Faltan pocas semanas para la celebración de las tradicionales fiestas de Navidad y Año Nuevo. Se trata del último mes del año y, muchas veces, podemos llegar a encontramos ante ciertas pautas culturales, que parecieran estar instaladas. Lamentablemente, en algunas ocasiones, no nos detenemos a cuestionarlas, colocándonos frente a una amenaza interna.
Esta época del año, conlleva o trae aparejada una variación en nuestra rutina profesional, laboral, social, personal. Es un mes que condensa finalizaciones de cursos, exámenes, presentaciones laborales, despedidas, balances personales, cambio de gobierno, entre otros.
También, en ésta época, por alguna razón es bastante común el hecho de volver a aquella lista con objetivos que cuando comenzó el año se hizo en la cabeza, repasarla y encontrarse con los logros y con los pendientes.
Por ello, muchas veces, en corto tiempo, se quiere cumplir con los pendientes, incluyendo dietas, trámites inconclusos, o incluso las mismas despedidas. Suele pasar que no nos juntamos en todo el año y pareciera que nos tenemos que reunir sí o sí antes que termine diciembre.
Entonces sobreviene el apuro, la corrida, el apremio por terminar, por cerrar, por concluir. Es así que el “tengo que…” resulta algo instalado culturalmente, y uno se deja llevar.
Este incremento en el ritmo personal y social se puede observar simplemente en la calle, donde el tránsito mismo empieza a ser más acelerado. También sucede que cerca de las fiestas hay más colas de espera en los comercios, donde hay que hacer las compras, todo en cantidad, todo en exceso, todo exagerado.
Muchas veces esta reacción exagerada o desproporcionada es una forma de no ver o de negar la realidad que nos viene a mostrar las fiestas. Teniendo en cuenta también la pauta cultural, la premisa sería el “juntarnos todos”, lo que hace que ciertos conflictos que hasta ahora estaban tranquilos, o tapados salga a la luz.
En la mesa de navidad o de año nuevo se notan las ausencias, sea aquel familiar que ya no está, o aquella persona con la cual estoy peleada, o el que está pero no nos hablamos. En este momento es cuando se evidencian esas distancias o diferencias, que quizás durante el año pasaron más bien desapercibidas.
Y como si fuera poco, en estas fechas festivas, nuestra cultura nos exige buena onda y seguir como si nada, en vez de aceptar y tolerar estas pérdidas, o estas diferencias, o problemas interpersonales, la salida en vez de afrontar lo que nos pasa y hacernos cargo de lo que emocionalmente eso nos genera, la salida que se encuentra es contrastar ésto con el desborde, el exceso, con la exageración, con la abundancia.
Entonces lo que hacemos es tapar, no hacernos eco las emociones que estas situaciones nos generan, es decir de nuestra angustia, tristeza, enojo. De este modo, puede convertirse en una en una amenaza interna si no logramos manejar esta desestabilización emocional de modo asertivo, ya que puede llevar a que canalicemos de modo autodestructivo con la comida.
Por eso para evitar este desenlace y mejorarlo es importante recordar que las emociones están para ser experimentadas, todas. Porque pareciera que (y acá aparece nuevamente lo cultural) lo bueno, lo que nos genera alegría, satisfacción, agrado, se comparte y se experimenta, pero cuando se trata algo que nos perturba, que no nos gusta, que nos hace mal tendemos a reprimirlo, a no decirlo, a guardárnoslo, a llorar solos, a hacer que no pasa nada.
Entonces resulta necesario experimentar las emociones, ya que si no les damos lugar y las reprimimos termina saliendo por otra parte de modo no saludable, convirtiéndose en amenazas internas. Así es que si algo nos pone mal, es importante que podamos ponerlo en palabras, sacarlo, escribirlo, decirlo, compartirlo, y no obligarnos a estar o mostrarnos bien cuando en realidad no lo estamos. Se trata de no mirar para el costado frente a lo que me hace mal, a lo que me duele, e ir drenando esa angustia, ese dolor de modo saludable, a la par que nos permita continuar con nuestras vidas. El punto es ir logrando ese equilibrio que nos permita poder disfrutar de las fiestas pero sin tapar lo que nos duele.
Ahora bien, para lograr esto es importante, frente a este panorama de apremio, de acelere de abundancia, poder en principio frenar, detenerme y empezar a romper con estas pautas culturales que marcábamos anteriormente, a través del cuestionamiento, y ver si realmente me son funcionales. Tratemos de no dejarnos llevar por lo que debemos ser o hacer en estas fiestas, y así ir recuperando lo que es realmente importante para cada uno de nosotros, no lo que se nos impone, no lo que me dicen, porque eso hace que me pierda, que mire para el costado, que no me haga cargo.
La invitación es poder parar frente a este ritmo acelerado, y poder preguntarnos y cuestionarnos si es la exageración, la abundancia, el correr lo realmente importante para pasar estas fiestas, o lo es más bien el compartir, lo íntimo, lo espiritual, lo afectivo, y la solidaridad.
*La redacción de este artículo estuvo a cargo de la psicóloga Mailén Barreto (M.2077), especial para AIM.
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