El año 1820 es clave para comprender la historia del sur de nuestro continente y para analizar lo que nos pasa hoy mismo, a 200 años de la fundación de la República de Entre Ríos un 29 de setiembre de 1820. Por Daniel Tirso Fiorotto *
Qué difícil resumir la complejidad de aquel momento fundacional de la República y a la vez demoledor para las aspiraciones federales, todo concentrado en un año. Celebrar la Batalla de Cepeda del 1° de febrero de 1820 ya es complicado, porque si todas las guerras son tristes, esta además fue entre hermanos. Pero es cierto que allí se hizo patente la presencia de los pueblos del litoral en la historia, con visión federal, republicana, con proyectos de reforma agraria y de independencia sin peros, y sin racismo, lejos de los negocios de Buenos Aires que seguían buscando reyes europeos para este territorio. (Y como continuidad de los siglos de resistencia charrúa, claro).
La historia es un proceso. Separar un párrafo, un artículo, un hecho, de su contexto, no lleva más que a confusión. Como estamos recordando fechas que suceden de inmediato a la eliminación de Artigas, y preceden de inmediato a la eliminación de Ramírez para entregar la provincia al mando de un porteño que había intrigado en contra de ambos, Lucio N. Mansilla, en verdad que se nos exige tremendo esfuerzo para encontrarle el aspecto positivo.
Desde el Espinillo
Algo se había insinuado seis años antes, el 22 de febrero de 1814, en el arroyo Espinillo, cuando los gauchos entrerrianos y orientales resistieron la invasión porteña enviada para matar a José Artigas por “traidor y enemigo de la patria”, en palabras del poder porteño y aporteñado. La Batalla del Espinillo selló la unidad entrerriano-oriental. Ni porteños ni santafesinos quedaron conformes con el poder creciente de gauchos y charrúas de las dos bandas. Durante siglos se habían sentido dueños de este territorio. Tiempo al tiempo, y los porteños y santafesinos con poder se cobrarían esta rebeldía, aprovechando un instante de debilidad del caudillo Francisco Ramírez, como él lo había hecho antes contra José Artigas, en un momento de debilidad.
Hundir a Entre Ríos y colaborar con la invasión portuguesa (inglesa) a la Banda Oriental del Uruguay fueron los propósitos de la colonia instalada en la metrópolis porteña, y vaya si lo lograron con la expulsión de Artigas, con la posterior muerte de Francisco Ramírez, con el ataque a Paysandú más adelante y la consiguiente Guerra al Paraguay, y con la guerra a Entre Ríos que Buenos Aires ganó gracias a sus privilegios económicos que le permitieron comprar los fusiles Remington, los cañones Krupp y las ametralladoras Gatling, para que la invasión porteña probara la tecnología estadounidense en el pecho de los entrerrianos.
Larga y sangrienta la resistencia entrerriana, a pesar de que algunos de sus líderes fueran sinuosos en sus políticas, y no pocas veces cayeran en las redes de las intrigas porteñas, cuando no en el soborno que es propio de la colonia.
Los tropiezos
La República de Entre Ríos fundada un día como hoy expresó en alguna medida las aspiraciones autonómicas. Tuvo su organización interna desde la ciudad de Corrientes; se dieron reglamentos de orden económico, militar, político, impositivo, educativo, todos interesantes; y aspiraciones de unidad regional e independencia, para lo cual Ramírez intentó invadir Paraguay y poner a sus ejércitos en lucha por la recuperación de la Banda Oriental. Pero todo duró lo que un suspiro. A los siete meses ya estaba disperso en nuevas guerras fratricidas, contra el entendimiento que habían logrado Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.
La República de Entre Ríos duró apenas 10 meses; no soportó su mal genético: nacer sobre las ruinas de la Liga de los Pueblos Libres fundada bajo el protectorado de José Artigas, que había sido destruida en la Batalla de las Tunas, a metros de Paraná, con la derrota de Artigas y su posterior exilio junto a su amigo Joaquín Lencina, el Negro Ansina.
Los federales fueron de tropiezo en tropiezo. Buenos Aires acertó (en sus propósitos de colonialismo interno y mirada estrecha) en enemistar a sus jefes para que se destruyeran mutuamente. Ramírez intentó suceder a Artigas con su desplazamiento. Algo parecido hizo Lucio Norberto Mansilla que, tras la derrota y la muerte de Ramírez, se quedó con el gobierno de la provincia, ya desmantelada la República en 1821.
En el proyecto de la Liga de los Pueblos Libres, la capital debía estar en cualquier sitio con excepción de Buenos Aires. Hoy, pleno siglo XXI, con la macrocefalia argentina tan a la vista, vemos que aquella cláusula era un acierto, porque ese predominio de Buenos Aires equivale a la continuidad de la colonia por otras vías.
Los mismos políticos argentinos han declarado, siendo opositores, que el federalismo es letra muerta de la Constitución.
La República de Entre Ríos, que en pocos meses reunió a las tres provincias de la Mesopotamia con alto grado de organización, fue un eslabón en el gran proyecto federal finalmente derrotado.
El poder porteño
Decíamos en una columna anterior que Ramírez empujó a Artigas al exilio, luego las provincias aliadas mataron a Ramírez; Justo José de Urquiza derrotó a Juan Manuel de Rosas, López Jordán a Urquiza, Domingo Sarmiento (con la ventaja de las ametralladoras que decíamos) venció a López Jordán… En esa saga fueron cayendo los proyectos autónomos de La Rioja, Catamarca, Paraguay, Uruguay y de los pueblos originarios del sur, con Sayhueque a la cabeza. Buenos Aires fue implacable, y lo sigue siendo. El Estado argentino moderno se edificó con una pila de huesos. Gauchos entrerrianos, mapuches y guaraníes se cuentan entre sus víctimas notables, por masivas.
Como dice el historiador Juan Antonio Vilar, varios pasos se fueron cumpliendo para dar con un país capitalista dependiente exportador de materias primas y centralista. Colonia al fin, con sus matices en cada administración.
Exceso de confianza
Algunos autores le reprochan a Francisco Ramírez el Tratado del Pilar (como lo hizo José Artigas), y a la vez reconocen luchas fundamentales del caudillo entrerriano. La República de Entre Ríos no fue un intento de división, fue un proyecto de organización. Sus fundadores, empezando por Ramírez, padecieron quizá de un exceso de confianza en sus fuerzas propias y menospreciaron las fuerzas de al lado. Pero, ¿qué reprocharles? Esa ha sido y es una constante en las luchas fratricidas del país.
Hay que decir que la gran mayoría de los próceres argentinos se corresponden con la mirada blanca, eurocéntrica, patriarcal, más o menos colonizada, y allí José Artigas se desmarca, desde su relación horizontal con mujeres y hombres dentro del mundo gaucho, afroamericano, guaraní, charrúa, criollo.
¿Cuántos próceres reúnen estas condiciones, de luchar por la independencia de España, Portugal, Inglaterra; luchar contra el despotismo de Buenos Aires y Montevideo; luchar por el equilibrio económico sin mandones porteños; luchar por la República, el federalismo, el reparto de la tierra, contra los “malos europeos y peores americanos”? ¿Cuántos, al mismo tiempo, han sido capaces de resistir a todos los intentos de soborno y las intrigas, y reunir a los pueblos oprimidos gobernando desde un rancho, sentado en una cabeza de vaca, desde la convicción (hecha ley) de beneficiar a los pobres, y de bregar al mismo tiempo porque sus paisanos fueran “tan ilustrados como valientes”?
El federalismo por el que miles dieron la vida se extraña, como se extraña la reforma agraria, si dos terratenientes suman hoy dos millones de hectáreas y millones de villeros no tienen dónde caerse muertos. El artiguismo hace la diferencia, y más aún en el espacio para “los más infelices”, y en el lugar para sus modos y culturas comunitarias, desde la “soberanía particular de los pueblos”, sin contar la intransigencia frente a los atropellos coloniales.
Secretos de Pilar
Cepeda es la cúspide del ramirismo. Su triunfo es la mayor victoria del artiguismo en todo el proceso. Allí sobresale el Ramírez federal, revolucionario junto a Artigas. Hasta Cepeda, y principalmente en esa batalla, Ramírez lucha por la de la independencia, la República, la autonomía, la distribución de tierras, la banda roja. El posterior Tratado del Pilar es una obra cuestionada de Ramírez, que ensombrece la historia. La República de Entre Ríos que hoy conmemoramos en el aniversario 200 tuvo documentos y principios notables. Pero en el medio queda el Tratado del Pilar y en verdad que divide aguas.
La historia bien orquestada por Buenos Aires coloca al Tratado del Pilar como piedra basal del federalismo. Pero ensalza en Ramírez un punto de claudicación. Favoreció a los porteños no sólo a través de la letra del Tratado, que no se correspondió con los mandatos de la Liga, sino además con el pacto secreto que fortaleció con armas a Ramírez en prevención por la respuesta negativa que seguramente daría Artigas a ese acuerdo. “No he anoticiado a la provincia del auxilio que se nos presta, porque me abochorno, y tal vez causaría una exaltación general en los paisanos”, escribió Ramírez. (Está en la obra Artigas y Entre Ríos, la parábola de Artigas, de los entrerrianos Gladis Balbi y Alejandro Richardet). Buenos Aires, mediante sus intrigas, logró que Ramírez expulsara a Artigas, para luego quitar de en medio también a Ramírez.
Mayor cinismo
El centralismo metropolitano, unitario, jamás cumplió sus pactos y, como la diplomacia inglesa, supo ganar con intrigas lo que perdía en el campo de batalla. Lo ha repetido Vilar en sus obras. Ramírez sufriría eso también después, con la traición de Lucio N. Mansilla.
Una cosa es saludar a nuestros caudillos, otra es sostener contra viento y marea cabildeos o tropiezos. Dice Vilar: “Este tratado fue jubilosamente celebrado por Federico Lecor y significaba un nuevo triunfo porteño, quien ya encontraría la forma de no cumplirlo en sus partes fundamentales (la reunión de un congreso federal). El día 27 Ramírez informó a Artigas del tratado manifestándole: ‘Creo haber llenado completamente los encargos de V.E.’. No podía haber mayor cinismo –agrega Vilar-. Ramírez había violado la condición única y excluyente para firmar un convenio con Buenos Aires. La declaración de guerra a los portugueses. Artigas era mencionado como ‘capitán general de la Banda Oriental’ cuando no gobernaba ni un centímetro en su tierra; le desconocía su condición de protector ni existían ‘los Pueblos Libres’. Esta traición no podía tener otra consecuencia que la guerra”.
Y sigue Vilar: “Ramírez, de estrechas miras, escuchó los cantos de sirena de los intrigantes porteños… La soberbia y escasa lucidez política de Ramírez le impidieron ver que la oligarquía lo utilizaba como instrumento para terminar con ‘el mal mayor’; ya encontraría el medio para hacerlo con ‘el mal menor’, que era él mismo”.
Confabularse
Tras el destierro de Artigas en el Paraguay, dice Eduardo Azcuy Ameghino: “Se cerraba así en la región rioplatense, con la derrota del artiguismo, el ciclo democrático de Mayo”.
Las decenas de páginas de Azcuy Ameghino sobre el Tratado y el contexto son claras. Lo mismo la obra que mencionamos de Gladis Balbi y Alejandro Richardet. En la página 293, la opinión de Artigas: “y no es menor crimen haber hecho ese vil tratado sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a Portugal y entregando fuerzas suficientes para que el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres pudiese llevar a cabo esa guerra y arrojar del país al enemigo aborrecido que trata de conquistarlo. Esa es la peor y la más horrorosa de las traiciones de V.S.”.
Beatriz Bosch transcribe otra expresión de Artigas: “El objeto y los fines de la Convención del Pilar –reclama Artigas a Ramírez- sin mi autorización, ni conocimiento, no han sido otros que confabularse con los enemigos de los pueblos libres para destruir mi obra”. Pilar es, como se ve, un punto central en las desavenencias de la revolución federal. De allí en adelante sólo hay que esperar declinación y muerte.
La urquicista Bosch se declara artiguista, y lo mismo su contemporáneo jordanista, Fermín Chávez: “La figura de Artigas es clave, es una de las expresiones más auténticas, porque era la síntesis de los sentimientos, del creer y del pensar de la cultura popular. El momento de Artigas es un momento fundamental… este tema de la soberanía popular que se ha heredado, no se lo leyó en ningún libro... Naide es más que naide, es la consigna de Artigas”. (Discurso en Paraná).
Lo que señalan estudiosos como el oriental Gonzalo Abella y otros es que el artiguismo no responde a las luchas entre criollos, por diferencias de tipo occidental, sino que hay allí un resplandor, una luz reconocida por pueblos milenarios de este suelo. Artigas alumbra o, mejor, se deja alumbrar por otro mundo muy nuestro y vivo, aunque oculto, menospreciado. Y Ramírez participó de ese mundo un par de años como guerrero principal, más victorioso que el propio Artigas en ese campo.
Los defensores
Conspicuos autores excusan a Ramírez. Leandro Ruiz Moreno, Aníbal Vásquez, Leoncio Gianello, Jorge Newton, por caso. Bartolomé Mitre lo aplaude. Para él, el Tratado del Pilar es “la piedra fundamental de la reconstrucción argentina bajo la forma federal”. Eso es lo que repiten los distintos oficialismos de estos tiempos. Leoncio Gianello toma palabras del estudioso Joaquín Pérez. “El tratado del Pilar, dice Pérez, dibujaba el acta de defunción de Artigas como primera figura política en el Río de la Plata. Significa al par el encumbramiento de Francisco Ramírez y su hegemonía, tan definida como fugaz”. Para Gianello no hubo traición de Ramírez, lo que ocurrió es que las cosas cambiaron desde la derrota de Artigas en Tacuarembó. Una lectura parecida es la de Facundo Arce.
Oscar Tavani Pérez Colman resume su posición en su documentada obra Ramírez y Artigas: “El general Artigas había perdido el sentido de lo posible no advirtiendo que en la situación en que se hallaba el país era imposible exigir al gobierno de Buenos Aires la declaración de guerra a Portugal”. Algunos no reconocen en la batalla de Cepeda sino en el Tratado del Pilar la derrota de la monarquía, por ejemplo. Sin embargo, el tratado sigue siendo motivo de arduas discusiones.
Nuevas miradas
Los historiadores Mauricio Castaldo, de María Grande, y Jorge Villanova, de Caseros, se refirieron a las luchas históricas que cumplen 200 años y tuvieron como protagonista a Ramírez. Villanova aporta interpretaciones de Salvador Ferla, Jesualdo, Jorge Abelardo Ramos, Oscar Urquiza Almandoz, Félix Luna, incluso de María Esther de Miguel. Y se pregunta, de modo un tanto retórico, si en vez de crear un relato conveniente “no sería más honesto reconocer la traición del entrerriano, para después resaltar lo positivo en la figura de Ramírez si lo tuvo”.
Luego insiste: “La traición al Protector, y el acuerdo con los porteños, son el ángulo, no de la vida del caudillo sino de la suerte del federalismo. Artigas era el hombre a vencer para Buenos Aires, y lo destruyó a través de la mano de un federal, el que por una cuestión biológica etaria y por capacidad estaba llamado a sucederlo”.
Castaldo apunta tres bicentenarios posibles, y los sintetiza en los nombres Cepeda, Pilar y República de Entre Ríos. “El mejor Ramírez, el más lúcido política y militarmente, fue el Ramírez artiguista… Cuando Ramírez rompió con Artigas, todo se fue para atrás. Hasta los árboles lloraron cuando estos caudillos se enfrentaron, recita bella y tristemente la payadora entrerriana Liliana Salvat… digamos claramente que el Tratado del Pilar fue un error, fue un grave error político”.
El colonialismo
Dice el oriental Gonzalo Abella: “Artigas no es un milagro inexplicable, no es la perfección en un tiempo imperfecto. Es la expresión de la alianza en pie de igualdad de los pueblos originarios no imperiales con los afroamericanos, las nuevas comunidades indiocristianas, los criollos discriminados, los mestizos y los mulatos, todos ellos enfrentados a la opresión colonial y a la opresión de las nuevas oligarquías criollas en alianza con Inglaterra”.
El refucilo de Ramírez llenó de energía esa revolución. Cómo no. Después del error de Pilar, la República de Entre Ríos (que no fue república, según los fundamentos del docente Patricio Giusto), desplegó proyectos educativos y económicos notables y tuvo la claridad -agreguemos- de no declararse por el separatismo como sí lo hizo Buenos Aires, tres décadas después, para no acatar la Constitución jurada en Santa Fe, y para demoler la Confederación con capital en Paraná. El colonialismo es así: cuando no parasita y manda, corrompe, divide, menosprecia, consume y destruye. La República de Entre Ríos ideada por Francisco Ramírez no podía durar, porque aún con presupuestos de mínima no encajaba en el proyecto colonial que todavía hoy mira a los “ranchos” (las provincias) por sobre el hombro.
El autor (*) es periodista, escritor e investigador.
Fuente: Uno Entre Ríos
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