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Caleidoscopio
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El juego y el lucro

La diferencia entre los conceptos de "juego" y "deporte" está distorsionada modernamente, porque el interés de lucro grava sobre ambos de una manera decisiva y tiende a convertir todo en negocio rentable.

Las diferencias que se proponen entre juego y deporte revelan un espíritu determinado por el mundo crudamente utilitario en que vivimos: reglas estrictas en el deporte, flojas en el juego; competitivo el deporte, recreativo el juego; preparación previa en el deporte y sin preparación el juego. Y algo casi disparatado: evasión de la realidad en el juego.

Ninguna de estas diferencias resiste la "realidad" actual de algunos juegos, como el ajedrez, que tiene reglas estrictas, necesita para jugarlo en buen nivel una preparación enorme, y tiene torneos reglamentadísimos con premios y competencias escalafonarias.

Un ejemplo: La Biblia dice que Abraham, el creador del judaísmo, que no tenía antecedentes militares, derrotó a los siete reyes de Edom, que eran fuerzas desequilibradas. Se trataba de recuperar el equilibrio, como buena falta nos haría a nosotros ahora, ya que todo en nuestros tiempos parece desequilibrado. El que le impuso esa tarea a Abraham y lo consagró después del combate, el que estableció las "reglas" fue Melquisedec, de quien dice el Evangelio que Jesucristo era sacerdote. (Sacerdote eterno según la orden de Melquisedec) ¿Quién era este Melquisedec para ponerle leyes a Abraham y para tener a Cristo, que era Dios según la evolución del dogma, como sacerdote de su orden?

Lo que importa es que el "juego" consistía en restablecer el equilibrio, esa era la misión que el misterioso Melquisedec le encargó a Abraham y dos milenios después al Cristo, dos fundadores de religiones, y así entendían el juego todas las sociedades "primitivas", incluidas por supuesto las de Abya Yala, nombre indígena de América.

Sería ridículo decir que se trataba de "deporte", pero no desentona "juego". Los pastores anglicanos enseñaron a jugar al fútbol a nativos maoríes de Nueva Zelandia. Aprendieron bien, pero los partidos terminaban siempre empatados. Averiguaron y entendieron que los maoríes no tomaban el "deporte" como competencia sino como una oportunidad de restablecer el equilibrio jugando.

Según la historia antigua del chataranga, o ajedrez, no eran dos bandos sino cuatro los que se enfrentaban, uno en cada lado del tablero, y la finalidad era alcanzar un estado final de equilibrio, no como ahora de "ganar" o perder ni mucho menos sólo divertirse. El tablero era un espejo del cosmos y sintetizaba lo que acontecía a niveles mucho más amplios. Se podía ser juego y sagrado al mismo tiempo, pero no hay deporte sagrado.

Dentro de esta argumentación, Borges admite que pudo la humanidad reverenciar libros sagrados, como los Vedas, la Biblia o el Avesta, pero pregunta en sorna: ¿Un disco sagrado?

Con los niños es diferente
Cuando un niño juega se divierte, pero en serio: se ríe y disfruta, pero no quiere que tomen en broma lo que hace. Si un adulto juega con ellos, se disgustan si ven que no toma el juego en serio. Quien muestre intencionalmente el mismo interés y compenetración que ellos tendrá respuesta inmediata, como siempre en los niños: alegría y redoble de esfuerzos que no cansan.

Nosotros tenemos en este punto, como en todos, la presencia corruptora del espíritu de la modernidad, que entiende que algo vale si rinde lucro, si "sirve".

Por eso el deporte se ha mercantilizado al extremo y los deportistas consideran que deben convertirse en "un buen producto", una mercancía vendible. Alvaro García Linera, ex vicepresidente de Bolivia, daba como hecho auspicioso que un niño aymara, cuando le preguntó qué quería ser cuando grande, le contestara: "presidente de Bolivia, como Evo". No veía la víbora que se le había metido en el cesto.

Esto es una tergiversación y una desviación que solo indica que estamos en situación desequilibrada y por eso se nos confunden los términos: todo pasa a significar más o menos lo mismo envuelto en los papeles de colores que salen de los bancos. Allí todos los gatos son pardos.

Recordemos a la Crencha Engrasada de Carlos de la Púa:
Para vos, Barrio Once, este verso emotivo
con un cacho grandote de cielo de rayuela.
Yo soy aquel muchacho, el fulback de Sportivo
Glorias a Jorge Newbery, que alborotó la escuela.

Yo soy aquel que al rango no erraba culadera,
que hizo formidables proezas de billarda.
Rompedor de faroles con mi vieja gomera,
tuve dos enemigos: los botones y el guarda.

Y, los bolsillos bolsas de bochones y miga,
llené toda la calle de repes y de chante.
¡Mi bolita lechera!... ¿Dónde andarás, amiga?
¡Y aquella mil colores, cachusa y atorrante!

Se fueron con el viejo pepino corralero,
el terror de los trompos, mi trovero baqueano.
Partía las cascarrias con su púa de acero
y a las chicas del barrio les zumbaba en la mano.

Barrio mío, donde quedó abandonado
el simbólico tejo diezañero y querido,
hoy -que en esta quiniela del vivir soy sobrado-
tu recuerdo me abuena como un verso sentido.

Tu recuerdo es el gol que me da la victoria...
Porque he jugado mucho, miro claro la vida...
Barrio mío, en tus calles, está toda mi historia.
Es una piedra-libre y una gata-parida.

La poseía "baja" como miente el autor, mezcla la rayuela, con su cielo que refleja el cosmos, al que se llega en el salto final, con el fútbol de Sportivo. Y luego sigue sin distinguir el billar del tiro al blanco, las bolitas y el trompo. Está recordando el cielo perdido de la infancia, la verdadera patria del hombre, según Rilke, y allí no hay las diferencias que hacemos nosotros ni se admite la intromisión del lucro como criterio.

Lo que importa la competencia por dinero lo muestra el sociólogo Thorstein Veblen en su "Teoría de la clase ociosa": dice haber visto en estadios norteamericanos, a principios del siglo XX, a adolescentes entrenándose para una competencia severa. Se los veía serios, preocupados, tensos. Algunos yacían tirados a un costado, como heridos de guerra. Esa era ya el deporte entonces, o una de sus consecuencias, y lo es más todavía hoy, cuando en todos los partidos se recogen los heridos y algunos, con rotura de ligamentos cruzados por ejemplo, tienen para seis meses "parados", lo que implica un lucro cesante importante. Y se rompen los ligamentos porque todo el cuerpo, los músculos y tendones están exigidos al máximo y casi no toleran sobreesfuerzos. ¿Tendrá algo que ver con la eficacia que exige el capital financiero para sus inversiones, de las que el deporte superprofesional es una?

Si eso todavía puede considerarse deporte, ya no es posible considerarlo juego, porque algo en nosotros se resiste a rebajar tanto una idea noble.

Tomemos de otro campo una obra musical, por ejemplo la cantata 29 de Juan Sebastián Bach. Nadie se enojaría si consideramos ese despliegue monumental de sonidos como un juego, tan serio como Bach y sometido a reglas tan rigurosas como las que él creó. Sería absurdo hablar acá de deporte. Y es un juego porque nos hace momentáneamente libres, nos permite movernos en las alturas, participar por un instante de la capacidad creadora del autor.

Es claro que algo similar podemos decir del gol de Maradona a los ingleses, pero eso fue un ejemplo de que el espíritu del juego sobrevive a todo, no hay picapiedra que lo termine de matar.

deporte juego lucro

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