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Caleidoscopio
Caleidoscopio

El dólar simbólico

La modernidad se preciaba de haber basado la sociedad, al menos desde la revolución francesa, en el logos superador del mito. El mundo debía ser un orden racional, donde todo se justificaría ante el tribunal de la razón y el mito se erradicaría como fuente de irracionalidad y superstición.

El logos, datado desde la antigüedad griega, sería un distintivo de Occidente, una marca de su superioridad tal como fue el lubricante de la máquina de guerra que desató sobre el resto del mundo desde 1492.

Sin embargo, el propio Occidente está revisando algunas creencias que parecían seguras -y que no solía considerar creencias- ante el panorama de corrupción y destrucción creciente de su poder, que supo exhibir orgulloso como el poder del logos, como liberación de toda superchería, como el reino de la razón por fin logrado.

El poder de la civilización fundada en el logos tiene expresión material y simbólica actual en el dólar estadounidense, no sólo en la economía y las finanzas, sino también en el ámbito de lo imaginario, que es más raigal y perdurable.

Es sintomático que el dólar haya recibido un primer golpe destructivo cuando el presidente Nixon vio que vacilaba el respaldo oro y creó el "petrodólar" coaccionando a Arabia Saudita.

Pero ahora el conglomerado de países que ya comercian en otras monedas tiene un producto bruto mayor que el grupo de los siete (G7), liderado por el país del dólar, los Estados Unidos.

La imagen, a diferencia del logos, puede paradójicamente simbolizar más allá de las contradicciones incluso lo contradictorio. El logos es la versión lineal, puesta en el tiempo, de lo que por naturaleza no es temporal ni lineal.

El poder del símbolo
Cualquier objeto material puede simbolizar lo que no es sin dejar de ser lo que es; como por ejemplo un sillón trasciende su función para convertirse en trono, en símbolo del poder.

Del temor reverencial que pueden suscitar tales objetos, es ejemplo una frase del revolucionario mexicano Emiliano Zapata, una de las figuras revolucionarias más puras de nuestro continente.

Cuando junto con Pancho Villa tomaron el palacio gubernamental en la ciudad de México, Villa se sentó en el sillón del presidente Victoriano Huerta e invitó a Zapata a hacer lo mismo.

Pero Zapata se negó antes de abandonar la casa de gobierno diciendo que ese sillón estaba maldito, convertía en malos a los hombres buenos que se sentaban en él. Zapata exponía a su pesar el poder del símbolo, no veía el sillón en su función natural sino en la simbólica.

El billete de un dólar es la unidad de la divisa estadounidense; pero también contiene los símbolos en que se asienta su poder no solamente económico, y que son apreciados todavía en buena parte del mundo como Zapata apreció el sillón del presidente de México.

El sello imperial
Los padres fundadores de los Estados Unidos: John Adams, Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson, James Madison y George Washington, todos francmasones, no crearon solamente la primera república moderna sino una matriz imaginaria que proyectó con éxito un modelo de civilización. No crearon un Estado sobre la noción del bien común, sino de la razón.

Jefferson concibió el billete de un dólar, que contiene símbolos que avisaban sobre las intenciones de los padres fundadores. Podría aplicarse acá la frase "el que avisa no traiciona", que tiene popularidad momentánea hoy en día, y que pasa por alto que el que avisa y traiciona es traidor.

El billete exhibe el "gran sello", sustituto del escudo heráldico y síntesis del ideario de los padres fundadores. El águila calva, que estuvo a punto de extinguirse en la realidad pero fue salvada por su condición simbólica, tiene en el sello las alas desplegadas.

La pirámide a la izquierda de la palabra "One" está orientada según el septentrión, el meridión, oriente y occidente, los cuatro puntos cardinales, los mismos donde los antiguos situaban las puertas por donde entraban los vientos al mundo y que fueron el pretexto para que los evangelios canónicos sean cuatro.

Tiene 13 hileras de mampuestos, una por cada Estado fundador de la Unión. En la cúspide refulge, separado del resto, en contacto con el cielo y la Tierra, el símbolo egipcio de la perfección, del orden imperturbable: el ojo de Horus, que fue capaz de resucitar a su padre Osiris.

El ojo del mundo, el ojo del espíritu, era la representación de la inteligencia sobrehumana, aquella que puede ver lo suprafísico, como el tercer ojo de Shiva o el de "tu Padre que ve en lo secreto y te recompensará en público".

El dios de los padres francmasones no era Yahvé, era el dios ilustrado, el dios deísta. Los deístas no creían en los mitos bíblicos, entre ellos el pecado, ni en ningún mito. Sí creían en la purificación por vía racional hasta entrar en contacto con dios.

Detrás de la pirámide hay un yermo, un desierto, el pasado, la Europa corrupta que merece el trato de sierva que le dieron desde que se sintieron suficientemente fuertes y le están dando ahora. Y delante ya crecen algunos pastos: es la fertilidad futura, la segunda creación, el imperio de las trece colonias.

Qué quiere dios
Dentro del círculo que contiene la pirámide, por encima de ella, hay un letrero: "Annuit coeptis", que significa en latín "dios aprueba nuestra empresa", frase de la Eneida, epopeya con que Virgilio dio identidad a Roma a pedido de Octavio César Augusto, el primer emperador.

En el caso norteamericano, la empresa es la segunda creación del mundo después de la que narra el Génesis. "Dios es argentino" decía la oligarquía pampeana, celebrando al infinito haber recibido como regalo divino los mejores campos, las mejores vacas y peones en los que dios se esmeró menos.

El dios de los padres fundadores estaba de parte de los Estados Unidos, tanto que la Gran Unión no tendría fin, como anunció Walt Whitman, que llevaba en sus entrañas el odio y la paz. También los romanos sabían que su imperio perduraría mientras se mantuvieran fieles a sus dioses, mientras no declinara su pietas, su piedad colectiva, que les garantizaba el poder y la sumisión de los adversarios.

También dentro del círculo, debajo de la pirámide, se lee "Novus ordo seculorum", el tan trajinado hoy en día "nuevo orden mundial", que cita favorablemente hasta el Papa Francisco.

Seguramente en la historia hubo muchos nuevos órdenes mundiales, o imperios, pero los padres conscriptos estadounidenses lo hicieron constar por escrito en el dólar, el símbolo de su poder.

Novus ordo
Toda renovación mundial ha de ser necesariamente un orden nuevo, una recaída en la política de la que no nos libramos desde que las sociedades antiguas evolucionaron en civilizaciones. Es el pensamiento de los padres fundadores y en buena medida el nuestro. Y es una trampa de la que nos quisiéramos librar, pero atacamos a los que quieren retirarla como un lobo con una pata atrapada trata de morder al que se le acerque.

A la derecha de "One" hay un águila calva, figuración moderna del águila compañera de Zeus. El dios griego se enojó con el rey Perifas, que pretendió endiosarse, y lo fulminó con un rayo. Entonces Apolo lo transformó en águila para compañía del padre de los dioses, sin mención extemporánea al imperio norteamericano.

En el campo simbólico el ave, que siempre figuró el espíritu o la luz, es la presencia de la eternidad en el tiempo; por eso el águila es prenda de que el imperio norteamericano no tendrá fin.

El águila ofrece al mundo dos posibilidades: la guerra y la paz, corporizadas en un haz de 13 flechas en una de sus garras y en un ramo de olivo con 13 hojas en la otra. Paz para los vasallos y guerra para los demás. Aquel Augusto que imperó en Roma al comienzo de la era corriente sabía lo que tenía entre manos: "Si quieres la paz, prepárate para la guerra" (Si vis pacem para bellum), la elección que el águila calva y los herederos de las 13 colonias nos ofrecen a todos nosotros.
De la Redacción de AIM

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