A ochenta años de su inicio, el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial sigue más vigente que nunca. A la luz de un siglo XX plagado de matanzas, genocidios, conflictos armados y grandes estallidos de violencia, esta tendencia que parece continuar en nuestro tiempo.
Los orígenes de la Segunda Guerra Mundial se remontan a la situación creada desde la finalización de la Gran Guerra en 1918. A lo largo de esos años y hasta 1939 se profundizaron varios puntos de tensión como resultado de la llegada de Adolf Hitler al poder en Alemania en enero de 1933. A partir de ese momento, el país se remilitarizó y volcó su industria a la producción de armamentos, violando las prohibiciones establecidas por Estados Unidos, Francia e Inglaterra, las potencias vencedoras. Esto fue acompañado por una gran difusión de ideas militaristas, la proclamación de un nacionalismo extremo y la necesidad de que Alemania ocupara un lugar central en el panorama internacional.
Al mismo tiempo, la búsqueda de materias primas para abastecer su economía y la demanda de los grandes empresarios industriales para acceder al mercado mundial aumentaron la rivalidad con Inglaterra y Francia. Esto se agregaba al reclamo alemán para recuperar las provincias de Alsacia y Lorena, las cuales habían pasado a manos de Francia luego de 1918. Otra serie de motivos que impulsaron a Alemania a iniciar la guerra se relacionaba con la Unión Soviética.
Históricamente, Alemania consideraba que su dominio territorial debería extenderse hacia las tierras de Europa del Este: Hitler pensaba que la Unión Soviética representaba una amenaza permanente para la existencia de Alemania, haciendo inevitable un conflicto armado que tendría características brutales. Además, el triunfo de la revolución en Rusia y el establecimiento de un gobierno comunista hicieron que se la considerara el principal enemigo. Una vez que Alemania sintió que estaba lista para iniciar la guerra invadió y conquistó Polonia en septiembre de 1939, luego de pactar con los soviéticos el reparto de aquel país a cambio de no agredirse entre sí.
Mediante ese acuerdo Alemania obtenía tiempo para lanzarse al combate contra Francia e Inglaterra y la Unión Soviética para organizar sus gigantescas fuerzas armadas y aumentar la producción de armamentos. Por su lado, Francia e Inglaterra como aliadas de Polonia le declararon la guerra a Alemania. Sin embargo, en junio de 1940 Alemania derrotó a Francia después de un mes de combate. Entre julio y octubre de ese mismo año Alemania atacó por aire a Inglaterra y gran parte de su fuerza aérea fue destruida, salvándose los ingleses de caer bajo el dominio alemán y obteniendo así una victoria decisiva para frenar a Hitler y conservar un territorio europeo libre.
En este frente de combate el conflicto bélico se caracterizó por el respeto mutuo que ambos bandos mantuvieron de las leyes de la guerra, es decir una serie de principios que regulaban las acciones de los ejércitos para evitar muertes y acciones de violencia innecesarias, tanto entre los civiles como respecto de los militares. En este sentido, el ejército alemán consideraba a los ingleses y a los franceses, al igual que a los estadounidenses como pueblos “racialmente puros” que debían ser enfrentados con respecto, más allá de que fueran enemigos en el campo de batalla.
El resultado de esta concepción del enemigo en el frente occidental fue que la mayoría de las muertes allí se produjeron durante las batallas y, exceptuando a la población judía, los civiles no sufrieron un ensañamiento particular sobre ellos, más allá de algunas situaciones puntuales. En el verano de junio de 1941 se inició la “Operación Barbarroja”, la campaña alemana orientada a lograr el máximo objetivo de toda su historia militar: la conquista de la Unión Soviética. En este frente de combate la guerra asumió características de extrema violencia y brutalidad. No caben dudas: este fue el frente de batalla más importante de la guerra; aquí se definió la victoria o la derrota. Allí fue donde los alemanes volcaron dos tercios de sus recursos militares tanto de armamentos como de hombres.
Por consiguiente, allí fue donde los ejércitos de Hitler sufrieron las mayores derrotas y las mayores cantidades de muertos y heridos. Los alemanes asimilaron la invasión a una guerra de exterminio. Los soldados alemanes concebían a la población eslava de Europa del Este como “subhumana”, una versión degenerada de la “raza europea”. A esto, se agregaba que los soldados soviéticos luchaban para defender un Estado comunista, asunto que sumaba más odio hacia el enemigo y que allí vivía la mayor parte de los judíos europeos. Desde el punto de vista de la ideología nazi, el habitante promedio de estas tierras era considerado la mayor perversión de la humanidad: era judío en muchísimos casos, comunista y perteneciente a la “raza inferior” de los eslavos. Si bien, los ejércitos alemanes comenzaron la ofensiva de manera aplastante, no pudieron lograr la victoria antes de que las condiciones climáticas empeoraran.
En diciembre de 1941 y con la llegada del invierno la situación se modificó de manera dramática. Sumado al clima, otros factores que contribuyeron al fracaso de los ejércitos de Hitler en el Este fueron las enormes dificultades logísticas para sostener una guerra en un territorio tan extenso y las dificultades para reponer las bajas que sufría el ejército, tanto en hombres como en materiales. El punto de inflexión fue la batalla de Stalingrado, la gran derrota del ejército alemán en la guerra ocurrida en febrero de 1943. A partir de ahí el retroceso de las fuerzas alemanas arrastradas por el avance de los soldados soviéticos se agudizó cada vez más.
A su vez, entre julio y agosto de ese mismo año se desarrolló la batalla de Kursk, la mayor batalla de tanques de guerra de la historia, en la que los alemanes fueron derrotados y perdieron la mayoría de sus carros de combate. Luego de Kursk, la derrota de Alemania era cuestión de tiempo. Los combates en el frente oriental se extendieron durante todo 1944 y para comienzos de 1945, los ejércitos soviéticos ya se encontraban peleando dentro del territorio alemán. Su objetivo era llegar a su capital Berlín, derrotar a Alemania y capturar a Hitler. Mientras tanto, ¿qué estaba ocurriendo en el frente occidental? Para fines de 1940 la situación allí se mostraba una Francia derrotada y una Inglaterra resistiendo como único territorio beligerante que no estaba bajo control alemán. Sin embargo, el ingreso de Estados Unidos en la guerra desde fines de 1941 reactivó el conflicto en el oeste. La invasión de Italia iniciada en septiembre de 1943 por estadounidenses e ingleses se encontró con una dura resistencia del ejército alemán que se encontraba allí defendiendo la península. Tanto los ingleses como los estadounidenses estaban desesperados por avanzar hacia Berlín.
Necesitaban llegar junto con los soviéticos para evitar que la Unión Soviética quedara como la principal fuerza victoriosa y, más aún, para frenar una posible expansión del comunismo en el resto del continente. Por estos motivos, en junio de 1944 tuvo lugar el desembarco de Normandía, ocurrido en el norte de Francia. A través de esta operación militar y gracias al éxito que tuvieron los aliados una fuerza conjunta integrada por soldados principalmente por ingleses y estadounidenses logró abrirse paso hacia Alemania. Volviendo al Este, los soviéticos se encontraban combatiendo dentro de Alemania desde enero de 1945.
Durante los días finales de abril tuvo lugar la batalla de Berlín, el último bastión. En medio de una ciudad reducida a escombros Hitler se suicidó a fines de abril y a comienzos de mayo Alemania se rindió ante los soviéticos. Pocos días después las tropas aliadas comandadas por los estadounidenses y los ingleses llegaban a Berlín. De esta manera concluía la guerra en Europa. Se iniciaría a partir de ese momento un largo proceso de reflexión sobre los horrores del conflicto armado más sangriento de la historia.
Por Esteban Pontoriero, doctor en Historia (Idaes/Unsam/Conicet).