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Caleidoscopio
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El lunfardo, ese idioma invisible que nunca dejó de hablarse

Nacido en los márgenes y adoptado por el tango, el lunfardo fue durante décadas la voz de los que no tenían voz. Aunque muchos lo dieron por muerto, hoy sobrevive —mutado— en la jerga popular, como un legado vivo de creatividad, identidad y resistencia.


Cuando se habla de la cultura argentina, pocas cosas resultan tan propias como el lunfardo. Esa jerga mezcla de inmigración, calle, cárcel, poesía y picardía que nació a fines del siglo XIX como lenguaje de los sectores populares del Conurbano y la Capital Federal, no solo sobrevivió al paso del tiempo: mutó, se adaptó y todavía habita el habla cotidiana, aunque muchas veces sin que se lo nombre.


El lunfardo surgió como una lengua de frontera, nacida de la necesidad de entenderse entre personas de orígenes diversos —italianos, españoles, africanos, criollos pobres— que compartían los márgenes de una ciudad en expansión y exclusión. Palabras como “laburo”, “mina”, “guita” o “garpar” no nacieron en la RAE, sino en los patios de las cárceles, en los conventillos y en los bares de barrio. Eran códigos para sobrevivir, para esquivar el poder, para pertenecer.

Durante décadas fue despreciado por los sectores ilustrados, que lo asociaban con lo delincuencial y lo vulgar. Pero el tango lo rescató y lo elevó a forma de arte. Letras como las de Celedonio Flores, Enrique Santos Discépolo o Homero Manzi lo incorporaron como parte esencial de la sensibilidad porteña, mientras poetas como Julián Centeya o el mismísimo Borges lo reconocieron como una marca de autenticidad cultural.

Con el tiempo, el lunfardo dejó de sonar como antes, pero no desapareció: cambió de piel. Ya no se escucha el "bulín" ni el "percanta", pero sí el "bondi", el "chabón", el "quilombo", el “posta”. La juventud de los 90 resignificó ese legado con nuevos códigos urbanos, mientras que las generaciones actuales, atravesadas por redes, reguetón y trap, crean un lunfardo del siglo XXI que mantiene la esencia de siempre: inventar palabras para decir lo que no se puede decir de otra manera.

Hoy, en un mundo globalizado donde las grandes plataformas imponen jerga uniforme desde Silicon Valley, recuperar el lunfardo es también una forma de resistencia cultural. No se trata de nostalgia, sino de memoria viva. Cada vez que decimos “fiaca”, “gil”, “careta” o “chamuyo”, estamos hablando con las voces de quienes vinieron antes que nosotros, y que en su creatividad lingüística dejaron una huella que no deja de crecer.

De la Redacción de AIM

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