En la década de los años 50 del siglo XX no había piojos. Decirle "piojoso" a alguien era un insulto. Un tiempo antes algún gobierno trazó un plan de salud y decidió fumigar Paraná con DDT. Se vieron avionetas y las calles quedaron cubiertas por una nube blanca, un niebla densa que no se movía y que casi no permitía ver, muy divertida para los chicos. Era DDT.
Luego vinieron algunas dudas y al final la prohibición. Pero por el camino quedaron los piojos, las pulgas y sobre todo las chinches, muy populares antes, que no recuperaron nunca su esplendor. (Había que atacar los colchones con una llama para matarlas. Cuando el fuego las encontraba reventaban con un ruidito inolvidable).
Cuando se retiró el DDT volvieron los piojos, y hoy cuando los chicos vuelven de la escuela y hay que pasarles el peine metálico por la cabeza para quitarles las liendres. No hay problemas con ser piojoso, no es insulto porque es mal de muchos.
Los piojicidas a base de piretroides dejaron de ser útiles porque los piojos aumentaron la resistencia al veneno y al final eran necesarias dosis 50 veces mayores que al principio.
Algo parecido pasa con el glifosato. Ha dado lugar a enormes malezas muy duras y grandes, que no se pueden terminar con nada. Down Chemical, viendo allí un punto flojo para el Monsanto, propuso un sustituto del glifosato que contiene dos venenos en lugar de uno. El resultado serán malezas más resistentes todavía, en una especie de escalada contra la naturaleza.
Dejá tu comentario sobre esta nota