El 12 de febrero de 1984 murió en París, Francia, el escritor argentino Julio Cortázar. El mismo hizo notar que por la fecha era del signo astrológico de Virgo y dijo que su nacimiento fue producto del turismo y la diplomacia, por las actividades de su padre. Cuando volvió a la Argentina a los cuatro años hablaba francés y si bien luego fue un maestro de la prosa castellana y renovador de la novela, del francés “me quedó la manera de pronunciar la «r», que nunca pude quitarme”.
Cortázar es autor de obras como Los Reyes, Bestiario, Final de juego, Los premios, Rayuela, y El libro de Manuel. Tres años antes de morir de leucemia a los 69 años, en repudio a la dictadura militar argentina adoptó la ciudadanía francesa.
Había nacido el 26 de agosto 1914 en la embajada argentina en Bélgica, país donde su padre era diplomático y que en esos momentos de la primera guerra mundial estaba invadido por los alemanes.
Cortázar era gran aficionado a la música y al boxeo; en sus obras son muy frecuentes las referencias al jazz y a los boxeadores, entre ellos Justo Suárez, el Torito de Mataderos. Según sus palabras, admiraba “al hombre que siempre va para adelante y a pura fuerza y coraje consigue ganar”. Esta frase refleja bien la parábola vital de Suárez, el primer gran ídolo del deporte argentino, que nacido en la pobreza más extrema, uno de 24 hermanos, se abrió camino con los puños hasta que la tuberculosis lo volteó en 1938, a los 29 años.
De niño en la Argentina, Cortázar sufrió diversas enfermedades que debió pasar en cama leyendo libros. Vivió sus primeros cuatro años en Europa y luego su familia se radicó en la Argentina en una casa de Banfield que el mencionaba como “el paraíso”, aunque paradójicamente de ese tiempo no conservaba buen recuerdo. Cuando tenía seis años su padre abandonó la casa para no volver nunca. Leía tanto que ante una consulta a los médicos, su madre recibió la recomendación de prohibirle los libros por seis meses y hacerlo tomar sol. Entre los autores de su infancia estaban Julio Verne, Víctor Hugo y Edgar Allan Poe, de quien ya adulto traduciría las obras completas al castellano. Fue profesor de literatura en Banfield, en Chivilcoy y en la universidad de Mendoza.
En sus últimos días iban a visitarlo amigos a su casa de París, que disputaban entre ellos para cuidarlo cada uno en su casa. Una versión dice que Cortázar le pidió a su esposa, Aurora Bernárdez, con la que volvió a unirse tras la muerte de Carol Dunlop, que los obligara a abandonar la casa y que pusiera en el tocadiscos una versión del adagio del concierto para clarinete K 622 de Mozart, y escuchando esa música murió.
Comentando el adagio, un musicólogo dijo que se entiende que no sea posible, como dicen los músicos de jazz, componer blues en el asiento de atrás de una limusina. Es un movimiento lento y triste, pero apasionado e intenso, que revela un aspecto de la personalidad de Mozart muy diferente del gracioso y alegre que anima tantas otras composiciones suyas.
Está enterrado en el cementerio del barrio parisino de Montparnasse junto a Carol Dunlop, una escritora norteamericana que fue su mujer y murió antes que él. Sobre su tumba jóvenes argentinos y de todo el mundo dejan ofrendas: a veces un vaso de vino o el dibujo en papel de una rayuela, juego de origen iniciático que termina en el cielo.
De la Redacción de AIM.