¿Eres de esas personas "abonadas" a las malas decisiones? ¿No aciertas en eso del amor? ¿Sueles fracasar en muchas de las cosas que te pones como objetivo? Tal vez sea momento de reflexionar en por qué el destino no parece estar a tu favor.
Errores, fracasos, metidas de pata, decepciones, traspiés, equivocaciones… Podemos llamar de muchas maneras a esas malas decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida. Aunque es cierto que de muchas de estas experiencias se aprende. Nadie puede negar que tocar fondo y errar nos permite calibrar después nuestros pasos y ser más cautelosos, además de sabios.
No obstante, ¿qué pasa cuando uno parece tener un abono ilimitado a las peores decisiones? Son esas situaciones en las que no terminamos de salir de un mal trago, cuando al poco, volvemos a tropezar con la misma piedra. ¿Hay algo malo en nosotros? ¿O es quizá el destino que la tiene tomada con nosotros? Ni una cosa ni la otra.
No hay nada patológico en quien se equivoca varias veces en sus resoluciones existenciales. Nadie tiene una bola mágica que le permita anticipar qué puede suceder ante cada opción tomada. Hay múltiples factores que escapan a nuestro control. Sin embargo, hay una serie de aspectos psicológicos que deberíamos trabajar, aprender y tener en cuenta en estas circunstancias.
“Los errores poseen su valor, aunque solo en alguna ocasión. No todo el mundo que viaja a la India descubre América”. Erich Kästner.-
Cómo dejar de tomar malas decisiones (o al menos intentarlo)
Son muchas las personas que acuden a terapia por el mismo problema: “¿por qué siempre me enamoro de quien menos me conviene?”. El ámbito de las relaciones afectivas es terreno abonado para las malas decisiones. Casi sin saber cómo hay quien deriva en una relación dependiente, después en otra abusiva, para caer, por último, en alguien que le traiciona abiertamente.
Cuesta mucho hacer introspección para desentrañar qué mecanismos son los que nos instan, en estos casos, a fijarnos en unas personas y no en otras, porque todos llevamos con nosotros sesgos, narrativas mentales y resquicios de nuestros patrones educativos que nos hacen actuar de un modo y no en otro. El desafío está en no tomar excesivas malas decisiones para no quedar muy tocados por cada golpe y cada decepción.
No obstante, hay un hecho interesante: según explican expertos, como el profesor Joel Hooman del Wesleyan College, las personas tomamos cerca de 35 000 decisiones al día. ¡Son muchas! Incluso nos puede sorprender más aun lo que nos señalan en un estudio de la Universidad de Cornell: al día llevamos a cabo unas 221 decisiones vinculadas solo a la comida.
Todas esas decisiones son menores y las realizamos de manera automática, sin pensar. Esto puede condicionarnos a la hora de dar paso a decisiones de mayor trascendencia. Por tanto, hay mecanismos subyacentes e inconscientes que merman por completo nuestros recursos para pensar y actuar mejor. Profundizamos en ellos.
Nuestros cerebros están programados para emitir juicios instantáneos y decidir de manera rápida. Esto nos permite ahorrar recursos, pero como contrapartida, provoca que tomemos peores decisiones
Piensas con el piloto automático puesto
¿A qué nos referimos realmente cuando decimos que alguien piensa o actúa en “piloto automático”? Bien, el razonamiento por automatismo es un recurso que busca ahorrarnos esfuerzos a la hora de realizar las tareas del día a día. Si repites una acción con la suficiente frecuencia, al final se desarrollan hábitos y el cerebro deja de esforzarse para procesar estímulos o analizar la información.
Cuando estamos muy inmersos en nuestras rutinas, la mente pierde agilidad, deja de prestar atención y de aplicar un enfoque más crítico a lo que observa. Casi sin darnos cuenta, vamos tomando decisiones sin apenas razonarlas. La vida moderna erosiona muchas veces nuestra eficiencia cognitiva.
Cuidado con los sesgos cognitivos
La noción de sesgo cognitivo fue acuñada por los premios Nobel Daniel Kahneman y Amos Tversky en 1972. Este concepto hace referencia a nuestros errores de pensamiento, a las falacias y narrativas irracionales que arrastramos de manera inconsciente. Es más, la ciencia nos dice que estamos casi programados para engañarnos a nosotros mismos.
Ejemplo de ello son nuestros juicios rápidos, nuestras ideas preconcebidas sin base ni razón o dar mayor valor a una idea si nuestro entorno está de acuerdo con ella. Las malas decisiones son casi siempre causa de esos sesgos cognitivos que empobrecen y distorsionan nuestro pensamiento.
El estrés y la fatiga están detrás de las malas decisiones
La Universidad de Rutgers realizó un estudio con el que demostrar algo que nos puede ser familiar. El estrés influye en nuestros sistemas neuronales, alterando nuestra capacidad de decisión. Nadie toma buenas decisiones bajo este filtro psicológico; pocos pueden aplicar un enfoque meditado y reflexivo cuando los niveles de cortisol son elevados.
Así, en caso de que lleves una época cayendo en el agujero negro de las malas decisiones, piensa en cuál es tu estado emocional en los últimos meses. Si te sientes presionado, angustiado y agotado, tal vez debas empezar a realizar cambios.
Vives en un mundo con demasiados estímulos e información
Muchos expertos estiman que nuestros cerebros procesan cinco veces más información que en los años 80. La llegada de las nuevas tecnologías hace que vivamos pendientes de un flujo de información constante. Las notificaciones, la necesidad de no perdernos nada y las redes sociales nos inoculan un estado de hiperactividad constante.
Cuando nuestra mente está tan dispersa, estresada y conectada a su vez a ese universo digital, perdemos la capacidad de análisis y reflexión para tomar decisiones más meditadas.
El tsunami tecnológico de la última década ha cambiado nuestra vida y nos ha traído innumerables beneficios. Sin embargo, a cambio, estamos dejando que nuestros móviles piensen por nosotros.
Te dejas llevar por las emociones sin pasar por el filtro de la razón
Las malas decisiones también son producto del impulso, de la emoción que nos secuestra y que no nos deja analizar la información. No se trata de dejar a un lado la emoción y de pensar las cosas fría y lógicamente, como lo haría una máquina. En realidad, las buenas decisiones necesitan de ambas esferas.
Sin embargo, no podemos dejarnos llevar por el arrebato de un enfado, de un estado de euforia o de la ansiedad momentánea a la hora de decidir. Mejor regular ese estado emocional, canalizarlo, entenderlo y, más tarde, apreciar la realidad desde todas las perspectivas posibles. Es desde esa posición de calma mental y equilibrio emocional como se toman las mejores resoluciones.
Fuente: La Mente es Maravillosa.-
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