Las cuarentenas fueron para enfermos hasta el año pasado. Durante siglos se estimó conveniente separar a los enfermos de los sanos; hasta Pasteur no estaban claras las causas de las enfermedades contagiosas, pero era evidente que el contacto favorecía el contagio. Los confinados eran los enfermos, no los sanos.
El primer confinamiento de enfermos dispuesto por un gobierno se aplicó en el siglo XIV a los tripulantes de los barcos que llegaban a la república de Venecia, entonces potencia comercial y naval, que debieron permanecer una "trentina", 30 días, en tres islotes deshabitados frente al puerto de Ragusa, actual Duvrovnik en Croacia.
Las autoridades de Ragusa, dependiente entonces de Venecia, decidieron una medida menos dura que la que había tomado poco antes Mantua, que expulsó a los enfermos de la terrible peste negra fuera de la ciudad para que se curaran o murieran en el campo; o la de Milán, que dispuso que los que viajaran a zonas con muchos enfermos no podrían regresar, y serían ejecutados si volvían.
El confinamiento obligatorio de sanos -y no pocos sino buena parte de la población mundial actual- fue una novedad aceptada por miedo, estupor, inconsciencia, disciplina, confianza ciega en los que hablan en nombre de la ciencia, en las autoridades políticas o por mero dejarse llevar.
Efectos no queridos
La cuarentena de sanos en la Argentina duró siete meses y tuvo consecuencias que podrían ser consideradas "no queridas", como las de bombardeos de ciudades en las guerras o algunas medidas económicas, si no se hubiera sabido de antemano que se iban a producir sobre todo en los niños: angustia, regresión, temores, abulia, soledad, hostilidad, estrés postraumático, conductas de evitación y enojo.
Cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia mundial, los gobiernos -no todos- confinaron a la población sana, en la Argentina mediante decretos de necesidad y urgencia a pesar de que el congreso funcionaba, prorrogables dos veces al mes sin fecha de vencimiento.
La OMS empezó considerando el confinamiento como "necesario para suprimir rápidamente el virus", y terminó advirtiendo que los encierros "sólo tienen una consecuencia que nunca se debe menospreciar, y es hacer que la gente pobre sea muchísimo más pobre". En la Argentina, esta consecuencia está a la vista, pero no necesita de pestes, es continuación de una decadencia de décadas.
Las personas y las familias quedaron aisladas y sus movimientos muy restringidos a pesar de normas constitucionales que fueron ignoradas o suspendidas "por motivos de salud".
La larga espera
Los recluidos se vieron obligados a una soledad desacostumbrada y larga, y padecieron la ruptura súbita de costumbres hechas segunda naturaleza. Sobrevinieron daños psicológicos temporarios y permanentes.
Había temor a enfermarse, frustraciones, aburrimiento, angustia ante la perspectiva de ruina económica inminente, y confianza en soluciones fantasiosas fundadas en información falsa o incorrecta.
Los niños encerrados largo tiempo muestran secuelas psicológicas como regresiones, agresividad, rebeldía y desórdenes de sueño.
Los resultados negativos de la novedosa cuarentena de sanos fueron sobre todo sanitarias y económicas, a pesar de que en principio la intención declarada de las autoridades fue priorizar la salud por sobre la economía. Sin embargo, la cuarentena no salvó ninguna de las dos: más de 100.000 muertos y un descenso económico agudo, sumado al crónico, mayor que el de otros países sudamericanos.
Para los niños, peor
El confinamiento agravó las patologías ya existentes, por ejemplo los problemas de conducta en niños privados de movimiento y juego en el período de la vida en que son más necesarios. Los pequeños se sienten frustrados, se enojan, lloran, sienten miedo y sufren trastornos alimentarios.
Cuando los niños no están obligados a quedarse sentados o dentro de casa, se mueven mucho más que los adultos. Pero en cuarentena no fueron a la escuela ni a la plaza ni a la canchita ni a la casa de los amigos.
Sin confinamiento, el síndrome de la soledad aqueja a cientos de niños argentinos de todos los estratos sociales y es causa frecuente de suicidios, y ha sido potenciado por la cuarentena para sanos.
El desasosiego se redobla cuando la pobreza forma parte del ambiente del menor, mientras los canales de televisión muestran infinidad de opciones publicitarias inalcanzables.
En nuestro país a la mayoría de los bebés les espera una vida de hambre y la desesperación, aquejados por innumerables enfermedades y sujetos a las conductas agresivas de los mayores.
La violencia sufrida por los menores de 14 años se registra casi siempre en los domicilios, a manos de sus padres, cuidadores y familiares.
Los médicos recomiendan no golpear ni ofender a los niños, mucho menos ante otras personas, pero sus progenitores siguen apelando a este recurso ante el agobio que padecen por la escasez de oportunidades que se les ofrecen. La inusual convivencia obligada por largo tiempo favoreció las conductas reprobables.
De muchas maneras, los niños demandan ayuda ante la ansiedad que padecen, pero no siempre los parientes, conocidos, maestros y hasta los especialistas los comprenden.
Los niños deprimidos son más propensos a la autoeliminación, porque la depresión, con el encierro como agravante, afecta su humor, altera la capacidad de comprensión y la atención, provoca cansancio sin motivo, pérdida de apetito y de sueño y cefaleas, vómitos y dolores abdominales.
Más lazos rotos
La desorganización familiar fue uno de los resultados de la cuarentena monótonamente prorrogada. Un entorno familiar desorganizado lleva a enfermedades psiquiátricas en los padres, situaciones escolares y sociales adversas y a patologías orgánicas o psicológicas en los niños.
El "tanto tienes, tanto vales" se ensaña sobre este sector tan vulnerable y alimenta la sensación de vacío que conduce a la búsqueda de una paz impensable en la realidad en que viven, que de pronto se les volvió sofocante.
De la Redacción de AIM.
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