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Salud y Bienestar
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¿Por qué no aceptamos nuestro cuerpo?

La principal razón por la que no aceptamos nuestro cuerpo es la presión social para que seamos lo que otros quisieran ver. Por esta vía aprendemos a minusvalorarnos e incluso a maltratarnos por no encajar en los cánones de la mirada ajena.

Uno de los efectos del culto a un formato específico de belleza es que terminamos dudando de nosotros mismos y no aceptamos nuestro cuerpo. Si compramos la peligrosa idea de que tenemos que ser perfectos físicamente para ser valorados o para afianzar nuestra valía, el resultado puede ser uno de los sufrimientos más inútiles de la vida.

Es cierto que actualmente son muchísimas las personas en el mundo que le dan valor a los demás por su físico. También es cierto que una persona hermosa tiene más facilidades en la vida: desde más opciones de conquista amorosa, hasta mejores ofertas laborales. No podría ser de otro modo en un mundo que quiere hipertrofiarnos los ojos.

La decisión que cada uno de nosotros debe tomar es la de elegir entre dos opciones: sumarse pasivamente a esa lógica o poner límites. En términos del aspecto físico, todos tenemos alguno o muchos defectos. El problema es cuando comenzamos a medir la importancia de esos defectos con la mirada del mercado. Por norma, es en ese punto donde no aceptamos nuestro cuerpo.

¿Por qué tendríamos que ser perfectos?

En realidad, la pregunta del subtítulo está mal formulada. No debe ser “¿por qué tendríamos que ser perfectos?”, sino “¿por qué tendríamos que ser perfectamente iguales al modelo de belleza que nos ha impuesto el mercado?” Por supuesto, cumplir con esos cánones da ventajas, pero tratando de alcanzarlos podríamos hacernos mucho daño.

Lo más habitual es que no aceptamos nuestro cuerpo, justamente porque lo evaluamos desde ese modelo de perfección que se nos ha impuesto. Somos muy visuales en la actualidad y todo el tiempo nos están enviando imágenes de gente que sí representa ese ideal de belleza. Por lo tanto, no es raro que nos miremos al espejo y nos sintamos decepcionados.

Ese ideal físico se nos ha ido filtrando, probablemente desde siempre, de manera continuada. Por eso es tan difícil resistirnos a él. Terminamos pensando que lo “normal” es ser perfecto físicamente y que, si no lo somos, tenemos una suerte de anormalidad. La realidad nos muestra todo lo contrario: somos más los no aptos para portada de revista, que los candidatos a ella.

¿Aceptamos o no aceptamos nuestro cuerpo?

Cuando no aceptamos nuestro cuerpo, desarrollamos la manía de criticarnos, especialmente cuando nos vemos al espejo. Tomamos la costumbre de descubrirnos defectos y evaluarlos siendo más críticos. Que si tengo la cara muy redonda, las orejas muy salidas, las piernas muy flacas, el trasero muy grande. Quizás sea la nariz… ¿cuánto costará una rinoplastia? Ese ejercicio de autoflagelación nos deja frustrados.

También podemos optar por darnos cuenta de que tenemos algún defecto (como todos) y entonces tratamos de ocultarlo. Nos ponemos tacones para vernos más altos o compramos una faja para que no se vean los efectos de los diez postres que comemos a la semana. Y a la hora de vernos al espejo, omitimos el examen de esos “problemitas” que no podemos ocultarnos a nosotros mismos.

Muchas veces no aceptamos nuestro cuerpo precisamente porque no somos capaces de mirarnos a fondo en esa imagen que nos devuelve el espejo. Haz de saber que entre más tratamos de ignorar u ocultar un defecto físico, más importancia adquiere este en nuestra mente. También que aceptarnos significa reconocer eso bello y eso no tan bello que tenemos. Tan sencillo como eso.

¿Por qué no nos aceptamos físicamente?

No es fácil darle una respuesta general a esa pregunta, pero podríamos decir que no aceptamos nuestro cuerpo porque hemos construido una mirada malévola hacia nosotros mismos. En lugar de vernos con nuestros propios ojos, lo hacemos como si fuéramos el juez de un concurso. Hay muchos poderes interesados en que nos miremos así y tal vez no nos hemos dado cuenta.

La industria de la belleza preformateada gana millones y millones de dólares gracias a la pelea que sostenemos en privado con el espejo. También gracias a todos aquellos que también nos miran con ojos de juez de concurso y deciden descalificar lo que ven. Esos que nos juzgan también tienen encuentros conflictivos con el espejo y para aliviarse de la autocrítica, deciden criticarnos.

Lo peor de todo es que a veces nos volvemos groseros con nosotros mismos y decimos que estamos “como una vaca” o que parecemos “un monstruo” y cosas por el estilo. Qué mal nos tratamos cuando no aceptamos nuestro cuerpo. Cuando no aceptamos nuestra imperfección, tan nuestra, tan humana, tan digna de que la respetemos porque nos pertenece. ¡Y qué si no se parece a lo que otros quieren ver!

Por Edith Sánchez para La Mente es Maravillosa.-

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