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Provinciales
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El reino de la cantidad

Excelencia, perfección, ¿para qué? Se ha dicho que hay dos razones para la creación artística: una es aliviar el peso que grava en el alma del artista y otra es expresar lo que tiene en ella y pugna por salir.

Bach, un creador ejemplar, hombre de gran equilibrio psíquico y pocas necesidades mundanas.
Bach, un creador ejemplar, hombre de gran equilibrio psíquico y pocas necesidades mundanas.

Bach, un creador ejemplar, hombre de gran equilibrio psíquico y pocas necesidades mundanas, puede ser ejemplo de la segunda alternativa.

Tenía que presentar una obra completa cada fin de semana para el coro de la iglesia.

La obra surgía por partes, de manera metódica, con algunos detalles dejados a sus ayudantes. Pero al final era un producto de una sola pieza, demasiado cercano a la perfección si consideramos que los ejecutantes eran solo mediocres conocedores del arte y no tenían muchas posibilidades de valorar lo que cantaban.

Después de que el joven Bach volvió de escuchar  al gran organista danés Dietrich Buxtehude en Lübeck, los fieles se quejaron a las autoridades de la iglesia porque el maestro había enriquecido su estilo de manera que se alejaba de la sencillez a que estaban acostumbrados.

Pero Bach no escribía para ellos sus cantatas, sino para dios. Ahora bien, si la obra debía agradar a dios,¿cuál era su medida? Admitamos al menos como hipótesis  lo que significa dios para un creyente. Nada debe interponerse entre la obra  y la perfección, si recordamos que debemos ser perfectos "como vuestro padre que está en los cielos es perfecto", según la desconcertante obligación que impone el evangelio.

Según el destinatario, la obra.  Un obrero moderno ni siquiera sabe qué está fabricando, participa a lo sumo en una mínima parte del proceso total y de manera reiterativa  y mecánica, sin poner de él otra cosa que un esfuerzo movido apenas  por la intención de ganarse la vida y mantener el empleo.

Otra es la situación para un artesano, sobre todo si no está inficionado por necesidades comerciales. El es todavía capaz de poner su ser íntegro en su obra, tiene la satisfacción y el orgullo de un trabajo bien hecho, que lleve su marca, que sea una extensión de sí mismo, en que él como sujeto haya transferido su contenido al objeto.

Cuando los occidentales repararon en el cuidado que ponían algunos indígenas americanos en la elaboración de las flechas, se sorprendieron porque ya los modos utilitarios, el fin de lucro, les parecía natural.  La cuerda tensa de arco impulsaría la flecha, que se  perdería posiblemente para siempre. ¿A qué esmerarse tanto entonces? Eso no significaba nada: la flecha  debía ser una obra perfecta  porque era una continuación del que la había hecho.

De visita en la China, el poeta entrerriano  Juan Laurentino Ortiz le preguntó a un anciano que estaba en un asilo por carecer de recursos y de familia, qué era la talla en que estaba ocupado. Una lámpara, le explicó. Y le confió  que esperaba que ella fuera luz, que irradiara no al modo de un foco sino con una luz interna, la luz que él pudiera insuflarle: su persona hecha lámpara.

En resumen: el genio de Bach hecho melodías, o la  habilidad del artesano convertida en un  objeto precioso, o la flecha que por algunos segundos lleva por el aire el mensaje sin precio de su tallador. Nada de esto tiene medida, porque solo las cantidades se miden y el artista, incluyendo al artesano y a todo hombre consciente de su ser y su valer, atiende exclusivamente a la calidad, que los modernos han sacrificado a la cantidad al punto de perderla de vista.

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