En su “Historia social de la literatura y del arte”, el sociólogo Arnold Hauser compara la época actual con la helenística, y marca similitudes notables. En particular considera a ambas “extraordinariamente ingenuas y primitivas”, sobre todo por la necesidad de saberlo todo, de conocerlo todo, aunque tal “todo” es muy limitado porque no supera el nivel de lo contingente ni lo pretende.
Para Hauser la cultura helenística es “moderna”, lo que para él quiere significar que se parece a la actual sobre todo en la mentalidad. La función de los sofistas de crear una nueva “areté” independiente de las solidaridades tribales, de las estirpes o de la “sangre” y por sobre ellas, preanuncia la función del cristianismo en Roma y la del proletariado en el marxismo.
La proliferación de escuelas filosóficas sofísticas, una vez rota en el siglo VI antes de Cristo la unidad doctrinaria en Grecia, se puede comparar con la situación actual. En la China también proliferaban escuelas, pero allí estaba el taoísmo, que no es una escuela, y que permitía juzgarlas a todas. Grecia no tenía nada similar desde el ocaso del Orfismo.
Con la nueva preponderancia del punto de vista individual, contingente e inseguro, en la Grecia postpitagórica, y el oscurecimiento de la ciencia tradicional órfica, se produjo una desorientación comparable con la nuestra, acompañada también con valoración de la opinión “personal” y de la moda, por el apego a lo transitorio y el deseo de cambio.
La función del estoicismo en la época helenística es para Hauser la del cristianismo en Roma. El estoicismo y el epicureísmo no declararon la muerte de los dioses, como nuestra modernidad, sino sólo la indiferencia de ellos ante el destino humano.
La valoración del racionalismo “más que ninguna otra cosa”, como Hauser dice que aconteció entre las clases en ascenso social en el período helenístico, es propia de la modernidad capitalista hasta el fin del positivismo en el siglo XX. La sociedad actual ya perdió la fe en el racionalismo, de ahí las reacciones “antiiluministas” y “posmodernas” y los nuevos peligros del irracionalismo.
El principio estético y sociológico “una clase, un estilo” se rompió en la época helenística por primera vez. Está totalmente roto de nuevo entre nosotros, que encontramos natural, por ejemplo, mezclar el jazz con el tango, entre tantísimas otras cosas que antes parecían antinaturales.
Hauser, al referirse a la novela helenística, hace notar el valor que se acordaba en ella al “documento humano”, que también es recomendado por nuestros humanistas contemporáneos, para quienes con tanta frecuencia la preocupación por el “hombre” limita el horizonte intelectual.
Según Hauser, esa valoración depende de la psicología como herramienta derivada de la lucha por sobrevivir en la competencia capitalista. (La psicología así considerada es ideología, no ciencia). Desemboca en la valoración del individuo y sus particularidades más triviales como cosas excelentes “únicas e irrepetibles”. Finalmente, incluso la filosofía termina por presentar lo más intranscendente y variable, lo propiamente contingente y desprovisto de valor esencial: el individuo, como lo más significativo. Y sobre estas arenas movedizas levanta sus construcciones teóricas. Este es un punto de contacto fundamental entre la modernidad y el helenismo.
Al final, el “documento humano” viene a parar en pasto para comadres y en material para lacrimógenos informes periodísticos, tal como la novela helenística fue lectura para las clases más “populares” y como al teatro se iba a derramar algunas lágrimas. Debe llamar la atención que Freud haya tomado esta función subalterna de la tragedia euripedea como cuestión central y le haya dado el nombre psicoanalítico de “catarsis”.
Hauser se despacha a gusto contra la consideración abusiva de la imagen en Roma. No está indignado por lo que acontecía en el Imperio, sino por lo que acontece hoy en día y hace vinculaciones transparentes entre una y otra época. Incluso nombra al cine cuando se refiere a la columna del emperador Trajano, dedicada a mostrar sus éxitos militares, como un antecedente de las películas modernas. Dice: “es cosa extraordinariamente ingenua la pretensión de experimentarlo todo....y es muy primitivo no querer recibir nada de segunda mano, en aquella forma translaticia en que las épocas más desarrolladas artísticamente ven precisamente la esencia del arte”.
En suma, vivimos en una época extraordinariamente ingenua y primitiva, poco desarrollada artísticamente (no hay ni que decirlo), como la imperial de Roma, justamente por la exigencias de la modernidad, por el “derecho que tenemos como ciudadanos” de conocerlo todo y experimentar todo como si estuviéramos presentes.
Entre nosotros, el encargado de llevar adelante esta ilusión individualista de “verlo todo y conocerlo todo”, en una época que ha creado doctrinas según las cuales toda la realidad es de la índole de la imagen, es el periodismo. Desde el adolescente que se desgañita en una FM, bruto entusiasmado, hasta el profesor de lingüística y sociología de una escuela de comunicación social, erudito fatigado.
Son entonces extraordinariamente ingenuos y primitivos no tanto por voluntad propia sino porque nadie se atreve a cuestionar los presupuestos en que se fundan sus fantasiosos puntos de vista y todos van empujando el carro hacia el abismo.
A veces, en momentos de pesimismo, decimos que nuestra sociedad, de no corregir algunos defectos muy visibles y evitar conductas hasta hace poco abominables, se encamina a una nueva barbarie, a la que solemos concebir como la pérdida de los artefactos de que nos provee la civilización. No sospechamos que ya somos bárbaros ahora. Hauser no se hace ilusiones. Los bárbaros no son solamente los "otros": hunos y vándalos, negros, extranjeros y villeros: somos también nosotros, es decir, las capas medias que la sociedad propone como modelo.
Venimos retrocediendo desde hace siglos y ya estamos a nivel de lo “extraordinariamente ingenuo y primitivo” justamente en lo que más valoramos. ¿Acaso la muerte de los dioses no derivó, cada vez que se produjo en la historia, de la imposibilidad de aceptar ninguna forma “translaticia” de la verdad y de no querer nada que no se pueda ver y tocar, que no sea símbolo sino cosa?
De la Redacción de AIM.