30 de abril, mujeres con un pañal de tela blanca en la cabeza circulaban por la Pirámide de la Plaza de Mayo en modo de protesta, exigiendo la reaparición de jóvenes, de sus hijos. Les decían “las locas de la plaza” y se transformaron en las Madres de la Plaza de Mayo.
Algunas de esas mujeres se congregaban en la Iglesia de la Santa Cruz. A Azucena Villaflor le habían arrebatado a su hijo Néstor, a María Ponce de Bianco le habían sustraído a su hija Alicia, y a Esther Ballestrino de Careaga le habían quitado a su hija Ana María.
Azucena, María y Esther, son las tres Madres que, aunque nunca se fueron, retornaron en el avión para darle más fortaleza a la lucha por la Memoria. Clarisa resalta nuevamente el valor simbólico: “Que esté ubicado en la ex Esma también tiene ese valor, porque este sitio hoy es de la Memoria, cuando antes fue un sitio del horror. Al igual que el avión fue un lugar de la muerte, hoy tenerlo sirve para poder seguir trabajando lo que nos pasó como argentinos y argentinas, cuáles fueron las metodologías del último terrorismo de Estado, hablar de una de las formas de desaparición de las personas que fue tirarlas desde el cielo y que caigan al mar, que muy pocos fueran devueltos de las aguas a tierra firme”.
En la lucha de los organismos de Derechos Humanos, Clarisa señala que el “trabajar la memoria nos parece esencial y fundamental para que no nos vuelva a pasar Nunca Más y para saber, justamente, cuáles fueron las metodologías, las formas que utilizó la última dictadura cívico militar para desarticular al pueblo organizado e implementar un proyecto de país colonial, un país dependiente, un país sumiso”.
No eran las únicas, se había conformado un grupo con los mismos intereses. La noche del 8 de diciembre de 1977, mientras se celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, el grupo se encontró en un salón de la iglesia para organizar la colecta de dinero con la que costearían una solicitada en el diario La Nación. La publicación se emitió dos días después bajo el título “Por una Navidad en paz, solo pedimos la verdad”: aparecían los nombres de los desaparecidos y las firmas de quienes lo solicitaban. Eran 800 personas quienes respaldaron, al pie de página, la demanda en la que pedían conocer el paradero de los desaparecidos. Las madres firmaban con el apellido de casadas para facilitar la búsqueda.
Ese jueves fue el último encuentro del grupo de la Santa Cruz. La Junta Militar había decidido suprimirlo. Ulises Gorini, escritor y periodista, autor de La Rebelión de las Madres y La Otra Lucha, reflexionó sobre móviles de esta resolución: “La dictadura pretendía descabezar a las Madres de Plaza de Mayo secuestrando a quienes por entonces eran sus referentes más importantes. Era una forma de infundir terror para desmovilizarlas, neutralizarlas para que dejaran de reclamar por los desaparecidos”.
Gustavo Niño, no tenía un hermano secuestrado, era Alfredo Astiz, oficial naval, quien se había infiltrado en el grupo de la Santa Cruz, fue quien proporcionó los datos para que el grupo de tareas 3.2.2 de la Esma los sorprendiera al salir de ella.
La monja francesa Alice Domon, y los familiares y militantes Ángela Auad, Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo, junto a las Madres María y Esther fueron ´levantados´ allí. Remo Berardo estaba en su atelier del barrio de La Boca. Horacio Elbert y Julio Fondevila se encontraban en el bar Comet; los tres también fueron raptados.
La razia se completó dos días después, igual que la publicación de la solicitada. Capturaron a la Madre Azucena mientras llegaba a un kiosco de diarios para adquirir un ejemplar de La Nación, y a la monja francesa, Léonie Duquet, vestida de hábito.
Del grupo de los 12 de la Santa Cruz no hay sobrevivientes. Las víctimas fueron arrojadas desde el aire con vida. El mar devolvió los cuerpos a tierra. Cinco cadáveres aparecieron flotando en las costas de Santa Teresita y Mar de Ajó. Tenían que hacerlos desaparecer de nuevo y los arrojaron a una fosa común en el Cementerio de General Lavalle. En 2005, un trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense permitió identificarlos: Ángela Auad, Leonie Duquet y las tres Madres Esther, María y Azucena.
El avión de los 12 de la Santa Cruz está de nuevo en el país, emplazado ahora en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos. “Nos trae mucho recuerdo que se te hace carne, mucho dolor y mucha posibilidad para trabajar y para decir esto es lo que nosotros siempre señalamos de qué es lo que estaba aconteciendo en la Argentina y que nunca más lo queremos y nunca más tiene que pasar en ningún país de Latinoamérica ni en el mundo”, señala a esta agencia Clarisa Sobko. Ese avión nos muestra “hasta dónde llega el horror” y nos permite “trabajar desde lo material -un avión-, lo simbólico: una materialidad del terror que sirva para trabajar con las generaciones de hoy y las del mañana qué es lo que aconteció en la Argentina y para qué”.
En el acto realizado ayer en la ex Esma “había dos mujeres que son familiares de estas personas de la Iglesia Santa Cruz que fueron tiradas al mar. Ellas señalaban, como nosotros, que el futuro gobierno que exista del 10 de diciembre en adelante debe tener como trabajo y prioridad la Memoria, Verdad y Justicia”.
“A esto ya le dijimos Nunca Más”
“Esta última semana ha sido para las organizaciones de derechos humanos y para la sociedad entera un momento crucial, muy fuerte, porque la represión que ha habido en Jujuy nos remite, con un hilo conductor, a la última dictadura”, señala Clarisa y nos llama a la reflexión, a tener memoria.
“Cuál es el tratamiento sobre nuestros recursos naturales, para quiénes van a ser y quiénes se van a llevar esas ganancias, quiénes son las empresas que están detrás, no solamente qué gobierno”, interpela Clarisa Sobko. “Para nosotros fue muy fuerte eso, porque hay que seguir trabajándolo, porque hay que torcer el brazo de esa in-constitución que lograron sacar y torcer el brazo de esos sueldos paupérrimos de los docentes”.
Eva Arroyo, Ana Uro, Carolina Luna y Néstor Mendoza fueron detenidos por la mañana en la represión por parte de las fuerzas policiales jujeñas. Recién por la noche dos de las mujeres fueron liberadas por su condición de testigos de causas de Lesa Humanidad. Mientras muchos eran ´llevados´, ´levantados´, gritaban sus nombres ante cámaras y micrófonos de algunos medios de comunicación y erizaba la piel ese pasado hecho presente.
La red nacional de la agrupación Hijos denunció que estas detenciones se produjeron en el marco de la participación de la agrupación de Derechos Humanos en las manifestaciones que organizaciones sociales, gremiales y originarias desarrollaron durante la mañana en los alrededores de la Legislatura provincial para repudiar la aprobación y jura de la reforma constitucional que no contó con espacios de consenso ni debate.
“En esa jornada de represión en Jujuy nosotros vimos automóviles de las empresas que trabajan con el gobierno de Jujuy, el gobierno de Morales, vimos filmaciones de cómo grupos de tareas entraban a los domicilios de jujeños y se los llevaban; vimos cómo estaban de civil las fuerzas de seguridad y vimos cómo a unos compañeros y compañeras de Hijos Jujuy al decir que eran militantes de derechos humanos, ordenaron `son de Hijos, son de Derechos Humanos, hay que levantarlos`, esas son las situaciones que nosotros creíamos que Nunca Más las íbamos a ver”, las palabras de Clarisa hacen inevitable el cruce entre pasado y presente, ese grito de Nunca Más resuena con fuerza.
Lo simbólico de ese grito, de ese pedido de Nunca Más, deja de estar fijo en la memoria y se nos vuelve a hacer carne. “Fíjense cuál es la actualidad y qué es lo que hay que seguir recordando, poniendo en el tapete, nombrándolo y seguir diciendo a esto ya le dijimos Nunca Más. Fíjense lo que es laburar con lo simbólico y con la historia porque esto no puede volver a suceder”.