La idea de clase social implica caracterizar a un conjunto de individuos por un rasgo esencial común: su posición en la producción según unos o la posibilidad de acceder a los bienes que ofrece el mercado, según otros.
La idea misma ha sido cuestionada por los neoliberales desde una posición filosófica nominalista e individualista: solo existe el individuo, la clase es una abstracción, un hecho de naturaleza mental.
Desde otro mundo ideológico, la profesora porteña Elsa Drucaroff intentó un cruzamiento entre la idea de clase, tomada del marxismo, y la de género -extensión cultural de sexo-, lo que produjo un híbrido que ella llamó "orden".
El híbrido es cuestionador, por ejemplo cuando ella se niega a hablar de “explotación del hombre por el hombre”, y propone reemplazar la expresión por “explotación de las personas humanas por las personas humanas”. No considera a “hombre” una designación de la especie humana sin determinación sexual: para ella designa sólo al varón.
Aclara como disculpándose que no busca ser políticamente correcta ni hablar a la moda, sino que “con las palabras pensamos el mundo, y pensar persona como “hombre” es disolver la diferencia que atraviesa a la heterogénea especie humana". Notablemente la palabra elegida, “persona” -del italiano “per sonare”- alude a la máscara de los actores antiguos, un artilugio que les permitía esconder al actor detrás del personaje y amplificar su voz ante el público.
Un aporte interesante de Drucaroff es el movimiento dialéctico de conceptos que parecen fijos y son elusivos: lo que en un estado social es revolucionario puede ser reaccionario en otro, con una sensibilidad preferente respecto de la situación de las mujeres.
Algo que en el orden de género es opositor puede resbalar al sentido contrario en el orden clasista. Drucaroff pone un ejemplo: En una ocasión en que la entonces diputada Adelina Dalesio de Viola caminaba en la cámara hacia el estrado, otro legislador mentó burlonamente sus nalgas y la izquierda festejó el comentario porque ridiculizaba a una mujer de derecha. La posición política de clase de Dalesio y su condición de mujer pertenecían a universos diferentes.
Drucaroff ofrece muchos ejemplos de intersección y solapamiento entre los “órdenes” que propone y concluye tajantemente: “La confusión Orden de Géneros -Orden de Clases es políticamente letal para las dos causas”.
Llamado al orden
Hay puntos de vista diferentes de los de Drucaroff, incluso de feministas célebres. Clara Zetkin, entre ellas, propuso en tiempos de la revolución rusa romper con la estrategia que propugnaba un frente pluriclasista de mujeres, porque confinaba al movimiento femenino al marco del Estado burgués y la sociedad capitalista. Zetkin pedía claridad y advertía que no hay avance político sin ella.
Un argumento actual a favor de esta posición señala que las mujeres burguesas, aunque sufran ellas mismas discriminación como mujeres y sean feministas, no están dispuestas a renunciar por eso a los privilegios de clase; por ejemplo rechazan eliminar la propiedad privada.
Reaparece en los críticos socialistas del feminismo de género -no de todo feminismo- la relación entre universal y particular: el socialismo se entiende como emancipación universal y por eso una emancipación particular, de género, implica contradicción. Sobre este punto es ilustrativa la argumentación de Marx sobre la posibilidad de emancipación de los judíos en la sociedad de su tiempo, en respuesta a Bruno Bauer.
El feminismo de género sería en esta perspectiva una variante de la ideología pequeñoburguesa. La “construcción cultural” de la que resultaría el género no considera el desarrollo histórico de la condición humana; es una definición, un apriorismo más que una historia real de la mujer; es pretender la igualdad social de la mujer dentro de una sociedad explotadora y por eso no puede ser más que una igualdad de explotados: orden y clase no están en el mismo nivel.
La respuesta feminista denuncia una alianza entre varones burgueses y proletarios: en pacto mudo, el capital mantiene más bajos los salarios femeninos para desalentar el trabajo de las mujeres por dinero afuera de su casa; de hombre a hombre, el capitalista colabora con su asalariado para que siga teniendo una sierva doméstica.
Sin embargo, fue el capitalismo el que arrancó a la mujer de su trono imaginario de reina del hogar y la arrojó a la vorágine del trabajo asalariado, no se detuvo ante su condición de reina doméstica y la hizo sierva del capital lo mismo que al varón proletario.
Los límites de la revuelta
El feminismo como orden de igual potencia que la clase social pero diferente de ella, como movimiento policlasista, estaría condenado a la división porque está atravesado por los problemas del conjunto social.
Con un grano de sal, una respuesta socialista al feminismo genérico alude a la educación sexual “con perspectiva de género”: “Atiende a las diversas orientaciones sexuales, pero hace abstracción de la condición social de esa relación, que es la explotación y la pobreza, la falta de horizonte humano. Es curioso que se publicite una educación sexual adjetivada en una sociedad alienada. La educación sexual “con perspectiva socialista” atendería a esta alienación en primer lugar”.
Los patriarcas
Otro punto controvertible es el patriarcado, una institución de larguísima historia, tanto que aparece en la Biblia, la Ilíada y los Purana, que tiene como pieza fundamental a la familia que gobierna el padre. Para el feminismo el patriarcado está vivo y operante, pero desde la revolución francesa se estableció un sistema de igualdad formal mientras el patriarcado es un régimen de dominación personal.
Por eso la objeción es que mientras los descendientes de esclavos, por ejemplo, están más esclavizados que sus ancestros, no es posible plantear ahora una lucha contra la esclavitud –ni contra el patriarcado, formalmente abolido- sino por la abolición del capitalismo, que perfeccionó la dominación de hecho y la mantiene.
De la Redacción de AIM.
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