¿Qué es el odio?¿Qué partes del cerebro intervienen en él? ¿Hay alguna relación neuronal entre el odio y el amor? ¡Quédate y descúbrelo en este artículo!
Quizás has escuchado más de una vez aquello de que entre el odio y el amor solo hay un paso, que la línea que los separa es muy fina, y que es muy sencillo pasar de un territorio a otro. Pero ¿qué hay de cierto?
Los avances neurocientíficos en el estudio del amor y el odio señalan que algunas estructuras corticales y subcorticales que se activan para el odio también lo hacen cuando estamos enamorados.
Empleando la resonancia magnética funcional, los neurocientíficos Zeki y Romaya (2008) estudiaron a 17 personas que profesaban odio hacia alguien. Lo que ambos observaron fue que estructuras, como el putamen y la ínsula, se activaban tanto para estímulos asociados con el odio como para aquellos relacionados con el amor romántico. Así, los hallazgos de esta investigación nos dan una base para explorar esta creencia tan popular.
El odio
El odio ha sido considerado de múltiples formas: una actitud emocional, un juicio normativo, un sentimiento, una motivación, una evaluación generalizada… A pesar de las discrepancias conceptuales, hay un componente aceptado por todos: el deseo de dañar. Este deseo puede ser un medio para un fin o un fin en sí mismo.
Las personas pueden anhelar dañar a otro para restaurar un orden establecido, elevarse a sí mismas, reafirmar su ego, obtener placer, restaurar su autonomía o prevenir el abandono. En todos estos casos, sin importar la intencionalidad, el objetivo central es dañar.
A nivel interpersonal, el odio cumple diferentes funciones como autorreparación, venganza, comunicar estados emocionales o reafirmar la autonomía. A nivel intergrupal, el odio se ha considerado como un medio funcional para comportamientos políticos, como la afiliación y la cohesión dentro del grupo.
Aunque el odio recibe influencia de otras emociones, como la ira, la aversión y el desprecio, no debe igualarse con estas. En un estudio se descubrió que el odio es más excitante que estas tres emociones, y que está más cercano a la repugnancia y el desprecio que a la ira y la aversión.
El odio y el cerebro
Mediante resonancia magnética funcional, se ha podido evidenciar que, cuando una persona ve la foto de alguien a quien odia, se activan diferentes estructuras cerebrales. En una investigación se escaneó el cerebro de 17 personas mientras veían el rostro de alguien que odiaban y también rostros de conocidos por quienes tenían sentimientos neutrales.
Los resultados del estudio arrojaron que cuando los participantes observaban una cara odiada aumenta la actividad en la circunvolución frontal medial, en el putamen derecho, la corteza premotora, el lóbulo frontal y la ínsula medial.
Asimismo, se hallaron también tres áreas en las que la activación se correlacionó linealmente con el nivel de odio en el cerebro: la ínsula derecha, la corteza premotora derecha y la circunvolución frontomedial derecha. También se detectó un área de desactivación en la circunvolución frontal superior derecha.
Esta investigación muestra que existe un patrón de actividad del odio en el cerebro. Aunque este patrón es diferente del que se ha correlacionado con el del amor romántico, ambos comparten dos áreas en común: el putamen y la ínsula.
La corteza prefrontal medial
La activación de esta región cortical juega un papel muy relevante en la tarea de hacer inferencias sobre la mente de los demás. Esta corteza está implicada en el razonamiento y su activación incrementa cuando pensamos en nosotros mismos, en nuestra familia o en alguien por quienes nos preocupamos (Morgado, 2019).
La corteza prefrontal también se activa cuando pensamos en las personas que comparten nuestros ideales. Sin embargo, su actividad disminuye cuando pensamos en quienes no piensan igual que nosotros o nos son indiferentes.
Esta corteza también se activa menos cuando aquellos en los que pensamos los percibimos como menos inteligentes y emocionales. Esta desactivación podría afectar la empatía que una persona puede sentir por alguien a quien odia. De hecho, se ha demostrado que cuando un individuo observa el estado emocional de otro se activan regiones como la corteza prefrontal medial, la unión temporoparietal, el surco temporal superior y el polo temporal. Así pues, la corteza prefrontal medial puede estar muy implicada tanto en la empatía como en la teoría de la mente (Gallagher y Frith, 2003).
Si la activación de la corteza prefrontal medial disminuye cuando pensamos en personas que odiamos, no nos debe extrañar que sintamos poca empatía por ellas. Esto es así porque esta capacidad depende, entre otras cosas, de la actividad de dicha corteza.
El circuito del odio en el cerebro
El putamen y la ínsula son estructuras del cerebro que participan en la percepción del desdén y el asco. No es extraño que estén implicadas en el odio. Estas dos estructuras, y las demás que hemos mencionado previamente, conforman lo que podríamos denominar un circuito del odio.
Este circuito abarca tanto estructuras corticales como subcorticales que son claves para generar un comportamiento agresivo y traducirlo en acción a través de la planificación motora. También involucra una parte de la corteza frontal que se ha considerado fundamental para predecir las acciones de los demás (Morgado, 2019).
La actividad subcortical involucra dos estructuras distintas que ya hemos mencionado: el putamen y la ínsula. El primero está implicado en la percepción del desprecio y el disgusto. También lo está en el aprendizaje, el control motor, la articulación del habla, la recompensa, el funcionamiento cognitivo (Ghandili y Munakomi, 2021).
Por su parte, la ínsula tiene diversas funciones:
- Procesamiento sensorial.
- Representación de sentimientos y emociones.
- Control autonómico y motor.
- Predicción de riesgos y toma de decisiones.
- Conciencia corporal y de uno mismo.
- La empatía.
El odio en el cerebro involucra partes que se desarrollaron en distintas fases de nuestra evolución como especie. La capacidad que tenemos para sentir esta clase sentimientos puede remontarse hasta el momento en el que surgieron los primeros humanos modernos.
En este contexto, el odio fue una estrategia adaptativa que facilitó la supervivencia en medio de otros grupos que competían por la obtención de recursos naturales.
Fuente: La Mente es Maravillosa.
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