Agustín Laje (Argentina, 1989), politólogo argentino, no habla por hablar. Es el azote de la izquierda más progre. Su discurso pone en jaque los postulados de las feministas, los pro-abortistas y de los defensores de la ideología de género.
Politólogo y escritor, Laje se ha convertido en uno de los oradores más activos de América Latina. Gran defensor de la vida y de la familia.
Actuall depende del apoyo de lectores como tú para seguir defendiendo la cultura de la vida, la familia y las libertades.
Su obra ‘El libro negro de la Nueva Izquierda’, escrita al alimón con Nicolás Márquez, ya va por su duodécima edición impresa en Argentina. En ella desmantela la máscara de quienes se consideran adalides de la libertad, lo que le ha colocado en el disparadero de las críticas de la izquierda feminista más radical.
Lo ha comprobado en sus propias carnes al ver cómo le amenazan de muerte desde las redes sociales y ha cancelado varias de sus conferencias en universidades por la presión de algunos estudiantes.
Actualmente recorre gran parte del mundo mientras prepara su próximo libro, que saldrá al mercado en el primer trimestre de este año, ‘La Batalla Cultural’. Ideología de género, aborto, matrimonio homosexual… a Laje ningún tema polémico se le resiste.
¿Cuáles son las consecuencias de que en muchos países de América y Europa se esté imponiendo la ideología de género?
Son enormes y abarcan muchos campos distintos. En lo que al mío respecta, que es la politología, la principal consecuencia es la pérdida gradual de libertades básicas bajo los dictados de un movimiento ideológico y político que, paradójicamente, disfraza su avance bajo la idea de «liberación» y «progreso».
La ideología de género corroe libertades políticas por medio de mecanismos como las «cuotas»; libertad de opinión, bajo la creciente penalización de discursos políticamente incorrectos; libertad de conciencia, a través de leyes que penalizan, como en Canadá, expresar ciertas creencias religiosas que molestan a «minorías sexuales»; libertades económicas, en la medida en que cada vez hay más casos de comercios multados por razones de género, como las pastelerías de Colorado y Oregon que fueron penalizadas por no hacer un pastel para una boda homosexual; libertades educacionales, en tanto que los padres y madres están perdiendo toda la soberanía educacional sobre su familia, etcétera.
Si vemos bien, estas libertades se van perdiendo por un discurso que ha capturado al Estado, lo ha inflado en cuanto a sus campos de acción, y utiliza su poder de policía para imponerse sobre la sociedad civil.
¿Cree que los padres prefieren que a sus hijos se les sexualice desde pequeños a que se les tache de homófobos?
No lo sé, no soy padre ni he estudiado ese caso en términos cuantitativos. Lo que sí puedo decirle es que la ideología de género es estigmantizante y, aún más, patologizante: todo lo que no acuerda con sus principios deviene en «fobia», es decir, en trastorno psiquiátrico. Y la gente, que en su mayoría no advierte estos trucos lingüísticos, tiembla ante la posibilidad de ser patologizada socialmente como «homofóbica», «transfóbica», etcétera.
«El colegio es el motor de toda ingeniería social. No me atrevo ni a imaginar las repercusiones de largo plazo»
Ese es el inicio de una inquisición ideológica que jamás se sabe cuándo y dónde termina: en algunos países, termina incluso con el retiro de la patria potestad. De modo que, a mi entender, hay dos grandes categorías de padres: aquellos más preocupados por vivir de acuerdo a la moda ideológica de turno, ser «padres modernos» y bien dispuestos a aceptar toda novedad porque el progresismo les aseguró que el tiempo era un criterio moral y epistemológico (esto es, que lo novedoso es necesariamente bueno y verdadero) y aquellos padres que, al contrario, tienen criterio propio y desean verdadera educación para sus hijos, que nada tiene que ver con el adoctrinamiento actual.
Si desde el colegio se les educa a los niños en esta dirección, ¿qué repercusiones puede tener a la larga?
El colegio es una de las instituciones de socialización más importantes de la sociedad moderna. Los chicos pasan incluso más tiempo activo en el colegio que en sus propias casas. Desde la izquierda, pensadores como Gramsci y luego Althusser vieron muy bien esto. Parafraseando a este último, no hay ningún «aparato ideológico del Estado» que mantenga a una audiencia obligatoria durante tantas horas por días, tantos días por semana, tantos meses por año y tantos años en una vida.
«El feminismo actual está más articulado por el odio al hombre que por el amor a la mujer»
En efecto, agrego yo, el colegio es el motor de toda ingeniería social: modificar radicalmente al hombre, como la ideología de género pretende, no es algo que pueda hacerse tan fácilmente con generaciones socializadas en otros contextos, pero sí es posible con mentes vírgenes que se someten a relaciones de poder que ni siquiera están capacitadas para comprender. Es de una violencia inconmensurable. No me atrevo ni a imaginar las repercusiones de largo plazo.
¿Por qué cree que el feminismo no busca promover la igualdad entre hombre y mujer?
Porque ningún discurso basado en el odio hacia una de las partes puede buscar igualdad alguna. Y el feminismo actual está más articulado por el odio al hombre que por el amor a la mujer. Basta con leer a sus teóricas contemporáneas para entender que el actual feminismo percibe su lucha política no tanto como política, sino como guerra.
En la política los adversarios deben todavía convivir en la disidencia; en la guerra los enemigos están dispuestos a la aniquilación mutua. Y esta última es la mentalidad que predomina y que a veces sale a la luz con mucha claridad, como cuando el pasado 29 de diciembre la feminista Emily McCombs llamó a «organizarse para matar a todos los hombres» como deseo de año nuevo, o cuando la cofundadora de Justice for Women, Julie Bindel, hace no mucho, dijo en un reportaje que ella esperaba que algún día los hombres fueran encerrados en campos de concentración.
Si lo relevante para la sexualidad no es la naturaleza sino la cultura, entonces la sexualidad humana carece de todo límite.
No se trata de excepciones: es un discurso predominante que, por razones estratégicas, trata de mantenerse moderado, pero a veces no se puede contener y desborda.
Usted ha afirmado que cierto feminismo «está apoyando la causa pedófila», ¿puede explicar esa afirmación?
Si la ideología de género (producto del feminismo de género) se basa en que lo relevante de la sexualidad pasa a ser la cultura y, si la “liberación de las cadenas del género” pasa a ser la autopercepción, entonces estamos bajo el yugo de una ideología que hace depender la sexualidad de un subjetivismo absoluto.
En este contexto, la posibilidad de reivindicar incluso la pedofilia está inscripta en la misma lógica de la ideología de género. Si lo relevante para la sexualidad no es la naturaleza sino la cultura, entonces la sexualidad humana carece de todo límite, porque es la naturaleza la que nos limita objetivamente: los límites culturales son por definición construcciones históricas que bien pueden esfumarse.
Una sexualidad desarraigada de su realidad natural es una sexualidad abierta a todo tipo de práctica, dispuesta a ser legitimada por los mismos (dis)valores que la ideología de género promueve: moralizar lo disruptivo.
Así las cosas, los grupos pedófilos hoy buscan legitimarse a través de la ideología de género. Si la orientación y la identidad sexual dependen de la autopercepción, ¿por qué habríamos de prohibirle a un hombre mayor que se autoperciba como un niño y actúe en consecuencia? Esto por desgracia no es una hipótesis, ya hay casos en Canadá. También podemos analizar el discurso de sitios web como el de la Nambla, una internacional pedófila con sede en los Estados Unidos. Es impresionante ver cómo utilizan los argumentos de la ideología de género para su propia causa: parecen hechos a medida.
No es casualidad entonces que encontremos la existencia de movimientos feministas en Holanda que pidieron y firmaron solicitadas en favor de la legalización de la pedofilia. En España activistas feministas de renombre como Lola Pérez han reivindicado la pedofilia en numerosas ocasiones. En Argentina tuvimos el caso de Jorge Corsi, un «psicólogo feminista» que fue tal vez el más importante ideólogo local del género, está preso por pedófilo. En Alemania el Partido Verde apoyó la pedofilia. Importantísimos ideólogos de género como Shulamith Firestone y muchos otros que están analizados en “El libro negro de la Nueva Izquierda” también escribieron en favor de la pedofilia.
¿A qué se refiere cuando habla de la ‘nueva izquierda’? y ¿qué busca?
La «nueva izquierda» es la forma que adoptó la vieja izquierda para sobrevivir a las condiciones de crisis teóricas, prácticas y estratégicas que sufrió durante la segunda mitad del Siglo XX.
Se trata de una izquierda culturalista, que desplaza el problema de las clases en favor de los problemas de “las minorías”: un concepto mucho más amplio que le permite una mayor flexibilidad ideológica y una adecuación más fácil a contextos disímiles.
Asimismo, es una izquierda que no busca hacer ninguna revolución armada, como se intentó en el siglo XX: la nueva estrategia es de lucha cultural, es decir, lucha gradual, subterránea, difícil de percibir, que se desenvuelve no en espacios de combate armado, como los montes o las selvas de otrora, sino en universidades, escuelas y medios de comunicación.
En resumidas cuentas, antes la izquierda buscaba destruir un sistema económico específico, porque pensaba que esta era la verdadera forma de hacer una revolución. La nueva izquierda se dio cuenta que es más factible y seguro (para ellos) destruir una cultura primero, y que el resto luego se verá.
Habla de la posibilidad de una ‘nueva derecha’… En EE.UU. o Canadá es posible, puesto que hay jóvenes conservadores con ganas de encabezar este movimiento, pero en España ¿qué hace falta para que suceda?
No conozco la situación particular de la juventud española, pero a grandes rasgos veo que hay condiciones muy interesantes para que una nueva derecha pueda emerger en Occidente. La izquierda, que siempre tuvo cercanía a la juventud porque supo catalizar sus ansias de rebeldía, hoy está agotando esas posibilidades en la medida en que se ha vuelto la rectora del statu quo.
Hoy a nadie escandaliza ver a un joven con una remera del Che Guevara; escandaliza verlo con una remera de Trump. El cambio es interesante; la rebeldía es muy importante para la relación de la juventud con la política. Y una nueva derecha depende de saber consolidar esa rebeldía, aunque debe estar acompañada, sin lugar a dudas, por una sistematización teórica que una nueva generación de intelectuales lleve adelante para darle organización y contenido.
Si acordamos sobre el hecho de estar viviendo una lucha cultural, entonces los intelectuales son la pieza fundamental de esta historia.
En apenas 48 horas, recibió decenas de amenazas de muerte después de publicar un vídeo en el que resumía la historia del feminismo. Con motivo del Orgullo Gay, Facebook llegó a suspenderle la cuenta por miedo a la furia de algunas de sus enemigas… ¿Qué le diría a sus detractores?
Que cada vez que hacen eso sencillamente confirman mis tesis. Brindan de forma gratuita elementos tanto a mí como a mis lectores para comprobar, de forma directa, que lo que escribo no me lo invento. Y que, como decía Voltaire, para saber quién gobierna sobre ti, simplemente encuentra a quién no estás autorizado a criticar.
Lo que sucede es que la ideología de género no es un «enfoque» ni una «perspectiva»; mucho menos se trata de una «invitación», una «oferta» o un «tema a debatir»: la ideología de género es una imposición que se ha decidido a espaldas de la gente sin que nadie lo haya podido discutir de verdad.
Usted afirma que el fin de la izquierda es atacar a la familia y que, destruyéndola, se consigue un Estado total. ¿Por qué?
Es, efectivamente, uno de los fines de la nueva izquierda. Porque la familia es una institución que transmite tradición. Y la revolución cultural es, por definición, una revolución contra una tradición: por eso es, precisamente, revolución.
En la familia se socializan durante sus primeros años las nuevas generaciones. La Escuela de Frankfurt, en sus «Estudios sobre la autoridad y la familia», a mediados de los años 30, ya reparaba sobre el freno que significaba la familia para una revolución izquierdista. Familias destrozadas son funcionales al desgarramiento de una tradición; el desgarramiento de una tradición es, por su parte, simplifica la ingeniería social; la simplificación de la ingeniería social consolida la revolución cultural. Y sin familia, finalmente, no tenemos nada que intermedie entre la sociedad y el Estado.
Hay simples átomos aislados, individuos desarraigados, fáciles de manipular y de absorber por un Estado total, algo contra lo que siempre advirtió un liberal como Tocqueville.
Los abortistas intentan convencer a través del lenguaje que el aborto es un derecho, ¿cómo desmonta usted este postulado?
Nadie tiene el derecho a asesinar a un ser humano inocente. Ninguna sociedad es posible donde este derecho no se reconoce, expresa o implícitamente. Se dirá, no obstante, que aquello que se hospeda en el vientre materno durante nueve meses, al ser «parte del cuerpo de la madre», depende entonces del derecho de ella misma a decidir sobre su propio cuerpo.
Craso error: no la Iglesia, no una encíclica, no una bula papal, sino la propia ciencia ha demostrado que «aquello» no es «parte» del cuerpo de la mujer, sino que tiene una carga genética única e irrepetible: es un ser humano que, como cualquier otro ser humano, necesita pasar como parte de su ciclo vital en el vientre materno esos nueve meses.
Niñez, juventud, adultez, vejez… son fases de cualquier vida humana que se extiende en el tiempo. La fase intrauterina es una fase más, dentro de las tantas que componen toda biografía humana. Lo curioso es que aquellos que tuvieron el derecho a vivir esa fase vital, son quienes hoy piden por el derecho a asesinar en esa fase vital.
¿Cómo explicaría a otra persona que el llamado ‘matrimonio homosexual’ no es un derecho humano?
Entendiendo que lo que se ha hecho con los «derechos humanos» ha sido una atrocidad. Los derechos humanos son en el derecho como la inflación en la economía. En esta última, a medida que imprimimos moneda sin respaldo el valor de nuestro dinero se pierde. Con los derechos humanos pasa algo muy similar: a medida que se inventan más y más derechos humanos (porque no son más que eso: un invento acorazado con coerción), los derechos que teníamos van perdiendo valor por algo que podríamos llamar «inflación de derechos». Si todo es «derecho humano», nada es derecho humano.
Hablar de «matrimonio homosexual» es hablar de una contradicción en sus términos. La institución matrimonial expresa su significado en su propio significante (cosa que no todos los significantes logran): «matrimonio» viene de matriz, es decir, de la idea de útero materno; viene de maternidad.
El matrimonio es la unión humana afectiva y dotada de cierta estabilidad a través de la cual existe la potencialidad de la maternidad. Digo «potencialidad» porque existen matrimonios que por distintas circunstancias no pueden o no quieren tener hijos. Pero eso no invalida la potencialidad inherente a la naturaleza del vínculo en cuanto tal. Luego, «matrimonio homosexual» es cosa imposible, porque ninguna potencialidad existe entre personas del mismo sexo de traer a la sociedad nuevas generaciones de seres humanos.
No debería ser necesario aclarar que, no obstante, los homosexuales tienen toda la libertad y el derecho de establecer vínculos afectivos y eso está muy bien. Lo que sí a veces es bueno aclarar es que muchos de ellos ya se están rebelando contra la ideología de género y han nacido incluso organizaciones de homosexuales que reniegan de la idea de «matrimonio homosexual» y de la adopción homoparental.
Por Miriam Calderón para actuall.com/