"Necuitilitztli", conocimiento, es el título de un libro en que el investigador mexicano Guillermo Marín se propone difundir la sabiduría tolteca, que floreció en Mesoamérica milenios antes de la invasión española.
Marín advierte de entrada que la civilización que derramó Europa en nuestro continente y luego en todo el mundo "trató sistemáticamente de destruir las civilizaciones-madre y sus conocimientos milenarios para imponer a sangre y fuego el dogma colonizador de que todo lo antiguo es primitivo, y que la grandeza de la civilización y de la ciencia comenzó en Europa".
Marín afirma que esa fue una acción depredadora que condena al olvido y al desprecio la sabiduría perene de las civilizaciones de Egipto, Mesopotamia, China, India, Tawantinsuyu y Anáhuac a través de un epistemicidio global. "Crea por otra parte la distorsión de separar la sabiduría de la ciencia, lo que ha llevado en los últimos trescientos años a poner en peligro la vida en el planeta en el sentido más amplio".
La hipótesis de Marín es que la sabiduría y la ciencia ancestral buscaban liberar el espíritu de la materia, la realización de la vida humana en un plano superior de consciencia. La ciencia moderna, en cambio, desde el siglo XVII busca explotar la naturaleza y los seres humanos para generar riqueza y poder, y desde el siglo XX liberar energía de la materia y manipularla con fines militares y comerciales.
La inseguridad gana
El desarrollo que refiere Marín tuvo diferentes etapas desde que se inició al final de la Edad Media europea. La ilustración creyó en el triunfo de la razón sobre la superstición y el mito, y se propuso lograr la felicidad mediante la racionalización de la sociedad y el aumento de la producción material.
El modernista glorificaba la vida y creía en el porvenir, tenía proyectos claros y firmes y daba por hecho que la acción consciente cambiaría el mundo.
Pero a mediados del siglo XX, después del revés de dos guerras mundiales, esa fe empezó a desmoronarse. El Prometeo griego que simbolizaba la actitud modernista se transfiguró en Sísifo, que por condena de los dioses debía hacer rodar una roca hasta la cumbre de una montaña, desde donde volvía a caer siempre por su propio peso.
Los posmodernos tomaron la imagen creada por Albert Camus y propusieron en síntesis dejar la roca abajo, no empeñarse a subirla de nuevo a la cima, desoír a los dioses y disfrutar de la vida. El proyecto modernista perdió firmeza, dejó de ser creíble, llevó al desencanto y fue reemplazado por una actitud intimista, de realización solo personal, relativista, más sentimental que racional, sin drama, pasión ni fines últimos.
La sociedad postmoderna debe estar formada por microcolectividades heterogéneas, que como máximo luchen por alguna reivindicación sectorial; que aprecien el confort más que las exigencias radicales.
No hay hechos, sino interpretaciones
Federico Nietzsche es el autor de la frase “no hay hechos, solo interpretaciones” que alude a la imposibilidad de análisis ni síntesis intelectual que agoten los hechos, cuya significación siempre excederá los medios de comprensión con que contamos, siempre ofrecerán un ángulo nuevo.
La frase tuvo un giro algo confuso con la manera posmoderna de pensar, que en lugar de hechos pone relatos, discursos. No se trata de la inagotabilidad sino de la ambigüedad propia de una época en que todo se agita y nada es seguro.
No hay interpretaciones, sino barullo
Para el posmodernismo el “pienso, luego existo” de Descartes ha sido reemplazado por sujetos descentrados. No es ya aquella unidad firme, fuera de duda, sino es una unidad relativa, débilmente integrada de una pluraridad de “posiciones de sujeto”.
Por otra parte, los seres no tienen esencia (lo que equivale a decir que no son nada, y ha de ser por eso que las doctrinas posmodernas son casi ininteligibles.”Casi” porque si podemos llamarlas “doctrinas” ya son algo: lo absolutamente ininteligible está por debajo de la existencia).
La velocidad del cambio social, la confusión que genera por dificultad de orientarse en un pandemonium de doctrinas, cambios de paradigma a cada rato e innovaciones que dejan obsoleto hoy lo que aprendimos ayer, se refleja en la política posmoderna, que es un conjunto de contradicciones que si tienen algo discernible es la ambigüedad y la pérdida del sentido de unidad y de realidad.
Los posmodernistas pueden ser antipolíticos en la creencia de que la política no sirve para cambiar la sociedad, pero la falta de perspectivas y la incapacidad para sacar conclusiones dentro de la cáscara en que se han encerrado voluntariamente les hace ver esa imposibilidad como un daño y caer en el cinismo.
Otros entienden que el posmodernismo es una oportunidad para ampliar la libertad individual, sin aclarar qué es el individuo ni la libertad para ellos, ya que toda definición apunta a las esencias y las esencias “no existen”
La política posmodernista no tiene partidos, utopías ni finalidades últimas, como tenían el marxismo o el catolicismo. Sirve para la crítica de los sistemas de poder con la idea de redimir a los oprimidos, en busca de un mundo mejor.
Los posmodernistas no renuncian al izquierdismo ni al progreso, porque entienden que así se mantienen dentro de las posibilidades de transformación contra otras políticas que confían en la suerte o en el genio, en el padre providente o en el hombre del destino.
No hay finalidad suprema para la vida ni para la política, apenas un sostenerse como sea. No es preciso concordar en un programa teórico ni confiar en individuos para promover el cambio político.
La amenaza del caos
Es conveniente no tener una posición política desarrollada, que dadas las condiciones del mundo cercano al caos que experimentamos no es posible. Quien en este mundo inestable, desequilibrado y caótico enciende un fósforo, puede incendiar un bosque. La máquina del fin de mundo en Suiza, un acelerador de partículas creado por físicos, iba a provocar una inimaginable reacción en cadena que terminaría con el universo entero. En esas condiciones, no parece posible tener una doctrina completa con miras al futuro, sino solo será posible sacar la mano para ver si llueve.
En materia política no hay posturas correctas, solo oportunismo como se hace cada vez más evidente, porque no hay unidad histórica ni ninguna otra. Para Juan Lyotard, “con la destrucción de las grandes narrativas, ya no existe ninguna identidad unificadora para el sujeto o la sociedad. En cambio, los individuos son los sitios donde se cruzan las gamas de moralidades contradictorias y de códigos políticos, y el lazo social es fragmentado”.
Las estrategias
Contra los errores y las injusticias los posmodernistas levantaron la política de identidad, que recomendaron a todos los grupos oprimidos. Las feministas, por ejemplo, eran víctimas de la opresión masculina. Para restablecer la justicia y liberarse de la opresión necesitaban “construir estrategias”. El posmodernismo estaba en que tales estrategias eran solo eso. No se necesitaban ni era posible discernir doctrinas verdaderas ni falsas, esa cuestión era indiferente y no se planteaba. Si la estrategia daba el resultado buscado, era correcta sin más, no habría ningún criterio más alto. “ Ya que no existen teorías verdaderas, la manera revolucionaria es promover una teoría que estratégicamente logre lo que se necesita lograr”. (Keny Olliver).
Estrategias similares, al margen de cualquier idea de verdad o falsedad, solo como imposición de un “relato”, se aplicaron a homosexuales, negros y otras minorías . El paso siguiente fue la “discriminación positiva” para garantizar resultados.
El “nuevo realismo” no significa nada pero promete todo, un milenarismo al revés que viene a parar en la realización verdadera del dominio sin trabas del capital financiero.
Si hay un mensaje claro, es que es demasiado tarde para transformar la sociedad moderna, pero en lugar de sacar de esta idea proposiciones de más alcance, la recomendación es sumergirse en ella con lo ojos cerrados porque en el pluralismo sin centro no hay derecho a imponer nada a nadie sin incurrir en autoritarismo.
El refugio en el relato
Finalmente, el mundo es negado y queda el lenguaje como único universo propiamente humano, en que cualquier cosa se puede decir con que solo sea una “estrategia” útil.
Es el canto del cisne de la inteligencia, una confesión de impotencia. Para el posmodernismo el lenguaje constituye el mundo humano y el mundo humano es la totalidad del mundo: proposición reductiva que hubiera sido incomprensible para un filósofo de la ilustración.
Para Foucault el estudio del lenguaje era "salto decisivo hacia una forma de pensamiento completamente nueva", que vino a parar en un fetiche: una textualidad laberíntica y asfixiante.
Como todas las cosas, el lenguaje se degrada y hay gremios o tribus posmodernas que trabajan activamente para degradarlo. Las palabras están gastadas, más encubren que significan, son objeto de desconfianza y anuncio de peligros ocultos. Valen por lo que no dicen, no valen por lo que dicen.
“Santos y posmodernos”, de Edith Wyschogard, hace un balance a partir de la Ilustración: “Hemos dependido del lenguaje como de la doncella supuestamente fiel y transparente de la razón (en los iluministas), ¿y adónde nos ha llevado?: A Auschwitz, a Hiroshima, a la miseria psíquica de las masas, a la destrucción inminente del planeta, por mencionar sólo unas pocas cosas. Abrazamos el posmodernismo, con sus vueltas evidentemente extravagantes y fragmentadas”.
De la Redacción de AIM.
El posmodernismo no puede convencer del valor de sus enfoques porque no admite la verdad ni los fundamentos del conocimiento. Pero no se puede renunciar a la verdad indefinidamente, no hay estrategia salvadora.
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