El miedo permite técnicas viejas de disciplinamiento y sujeción social que en las condiciones actuales son capaces de explotar científicamente reacciones humanas naturales.
La política moderna se vale de generadores de miedo -asustadores- que conocen cómo, cuándo y en qué dosis agitar fantasmas apropiados para meter miedo: a los otros; a los portadores de la peste; a los extranjeros; a los migrantes; al terrorismo; al delito; a la miseria; a la carestía; a los que acechan nuestras libertades desde las sombras.
El poder aplica metódicamente recetas para formar un rebaño fácil de guiar hacia donde quieren interesados que generalmente no se muestran, de modo que se apliquen contra los intereses de los arrebañados, a pedido de ellos mismos, medidas que los perjudican pero benefician al poder.
En las condiciones del miedo, cada cual atiende al que cree su juego y desatiende a lo que une y solidariza. Los medios de comunicación insisten en mostrar peligros en todas partes, inducen a estar ansiosos, paralizados y separados, temerosos del otro, dominados por el recelo y la desconfianza.
Se ha declarado la muerte de los grandes relatos, la necesidad de aplicarse a lo cotidiano, a la promesa de satisfacción inmediata, a los goces rápidos que no saben de pasado ni futuro. Ese es el mensaje publicitario que tiene audiencia y seguidores.
Se acabaron las ilusiones de las grandes utopías: sólo sirve sortear los peligros aquí y ahora. Como dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo. Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo. Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida… Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al día sin pastillas para despertar, miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo a morir, miedo a vivir”.
Es el tiempo del miedo globalizado y paradójicamente, de las promesas de bienestar que si hubiera menos confusión sonarían más falsas.
En esta situación, uno de los resultados más difíciles de revertir es la devaluación de la palabra. Si consideramos que el valor de la palabra es el valor de quien la pronuncia, se entiende que estemos desvalorizados.
Los europeos llegaron a América - Abya Yala hace más de cinco siglos conociendo y aplicando las técnicas del engaño, primitivas entonces en relación con lo que vino después. Los originarios de nuestro continente valoraban al máximo la palabra empeñada. Muy rápidamente pudieron medir a ingleses, españoles, franceses, holandeses y portugueses y estimaron su valor.
Actualmente, la gente que escucha a los políticos trata de interpretar el mensaje sin suponer ni equivocados que respaldarán con actos sus palabras, que aceptan de todos modos con algo parecido a la resignación: si Menem anunciaba salariazo y revolución productiva, el salario se congelará por 10 años y la industria sufrirá bajo la importación indiscriminada. Si Macri anuncia felicidad para todos y pobreza cero, habrá despidos y crecerán la miseria y la marginación.
El kirchnerismo se presentó, siguiendo a Ernesto Laclau, como articulador de demandas insatisfechas; pero terminó creando las condiciones para ser reemplazado por otra forma de derecha política. El macrismo fue menos disimulado, suave por fuera, de "buena onda" como muchacho entrador, simpático sin averiguar mucho, con apariencia de marquesina y alma de boletería.
Después de Macri regresó el kirchnerismo porque por ahora nada derrota a un aparato político y sindical que se ha constituido y fortalecido a lo largo de décadas y se ha ramificado a todos los ámbitos que tengan alguna relación con el poder. Y sobre todo, es capaz más allá de cualquier ideología de ubicarse en todas las posiciones, siempre con la vista puesta en satisfacer al poder hegemónico, al que brinda un servicio completo.
Las ideas fundacionales del turno político fueron una adaptación de la conciliación de clases contenida en la encíclica "Rerum Novarum" de León XIII; tal es el contenido de la "comunidad organizada"; pero poco a poco fue resbalando hacia una actitud pragmática tendente a mantener el poder sin atarse a ninguna ideología, tampoco la del Papa, pero siempre con la consigna antipánico de todos los políticos: "nosotros o el abismo". Y manteniendo en celosa oscuridad la aclaración reveladora: el abismo somos nosotros.
De la Redacción de AIM.
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